Todavía no sé del todo de qué se trata, pero es uno de los ejercicios que probablemente más fácil me salga.
Tuve alguna que otra señal de niña y adolescente, algunas pistas de que terminaría siendo mi actividad, aquello a lo que me dedicaría "cuando fuera grande", pero en su momento no acusé recibo de ellas. Recién hoy, a la luz de los acontecimientos, la mirada retrospectiva me permite reconocerlas.
La primera señal. Allá por 2do grado, año 87, mi primer año en el Andersen, colegio de Capital, barrio de Belgrano. Entonces, mi composición acerca de San Martín fue elegida "la mejor composición de la clase". No recuerdo si esas fueron las palabras textuales de Patricia Ganora, mi maestra, pero sí estuvo claro que -a sus ojos- mi trabajo se había destacado.
Ese fue, como les decía, el primer año en aquel colegio privado. A partir de entonces mi capacidad sobre-adaptativa haría que, como el boletín de la primaria lo explicitaba, "me destaque en todas las materias". Creo que era una época en la que estaba más interesada en querer agradar y ser aceptada y querida que en indagar mi deseo, o el color específico de mis potencialidades o "talentos".
Recién en el último año de la secundaría recibiría otra pista. Escribiría en casa un texto acerca de la calidad de vida del alma, en contraste con la calidad de vida "del cuerpo" (así llamaba entonces a lo hoy sólo llamo "intelecto"). Es el primer registro de inspiración que tengo, de alboroto emocional a partir de una intuición vaga que pedía a gritos ser bajada a tierra. Luego le acercaría ese borrador al rector del secundario y él lo pondría como texto editorial de la revista, de la única revista de 5to año.
Ya al salir del secundario, las señales se irían clarificando. Aparecería la necesidad de volcar a papel (y documentos) lo que iba viviendo y reflexionando, y a la par, la sed de leer y de conocimiento. Y esta última fue más fuerte que la mera pasión literaria porque al momento de elegir carrera, ni consideré Letras, y sí Filosofía (y Sociología, como segunda carrera).
Luego, al entrar en la televisión, la escritura seguiría presente pero de modos inesperados... ahora debía resolver cuestionarios para Andy K. con preguntas sobre sexo (oh, dios santo), o guiones acerca de historias y personajes bizarros de los realitys (Eduardo, Granelli, ¡las Super M!)
Lo que sigue ya lo saben: la escritura de guión autodidacta o con asistencia de Javier Daulte, rechazar toda propuesta que viniera de la tele y poner la atención en el cuerpo, en la expresión desde ese aspecto. Y publicidades, ¡pero mejor de eso no hablo!
Tuve que esperar a una crisis de economía doméstica para volver a desempolvar esta herramienta y hacerme cargo de tenerla. Y entonces aparecería este blog, el desafío es escribir de lunes a viernes, que aun con mi falta de entrenamiento y las varias piedras, me confirmaría que lo mío va por acá, que éste es el MEDIO. Medio que hay que seguir depurando y por otro lado, enriqueciendo, pero con estos pinceles me quedo... siempre y cuando tenga "algo que decir", siga teniéndolo.
"Le preguntaron a Caldwell qué necesitaba para escribir: ¿Estar acostado, papel amarillo, música? Lo que yo necesito –respondió Caldwell- es tener algo que decir", escribió Sábato. Y qué cierto.
¿Qué importancia tiene la escritura en su vida? ¿Cuánto necesitan o les sirve expresarse por escrito, en cualquier formato? ¿Qué valor tuvo en su pasado?
En esta nota: