Yo diría que necesito uno de estos fines de semana larguísimos cada dos meses. Mínimo. Como para no ser demasiado exigente y pedir uno mensualmente. No sé si será porque no me tomé todas las vacaciones que me correspondían o qué, pero me vino buenísimo este descanso aún sin haberme ido a ningún lado. Poder despertarse a las 11 de la mañana, decidir desde la cama si partir a una pileta, o a comer por Palermo o quedarse leyendo es impagable. Hice todo lo que quería: disfruté de mi casa, mi barrio, la pileta de unos amigos, el cine y mi nuevo libro. Ideal.
El miércoles almorzamos con Fito. Nos desubicamos. 3 horas. Cuando llegué Pedro me estaba esperando con cara de desesperado porque mi jefe me había llamado dos veces.
Fito es divertido y me hace reír. Parece estar contento con lo que hace. Me habló de sus viajes, de una camioneta que se pasa arreglando con los hermanos para competir en no sé qué carreras, de los libros que estaba leyendo (no me imaginaba ese perfil) y de su laburo. En realidad hablamos de todo como si no hubiesen pasado estos 15 años; yo sin los nervios que me generaba verlo pasar en su bicicleta por la puerta de casa y el mucho menos disimulado en su interés por mí que cuando teníamos 10.
-Vos no me dabas ni bola, Sofía.
-¿Yo? Vos no me dabas ni bola a mí, nene. Pasabas con la bici y ni me mirabas. Y después en el Renault 11. Todavía me acuerdo.
Fito se rió, me contó que ya había arreglado para irse afuera para Semana Santa pero que era un hecho comer una de estas noches.
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