El invierno, crudo, pero a la vez tierno, empieza a acercarse a quienes vivimos en el hemisferio norte. Voto por el verano, andar liviana de ropa, sol, calor... Aunque en los lugares a donde vivo el invierno es tan largo que desde hace un tiempo decidí ponerle onda. Así que tanto frío me motiva a idear mucho más los atuendos de cada día, porque llega a ser tan fuerte en Londres y en Nueva York que siento que se me parten los huesos temprano por la mañana cuando tengo que salir. Enfermarse es muy común así que mi objetivo es abrigarme, a como dé lugar. La parte positiva del invierno en materia de moda es que permite hacer de todo con el placard.
Durante estos meses helados tengo una especie de ritual-ropero: me despierto, miro por la ventana, veo que el cielo es tan gris que hace pensar que la luz no llegará más, me deprimo un poco, salto a la ducha, pienso en el sueño tremendo que tengo y, al final, en qué me voy a poner para no congelarme. Me envuelvo en una bata y frente al vestidor empiezo a mirar y revolver hasta lograr un look abrigado-Mili-con estilo.
Voy combinando a mi gusto diferentes géneros, cortes, colores, accesorios (parece que me lleva una eternidad, pero todo el proceso no dura más de cuatro horas… Chiste malo!). En verano es más sencillo, pero llego a la conclusión de que, entre el termómetro que marca grados bajo cero, el sueño que sigo teniendo y la pereza por ser el alba tardo más de lo querría.
Sí me entusiasma mezclar varios estilos. Esto de ser modelo hizo que no me fuera indiferente el vestirme, aunque sea para estar en casa. No soy de las que fuera de la pasarela optan sólo por jeans y camisetas blancas con zapatillas, si bien no está nada mál este look, pero a mí me divierte lograr verme siempre con aires nuevos.
Uno de los estilos que últimamente estoy implementando es usar muchas capas de ropa abrigada. Por ejemplo: vestido largo hasta el piso, con pollera más corta encima, medias por debajo del vestido y borcegos. Algo muy ligero por debajo de un sweater de lana (puede ser una camisa o una remera manga larga), un saco de vestir tipo tuxedo para darle un toque de elegancia a todo este menjunje o una campera de cuero si el vestido es elegante. Arriba de todo esto, un tapado de piel sintética. Armando todo este conjunto me doy cuenta que encuentro cosas olvidadas, que combino lo que pensaba incombinable y que al final no me congelo.
Otro punto es la inspiración para llegar a todo esto. Observo mucho el trabajo de los estilistas con los que trabajo y a algunos diseñadores, porque incluso en los desfiles los diseñadores siempre tienen estilistas que les arman los looks. Así que ellos me enseñaron mucho a descubrir los estilos que más me gustan y calzan con mi personalidad. Soy de la idea que uno viste respondiendo mucho a su forma de ser.
Pero la cebolla en la que me convierto a veces dura poco. Hace unos días empecé a trabajar a las 5.30. Llegué a donde haríamos la producción, totalmente abrigada, con miles de capas, y el equipo me cuenta que vamos a hacer las fotos en una fabrica en plena construcción (por ende el frío corta la piel) y que la historia que contaremos por medio de los outfits es sobre lo que se viene para el verano! Lluvia, tormenta de nieve, de chanes.
Entonces me miro vestida, siento que soy feliz con la elección que hice hace una hora, y muero por no sacarme ni siquiera los anteojos. Al estar acostumbrada me la termino bancando y logramos hacer un shooting buenísimo que espero poder mostrárselos pronto. Todavía me rechinan los dientes.
Conclusión, mi trabajo es a veces una linda guachada: en pleno invierno shootear ropa de verano y a cuarenta grados posar con pantalones de cuero, botas, abrigos y gorros. Pero los gajes del oficio son así, a veces tan crueles como el invierno.
En esta nota: