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“El hombre que ama no es infiel”




Hace unos años mi amiga Flor me invitó a ir a un bar con un amigo de ella. Me acuerdo que las dos estábamos solteras y tranquilas en nuestra situación. “Él va a ir con amigos”, me dijo, “Así que seguro que nos vamos a divertir mucho.”
El amigo en cuestión estaba casado y con un hijo; los acompañantes, o estaban de novios, o también estaban casados. Me acuerdo de uno en particular que estaba a un mes de contraer matrimonio. No me lo olvido porque sus ojos y sus palabras picantes iban atrás de cada mujer que se le cruzara a menos de un metro de distancia. También tengo el recuerdo de estar sentada en una banqueta de la barra del bar, y observar a través de la luz tenue el brillo dorado que desprendía la alianza del tipo que estaba sentado al lado mío. Era otro de los amigos invitados y gesticulaba a lo grande; decía cosas intrascendentes que no llegaban a entrar por mis oídos. Mi mente vagaba en otra dimensión; en un mundo paralelo muy alejado a ese espacio y tiempo presente.
“¿Y si nos vamos de acá y nos vamos a un telo?”, soltó de pronto con sus ojos clavados en mí. ¿Vendría hablando sobre eso o simplemente lo largó así de la nada, desubicado? No tenía la menor idea, pero lo cierto es que me bajó de un hondazo a la tierra, a la mediocridad de esa noche, al olor a cigarrillo fundido con música y griterío humano. Su tono sonaba tan natural. Parecía que me hablaba de la cosa más mundana del mundo, como ir a comprar pan o puchos a la esquina.

Con los años me iba a tocar vivir escenas parecidas, pero a ese día lo rememoro como el momento del comienzo de una cierta desilusión. Un desencanto parecido al de una niña inocente a la cual le dicen que Papá Noel no existe. Peor que eso, que ni las sirenas, ni las hadas ni tampoco los unicornios existen.
Me acuerdo que le pregunté si la esposa sabía lo que hacía. Este tipo y sus amigos se rieron. “Es lo más normal del mundo. Todos lo hacen. No tiene importancia. Para mí una noche no es infidelidad.” De alguna manera retorcida me explicó que no estaba mal porque simplemente era algo usual en la sociedad. “Algo normal de lo que no se habla”, concluyó. “Si está consensuado con ella está bien. Cada pareja tiene sus reglas que la hacen feliz. Pero en este caso tenés que mentir. Más fácil es no estar en pareja. Nadie te obliga. ¿Te gustaría que te lo haga?”, le pregunté. “No, pero seguro que ella también me miente en otras cosas”, me contestó. Qué rabia me dio.
Después de esa sensación fea, decidí sacar el tema con mi mejor amigo. “Ay sí, Cari”, me dijo, “Por supuesto que es lo más normal. Al menos entre los hombres. Todos mis amigos que están casados están bien, pero cada tanto tiran una cañita al aire. No tiene nada que ver con el amor.”
Mi hermana mayor fue drástica: “Todos los hombres son infieles, Cari. Trabajo en sistemas y soy la única mujer entre 30 tipos casados o de novios. Todos se la pasan hablando de sus conquistas. Rodeada de ese ambiente, a mí se me hace muy difícil creer en el verdadero amor.”
Y en este instante, este es el tema que se me viene a la cabeza para compartir. De adolescente no podía dejar de ver este video. Jon Bon Jovi se había casado con su novia de la secundaria y se decía que todas las canciones eran sobre su historia de amor. Nunca se habló de ellos en los medios. Nunca expuso a su familia (tienen 4 hijos). Hoy, después de décadas, siguen casados e inseparables. Me pregunto si la fidelidad es posible en profesiones como esta. Lo que no debe haberles faltado nunca, es mucha comunicación.
La semana pasada salió la cuestión de la fidelidad con Diego y cuando le mencioné que mi viejo amigo decía que se podía ser infiel sin dejar de amar a la mujer, él me miró sorprendido y me dijo “tachá la palabra amar de esa frase. Es una excusa. No existe tal cosa. Por supuesto que conozco muchos hombres así, pero te aseguro que son personas que no están enamoradas de verdad, ni se involucran en general demasiado con el amor en ese momento de sus vidas. El hombre que ama no es infiel, no tiene ganas de mentir. Para qué mentir. Ojalá no pienses que todos los hombres lo son.”, me dijo.
“No, la verdad es que no lo creo. Sé que cuando el hombre o la mujer quiere con todo su corazón, ni se le ocurriría perder eso tan maravilloso por algo que sólo traería problemas”, le dije, “Si creo que es verdad que estamos en una sociedad que le cuesta abrirse, entregarse al amor, confiar su corazón. Un mundo que teme tanto salir herido, prefiere no animarse a la intensidad. Entonces, bajo estas premisas, y en el marco de un amor endeble, poco profundo, la infidelidad es algo que puede darse con facilidad.”
Diego me miró con una sonrisa y agregó: “cuando las personas no aman, siempre ven el jardín del vecino más verde.” “Sí, así lo ven las personas que no amaron nunca, o que dejaron de querer”, le dije. “Si un día dejo de quererte, vuelvo a empezar a quererte de nuevo”, concluyó y me dejó sin palabras.

Al día siguiente, recordé a todos aquellos hombres enamorados de sus mujeres que me crucé en mi vida. Fueron muchos. Entre ellos, me acuerdo de un viejo compañero de trabajo que me dijo que el sólo hecho de pensar en irse con otra, le generaba dolor en el corazón y un agotamiento mental: “Con mi mujer todo lo siento liviano, fácil, sincero, aun en los conflictos. Irme con otra, aunque sea por una vez, lo volvería todo denso, mentiroso.” Me acordé también de una entrevista a un tipo que me llamó la atención porque decía que la infidelidad le daba fiaca y que la sola idea lo estresaba; que era muy complicado y que ni loco tiraba una relación que valga la pena al tacho por un momento de placer que después se vuelve una pesadilla.

Creo que para restablecer la confianza y volver a empezar de manera segura, a veces simplemente tenemos que dejar de focalizar tanto en las historias de todo aquello que no funciona, de lo traicionero, de lo desamorado e infiel. En la vida vemos lo que queremos ver y, por eso, si nos centramos en los relatos fallidos, nos parecerá que esos son los únicos que existen; los representantes de un destino inevitable en nuestras vidas.
Tal vez, sería bueno que empecemos a ver y creer en todas las historias de amor maravillosas que hay en esta tierra. Historias de lealtad y fidelidad hacia nuestra propia esencia y hacia los demás. Historias de amor profundas en sentimientos, pero livianas de mentiras.
En nuestra vida existirá lo que queramos que exista. Por eso, estoy segura de que si tenemos la dicha de dejarnos envolver por esa sensación maravillosa de paz que regala el amor profundo y sincero, seremos capaces de preservar sin ningún esfuerzo ese mar de tranquilidad.
Ustedes, ¿creen que la infidelidad es la moneda más corriente y normal? ¿O piensan que tan solo parece ser lo más usual porque nos detenemos más en esas historias que en aquellas de amor leal?

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