A ver, arranquemos despacio. Tomemos aire.
Paz.
Eso es lo que vemos en los ojos de quien amamos. Eso es lo que buscamos después de un largo día, cuando llegamos a nuestro hogar. Comodidades materiales y espacio, eso no importa. Al fin y al cabo, nuestro hogar está donde está nuestro corazón. Entonces llegamos a ese hogar sin techo, pero lleno de calor, que forman sus brazos y sus ojos. Decorado por la paz que nos regala cada vez que encontramos su mirada.
Dedico este post sin sentido, pero con mucho sentimiento, a todos los que amamos alguna vez.
O sea, a todos.
Dígame algo, cool aunque sea, no me deje solo...
Deep, ¿qué pasó? ¿Se comió 3 kilos de caramelos? Ta’ bien, muy.
Paz, qué buena palabra, qué sencilla y qué complicada a la vez. Y sí, encontramos paz solo en lo que amamos profundamente.
Le cuento: esos días en los que estoy fusilado, complicado y el horizonte se presenta un tanto difuso, hago algo que no me falla: me levanto a la madrugada. Voy al cuarto a oscuras del pendex. Me quedo cerca, pegado, para escucharlo respirar. Lo observo un buen rato. Cuando estoy listo, le doy un beso sin que se despierte, en las mejillas.
No falla, dormido como está, siempre me devuelve una sonrisa.
Lo dejo, y me llevo mi paz, que a la mañana, la voy a necesitar.
Ustedes friends, ¿cómo la consiguen?
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