
Nuestra pareja nunca se destacó por la calidad en la comunicación.
No.
Durante mucho tiempo lo negué y por momentos también creí que no lo necesitábamos (bueno, eso también es negar, ahora que lo pienso).
El tema es que en el último año, la falta de diálogo sincero se hizo muy notable y las consecuencias están a la vista.
Durante todo el fin de semana (Dios, qué desgastante que es hablar y hablar y hablar) estuvimos definiendo nuestra situación actual. El veredicto fue: terrorífica y crítica.
Qué feo es cuando te das cuenta de que ni siquiera estás peleando, que hay como una anestesia, algo así. Cuando la charla es sedada. Te preguntás: "¿Acá hay emoción o ya ni eso queda?"
Así fue el sábado a la noche. Estuvimos hablando desde las 11 PM hasta las 4 AM. Así, casi como si habláramos de otras personas. Con una seriedad y una cordura tan serenas como sospechosas.
El Domingo me despertó Nicolás a las 8 AM con mate.
"Gorda, yo me muero sin vos"
Y me largué a llorar como si, no sé, me hubieran despertado de un coma de treinta años.
Lloré abrazada a mi marido durante, mínimo, 45 minutos. No podía parar. Creo que mis ojos se estaban cobrando meses de sequía forzosa.
Hablamos de nuevo, toda la mañana.
Decidimos empezar terapia.
Ayer llamé a un tipo que, además de terapeuta de parejas es sexólogo.
El viernes a la mañana tenemos la primera sesión.
No nos va a venir mal.
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