Tengo una tolerancia al caos de la que yo me jacto (y a más de uno exasperaría).
A ver. No soy una mujer maquinita. En realidad no creo que existan personas máquinas, pero hay personas que nacen o han aprendido a organizarse, a ser prolijas, resolutivas, expeditivas.
-¡Expeditiva, necesito que seas expeditiva!
Todavía recuerdo el reto de la coordinadora de producción del primer programa para el que trabajé en tele. Mi primera jefa.
Ojo, mejoré con los años, la maternidad me obligó, pero debo reconocer mis debilidades y fortalezas. Lo mío es la comprensión, la intuición, la paciencia, una lentitud fluida o una fluidez lenta... la dispersión de a ratos... lo orgánico.
O sea, tiendo a llevarme bien, en términos generales, con el caos.
Con cierto grado de caos. Con un grado razonable de despelote. Con un despelote que una pilotea.
Pero basta que salte un tapón, basta que se rompa una pieza (o para ser más concreta, basta que me falle varias veces la persona que me da una mano con mis hijas) para que aquel caos decente, aquel caos orgánico estalle.
Durante algunos años yo estallaba a la par de aquel caos.
Me desbordaba, me tensaba, puteaba en mil idiomas... El famoso sacarse. Salirse de una misma. Entrar en un remolino de ausencia similar en su raíz al de China cuando, jugando al juego de la memoria, se daba cuenta de que su hermana había ganado más fichas.
Es decir: en lugar de mantener la calma, de respirar hondo, despilfarraba la poca energía que tenía hasta quedarme emocionalmente exhausta.
Pero los años no vienen solos.
No sé en qué momento cambió la cosa, pero de un tiempo a esta parte, frente al mismo panorama soy otra. ¿De verdad voy a hacerme malasangre? ¿Voy a enloquecerme porque no llego a tiempo, a la hora pactada, con todas mis carreras mentales?
¿Y si re-pactamos los tiempos, si nos adaptamos a lo posible aquí y ahora? ¿Si los demás se adaptan a mí como yo a ellos?
No llego a pagar aquel servicio, no llego a hacer o a comprar lo que se supone necesito, no llego a escribir el texto que quiero, no llego a tantos otros lugares (ideales).
¿Y si tolero que mientras viva habrá un sinfín de tareas en proceso?
¿Para qué vivir corriendo? Si mi vida es este presente.
La única manera de desenredar nudos es con paciencia, con entereza.
Por eso, estoy convencida de que frente a esas enredaderas (del afuera amenazando el adentro) conviene más hacer un parate, frenarse, que apostar por el acelere.
Al menos ésa es mi manera.
Cuando siento que no doy más, suelo pedir un poco de ayuda (siempre hay una amiga o padre que puede darte una mano) pero por sobre todas las cosas, paro la pelota.
Me doy un recreo de dos horas.
Dos horas de silencio. De meditación. De caminata. De reencuentro con lo más profundo de mi ser... llámenlo yo superior, espíritu o alma.
Esas dos horas me organizan internamente de tal manera que después de ellas los problemas son sólo eso.
Problemas, desafíos a ir resolviendo.
A mi ritmo.
Desafíos que van a acompañarme hasta el última día que esté viva...
¿Cómo quiero vivirlos?
¿Qué piensan? ¿Cuántas veces a la semana se encuentran diciendo: "no tengo tiempo"? ¿Para qué les gustaría "hacerse tiempo"?
Hace tanto que no me hacía tiempo para mirar las primeras fotos de mi segunda hija:
Lupe recién nacida
PD: El 27/09 estamos juntándonos a festejar el quinto aniversario del blog. Las que quieran sumarse al encuentro, pueden escribirme a inessainz@msn.com ¡Muy buen fin de semana!
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