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¿Cuál es el amor sano?




Lo primero que sentí al mirar esta publicidad tailandesa fue: "No, no es creíble, vamos".
El protagonista me resultó solidario de un modo inverosímil... Aun así, seguí viéndola.
Y de golpe apareció el gancho.
La escena o el momento en el que el joven va a darles dinero a la madre y a su hija y esta última ya no está, no está ahí sentada, mendigando... y no cuento más para no quitarle intriga a aquellos que no hayan podido verla.
El caso es que en esos segundos pude hacer a un lado el coro de voces críticas y sentir identificación. Pude identificar ese gesto, el gesto facial del personaje, como un perfecto reflejo de lo que estaba sintiendo.
Si de alguna manera, en mis 35 años de vida, llegué a experimentar un amor desinteresado, por así llamarlo, acaso la versión del amor más legítima, fue en relación a niños... sobre todo, sí, ya saben, en relación a mis hijas.
(Hay otro detalle, no menor, de esa imagen, y es que gracias a la solidaridad de un desconocido, un niño accede a lo que debería estar garantizado para todos.)
Y vuelvo al planteo:
La maternidad me enseñó y me enseña a diario a correrme del yo-me-mi-conmigo. Me "obliga", me invita, no sólo a tener en cuenta, sino sobre todo a actuar en función de necesidades ajenas, materiales y afectivas.
Y este hecho, lejos de esclavizarme, me libera.
Ahora bien, pese a este detalle, estoy a años luz del protagonista. No quiero quitarle mérito a mi labor de madre, pero de verdad me pregunto, fuera de este vínculo, cuán amorosa he sido.
Y no pienso ya en acciones solidarias, con desconocidos, sino en las relaciones diarias, con amigos, con familiares, con vecinos de la cuadra.
Con mis amigas, por ejemplo, no sé si he trascendido la fase en la que están mis hijas con las suyas. Con sus amigas. Quiero decir, me divierto mucho, comparto, pero en algún momento me encuentro compitiendo, disputándonos un objeto (no concreto, sino simbólico en nuestro caso)*. Y ahí entran a colarse sabores amargos, sentimientos incómodos que a mí al menos me alejan.
Con no-tan-amigos, en ocasiones (no siempre) el miedo al rechazo termina pesando más que un deseo positivo. Más de una vez me ha pasado de abrirme y dar de mí y, para mi sorpresa, que este gesto genere más distancia que encuentro. ¿Histeria? Tal es así que en relación a determinadas personas termino diciéndome: "ignóralo/a que ya va aparecer". Probablemente yo haya funcionado igual, estando del otro lado.
La semana pasada titulamos un post "amor sano", una expresión de deseo, porque la historia relatada era una historia de descuido, de amor enfermo.
¿Cuál es el amor sano? ¿Cuántas veces a la semana ustedes hacen algo pensando en la satisfacción que pueden generarle a otra persona y no sólo en la propia?
O mejor dicho, para no caer en un hacer "obligado", sacrificado, ¿cuántas veces a la semana encuentran satisfacción en generar satisfacción a otra persona?
Satisfacción propia en la satisfacción de otra persona.
¿Será más fácil de lo creemos?
¿Qué piensan?
PD: Para contactarse por privado, me encuentran en Inés Sainz
*Estoy generalizando.

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