Sorrow – Van Gogh
Hace unas semanas, un lunes como cualquier otro, llevé a mi hija al colegio y al cruzar la puerta recibí una noticia espantosa. Un niño de séptimo grado había fallecido. Lo espantoso era el modo. El padre había brutalmente atacado a la madre y había prendido fuego el departamento, causando no sólo la muerte de la madre, sino también la del hijo. Un episodio escalofriante y sin embargo, lo sabemos: no era un caso aislado, sino uno, extremo (no por ello menos frecuente), entre muchos. Acaso una alarma interna que me abrió un interrogante ético (¿Qué se hace?) y la necesidad de indagar, reflexionar, informarme: ¿De qué hablamos cuando hablamos de violencia de género?
La primera respuesta se manifestó a través del texto (Amor Sano) de una lectora que se abría: "La tele no me contó que existían cientos de miles de mujeres que sufren violencia de género en sus casas, todos los días, "silenciosamente". Hasta que lo viví en carne propia."
No sólo hay distintos grados de violencia, sino también distintas formas.
En una segunda instancia de indagación finalmente pude entrevistar a la Lic. Luz Canalís, que trabaja como psicóloga con mujeres en situación de violencia vincular. Toda la charla me resultó tan interesante que aquí simplemente me limito a transcribirla.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de violencia de género?
Hay un ejercicio del poder del varón sobre la mujer, la mujer queda en una situación de subordinación, y esto es producto de una construcción histórico-social del género. Es el abuso de poder en un vínculo asimétrico donde un varón domina, maltrata, oprime, subestima y/o ignora a una mujer sólo por su condición de género, y esto es avalado por un discurso patriarcal y hegemónico.
Entre las formas de violencia que más se observan, están la violencia psicológica, que es ejercida verbalmente o por omisión de la palabra, la violencia física, que se ejerce mediante empujones, golpes, tironeo de cabello, etc. Y la violencia económica: cuando se limita a la mujer al acceso del dinero, siendo el agresor quien ejerce el poder de decidir cuánto y cuándo entregárselo.
Cuando el otro día en el blog una lectora contó su historia, hubo un par de comentarios de lectoras que se referían a casos donde la violencia era ejercida por una mujer. ¿En la violencia de género siempre es el varón el que agrede?
Desde luego todo ser humano tiene la capacidad potencial de ejercer violencia sobre otro. Esta facultad, como la de dar amor, es parte de nuestra condición humana. Pero cuando hablamos de violencia de género nos referimos puntualmente a la que es avalada por una construcción histórico-social que tiene como eje organizador el discurso patriarcal, que permite y naturaliza ese ejercicio asimétrico del poder. Por supuesto que existe violencia ejercida por mujeres sobre varones, pero no está avalada ni naturalizada por dicha construcción social.
¿En qué momento creés vos que nace este discurso?
Es en producto de siglos de construcción. Quizás empieza a tener una manifestación clara para nosotros como Occidente con la Revolución Industrial, donde la mujer se veía relegada al ámbito privado y quedaba por fuera del sistema productivo, y era el hombre el que tenía el poder económico y la facultad de salir al mundo público y generar ingresos. Ella quedaba abocada al rol de la reproducción. El sistema capitalista es la base para que la construcción social de género se haya dado de la manera que se dio y no de otra.
Lo positivo es que esta problemática ha dejado de estar naturalizada en el nivel que estaba y ha comenzado a visibilizarse. Y que la mujer, a partir de que fue ocupando cada vez más el espacio público e insertándose en el sistema productivo, conectándose con su potencial creador (no sólo en el ámbito hogareño), fue generando una pugna de intereses que hace que esa asimetría de poder por lo menos hoy esté cuestionada. En algunos aspectos puede estar jaqueada, aunque todavía falta muchísimo por hacer.
¿Somos todos responsables de dicha construcción social?
Sí. El género en sí es una creación social-histórica, por ende es un proceso abierto... y ahí radica la posibilidad de cambio. Somos todos responsables. Responsables como sociedad y humanidad de poder ir generando cambios, y cuestionando aquellos estereotipos sociales que consolidan la desigualdad en pos de dar lugar a nuevas formas, a nuevos estereotipos que ayuden a afianzar la igualdad de oportunidades. Pero plantear una pelea en pro de la igualdad de oportunidades no implica desconocer las diferencias. Las diferencias en sí son sumamente ricas y positivas, necesarias en cualquier entramado social. Es justamente reivindicándolas que una plantea la igualdad de oportunidades.
¿Qué puntos en común podés encontrar en las mujeres víctimas de esta violencia?
Si bien cada historia es singular, hay patrones vinculares que se observan:
1. El aislamiento: se van aislando de la red social que hayan podido construir en su vida, tanto familiar como de amistades y se van recluyendo en el ámbito privado de la vivienda.
2. Otro punto en común que veo en ellas es la dificultad para poner en palabras: para poder compartir su experiencia.
3. El hacerse cargo, el sentir culpa por lo que están viviendo. Por lo general, el varón que ejerce violencia sobre una mujer suele tener un perfil psicópata, y por lo tanto, no se responsabiliza ni siente culpa por sus actos, sino que manipula a la otra persona de tal manera que ella termina sintiendo toda la culpa que él no siente. Muchas veces las mujeres terminan creyendo que ellas han merecido esa violencia. Desarmar esta creencia es uno de los pasos necesarios, sin lugar a dudas, para todo proceso terapéutico. Salirse de ese lugar les va a permitir pasar de un rol pasivo a un rol activo. No sólo en su vida emocional, afectiva y social, sino también en el ámbito productivo.
4. Otro común denominador (no siempre es así, pero sí en la mayoría de los casos) es que las mujeres se desligan y pierden contacto con su capacidad productiva. La dependencia económica con el agresor les dificulta a las mujeres tomar una distancia porque se sienten sumamente vulnerables y dependientes para su subsistencia. La reinserción laboral y social de la mujer es fundamental para que se pueda dar fin a un vínculo que la tiene sometida.
¿Necesariamente una mujer que llega a ese lugar tuvo que haber pasado en su infancia por escenas de violencia?
No siempre. Pero sí, muchas veces se reproducen patrones comportamentales aprendidos en la temprana infancia. Y esto es tanto para el rol del agresor como para la de la mujer agredida.
¿Cómo se sale?
Se sale con valentía. Con capacidad de recrear un proyecto vital diferente. La mujer cuando puede se resiste y se rebela. Llegado el momento, se rebela. Por supuesto que hay muchos casos en los que no se llega a esa instancia. Lo que es fundamental es romper el aislamiento y el silencio. En determinados casos, no se sale sola. Es necesaria una intervención interdisciplinaria. Es necesaria la pata legal, que acompaña a la mujer y la asesora en todos los trámites de exclusión, la famosa perimetral, en todo lo que tiene que ver con las obligaciones en proveer alimentos, si hubiera niños. La parte legal es muy importante. Instala la norma: la violencia es concebida como un delito. Y por lo tanto, es punible. Cuando la mujer toma esto como una herramienta, siente un respaldo social que es muy necesario para su proceso de recuperación. También está la parte emocional-psicológica, y a veces es necesario un acompañamiento terapéutico.
¿Cuánto avanzó la legislación en relación a esta problemática?
Hay grandes progresos. Uno de ello, la ley nacional que se aprobó por decreto presidencial en el año 2010 (LEY Nº 26.485 de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales). Una ley nacional que justamente lo que tiende es a instalar la violencia de género como un delito, en todas sus manifestaciones. Hace años se viene trabajando y se va logrando que la problemática se visibilice. Esto ya es un gran paso.
¿Y cómo funciona, según tu experiencia, el sistema judicial en relación a esta problemática?
A veces se tarda más, otras veces menos. No todos los tribunales trabajan de la misma manera. Pero cuando las resoluciones salen son de una gran ayuda. El sistema judicial tiene sus vericuetos, sus tardanzas y a veces no está a la altura de las urgencias. Pero el hecho de que tomemos consciencia de esta problemática repercute positivamente en todos los ámbitos institucionales.
¿Qué situaciones pueden empujar a una mujer a pedir ayuda?
A veces un gran susto, tomar consciencia de un riesgo vital. Muchas mujeres llegan después de una situación extrema donde peligraron sus vidas. Y muchas veces tan sólo la necesidad de retomar un proyecto vital propio, donde ellas puedan ser protagonistas de sus decisiones y de su propia vida. Donde ellas puedan hacer lo que quieran de su vida y quererse y ser queridas por lo que son.
Muchas gracias, Luz.
Me quedo con sus últimas palabras: "Donde ellas puedan hacer lo que quieran de su vida y quererse y ser queridas por lo que son". Y bienvenido cualquier otro aporte y/o reflexión.
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