
Fernanda Sández es periodista y estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires, se nota el oficio en el manejo de las palabras con las que las que aborda un tema complejo que hace siete años comenzó a investigar. En “La Argentina Fumigada” (Editorial Planeta) hay datos precisos y bien documentados, pero también descripciones que nos transportan a la pesadilla que vive cada uno de los pueblos sometidos a las prácticas de envenenamiento. Cuando ella habla, también los datos son contundentes: en nuestro país hay 12 millones de personas afectadas por las fumigaciones a los cultivos en provincias que se dedican a la agricultura. La situación parece calcada dentro de esas comunidades, aumento de malformaciones, problemas de fertilidad, cáncer y muerte. Muerte que arrasa y no discrimina edades. Al mismo tiempo, el negocio de los agroquímicos, aunque cuestionado, sigue en un momento de esplendor, mueve más de 3 mil millones de dólares por año, y es muy difícil detenerlo, o incluso regularlo. Hay demasiadas personas involucradas que están a favor de que todo lo que comemos y usamos, sea rociado con pesticidas y herbicidas.
Hay un año clave y es 1996, cuando el entonces Ministro de Agricultura y Pesca del gobierno de Carlos Menem, Felipe Solá, le abrió la puerta a la comercialización de la soja transgénica a la multinacional Monsanto, comprada por Bayer durante 2016. Por entonces, el cultivo de esta legumbre tenía el atractivo de la velocidad en generar ganancias frente a otras plantaciones tradicionales, bastaba con tener algunas tierras cultivables y comprar las semillas modificadas genéticamente para volverse resistentes, los fertilizantes y los “fitosanitarios” para mantener a las malezas controladas. Era un negocio redondo, Argentina volvería a transformarse en un semillero, aseguraban los más optimistas. Se decía por entonces que podía ayudar a paliar el hambre del mundo. Pero esa soja resistente, por su bajo costo, se transformó en un componente habitual de los alimentos procesados en forma de harina o de aceite, y en la mayoría de los casos (más de un 80%) es destinada a la exportación que termina como forraje para el ganado europeo y asiático.
El modelo de fumigaciones, que es tan funcional para el mercado, se repite con otros cultivos, cereales, algodón, frutas y verduras. “Están ahí. Aunque no los veamos están ahí” anuncia el libro en la introducción. Como en una película de terror, no estaban previstas, o tal vez no importaban demasiado, las consecuencias de un sistema de producción dependiente de esos tóxicos que no solo enferman a la tierra y el agua, sino también a los animales y a los seres humanos.
Daños colaterales, dicen.

Se puede pensar en un paradigma a gran escala sin utilizar agrotóxicos. - Créditos: Latin Stock
La realizadora francesa Marie-Monique Robin, creadora de libros y documentales como “El Mundo según Monsanto” o “Las cosechas del futuro”, entrevistada por Sández, le decía que en esa situación nos encontraron distraídos, que las crisis económicas nos enfrentan a otro sistema de prioridad por pensar siempre a corto plazo. Pero la explicación no alcanza a justificar que veinte años después, la movilización aun sea tan lenta. Mientras que en otros países se prohíben ciertos agroquímicos, en Argentina se los aprueban sin controles externos, más que los de la propia empresa que los produce. Los intereses abarcan al Estado, a la producción privada, al sistema de salud y también al educativo. En ese país se interna la periodista para indagar por qué no reaccionamos antes, cuando los resultados empezaron a notarse y qué podemos hacer a partir de ahora. En una charla junto a Sebastián Delfino, que se extendió fuera del aire en la radio Ensalada Verde, Fernanda Sández habló sobre su investigación.
-¿Cuál es la repercusión del libro?
Hay un cambio de conciencia porque a través de distintos medios, muchos que antes eran inimaginables, como una radio en internet, está circulando información, y es eso lo que hace al cambio fundamental, cuando la gente sabe, tiene una reacción. Creo que, como sucedió con Mal Comidos (de Soledad Barruti), la gente no dispone de la información necesaria para saber lo que está llevando a su mesa, a su casa y según pude ver en mi investigación, a su botiquín. Desde el año pasado la universidad Nacional de la Plata comenzó a investigar lo que pasaba con el cultivo del algodón y se encontró con glifosato que es la sustancia activa con la que se rocía al algodón que es resistente al glifosato. En otros casos se encontró AMPA que es el metabolito, lo que queda cuando el glifosato no está activo. Los procesos industriales hacen que en algunos casos, lo que pasa normalmente -que se pase de glifosato a AMPA- no opere, entonces queda el glifosato congelado, activo, y el problema es que lo encontraron, lo detectaron, y lo midieron en productos tan sensibles como en una gasa esterilizada que aplicas en una herida cruenta. En un algodón.
-Hasta en los tampones, detallás.
Se abrió un debate absurdo porque los defensores de este sistema de cultivo decían que no había problema en que hubiera glifosato porque las moléculas están en circulación. Pero en este tipo de productos, un elemento que está indicado como posible carcinógeno no debería estar nunca. Pensá que tu vida fértil durante cinco días al mes vas a estar expuesto a una toalla o a un tampón que va a estar horas en tu cuerpo. Esto en otro lugar del mundo hubiera sido un verdadero escándalo. De hecho, en Francia se retiraron una partida de tampones cuando esto comenzó a circular, acá no sucedió nunca.
-Hay mucho silencio en torno al tema.
-En la recorrida vi que lo que prima la “omertá” el silencio mafioso. No es que la gente sea mafiosa, sino que se ha instalado un sistema de silenciamiento que es increíble, por ejemplo, en los lugares en donde se hacen las denuncias por la salud de los niños fumigados, esas denuncias no son tomadas. O se trata a un niño fumigado como si tuviera gripe, como pasa en Chaco. O a una nena, el caso lo tengo presente porque me impresionó muchísimo, le aparecían lesiones en la piel una y otra vez, se caía y se marcaba. Cuando la madre va a consultar a los médicos, le dijeron que la golpeaba, le estuvieron a punto de hacer una denuncia por maltrato. Después el director del hospital le dijo que eran picaduras de mosquito. Y cuando esa chiquita vino a Buenos Aires se supo que tenía leucemia. Es desesperante. Yo tenía la impresión de ver algo que todos ven, pero a lo que nadie refiere. Y esto tampoco es casual, yo hablo en uno de los capítulos del libro del “neolenguaje de la tranquilidad”, a los agroquímicos llamarlos fitosanitarios o remedios, a fumigar decirle que es curar, estamos “curando” los tomates. Es raro que le digan pesticida o herbicida, porque el origen de la palabra latina habla de muerte, es matar. Otra de las cuestiones, te dicen “no digas agrotóxicos”. Toxon es veneno, todos estos productos tienen la categoría toxicológica porque son venenos. De mayor peligrosidad o de menor peligrosidad. Pero entra en una de esas cuatro categorías toxicológicas. Si lo decís, el agronegocio se enoja. Siempre me corrigen.
-¿Por qué sigue sucediendo con tantas pruebas en contra?
-Hoy hacer negocios es hacer dinero rápido. El negocio dinamiza el tema del tiempo. No es casual que la mayoría de los campos en Argentina no son de quienes los explotan sino que son campos alquilados. FAO hizo un informe sobre esto, diciendo que el 90% de los campos permanecen inactivos en invierno. No se los siembra, porque el negocio son los cultivos de verano, es la soja. Claramente no estamos queriendo alimentar al mundo. Si tenés en cuenta que es un negocio que produce muchísimo dinero, y que está asociado con varias industrias. La industria de los agroquímicos, para que tengamos en cuenta la dimensión, saca al mercado diez productos por mes, diez nuevos formulados.
-Y son las propias empresas las que presentan las pruebas en el SENASA (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria).
-La composición real de los productos es un misterio. La resolución 350/99 del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria garantiza en uno de sus artículos la protección más absoluta para las empresas y para los que fabrican. A esos estudios que presentan las empresas para que aprueben determinado pesticida, tienen acceso algunos veedores, obviamente de SENASA, pero vos, que vas a ser la que reciba cerca de tu casa, si vivís en una zona de cultivo, o adentro de tu ensaladera, vas a estar expuesta a eso que no tenés derecho a saber, por el secreto industrial. Lo único que vas a ver en las etiquetas de los plaguicidas, aparece la mención del activo del tóxico principal y hay un porcentaje altísimo de algo que se llama “coadyuvantes”, ¿qué hay ahí? No lo sabemos. Y no es casual. En Estados Unidos hubo un fiscal de Nueva York, Eliot Spitzer, que se propuso estudiar qué era lo que pasaba con esa sustancia misteriosa, pidió a la justicia que interviniera y le pidiera a las empresas que revelaran esos coadyuvantes. Estudios independientes demostraron que no solo se habían multiplicado en diez años, habían aumentado en su volumen, sino que también eran carcinogénicos, eran altamente contaminantes de agua, tenían impacto sobre los agrosistemas. Nosotros no accedemos a esa información, es como la deep web. Y lo que es importante, nada de esto se aplica solo. Se aplica en cócteles, y el efecto también es un efecto cóctel.

Fernanda Sández y el libro que investiga las consecuencias de los agroquímicos en nuestro país. - Créditos: Valeria Cuska
Complicidad y veneno
“Mientras que en las últimas décadas la superficie cultivada en la Argentina creció casi el 62%, el mercado de los herbicidas creció más del 1000% según un informe del INTA”.
-En todos los sistemas los silencios son funcionales, que no se mida el cáncer en algunos lugares de producción agrícola, no es inocente. Que se salgan a hacer mediciones luego de que hubo denuncias de vecinos tampoco es casual. Hace unos días hablé con la Jefa de Toxicología del Hospital de Niños, y ella estaba sorprendida porque dice, qué cosa que en estas poblaciones en las que tenemos tantas en Argentina porque tenemos un país agrícola, expuestas a la acción de los pesticidas, no se haya evaluado qué pasa con la psicología de los chicos, qué pasa con los expuestos a insecticidas que se sabe que incide sobre el sistema nervioso. No somos tan distintos de los insectos. Desde 2014 en Francia hay una enfermedad laboral reconocida por el Estado francés, que es lo que ellos llaman “Parkinson por Pesticidas”.
-Eso es solo para la gente expuesta a los pesticidas.
-La primera frontera es a quienes están expuestos, si además tuvieran que compensar a los que consumen, ¿qué tendríamos que hacer? En estos momento se está juzgando en Corrientes a un productor de tomates por la muerte de un niño de cuatro años, Nicolás Arévalo, intoxicado por endosulfán. Ese producto que ahora está prohibido hasta hace poco lo comíamos en tomates, lechugas, era un insecticida muy barato y muy eficaz. Se lo prohíbe recién en 2011, se lo sigue usando hasta 2013 para liquidar stock y muchos aplicadores hasta el día de hoy dicen que se sigue usando. Hay otras dos sustancias que se prohibieron por la resolución 149 de agroindustria de este año, una es metamidofós, que es un pesticida y otro es el metil azinfos, otro insecticida. Desde el primero de julio no lo podés fraccionar, pero hasta marzo del año que viene lo vas a poder seguir comiendo. Eso es una ley que está hecha para liquidar stock.
Metamidofos (acaricida e insecticida) (altamente tóxico para abejas, muy tóxico para aves y ligeramente tóxico para peces). Usado en cultivo de Tabaco para control del pulgón rojo.
Metil Azinfos (acaricida e insecticida) (altamente tóxico para abejas, muy tóxico para aves y extremadamente tóxico para peces).
El Glifosato de amonio fue catalogado el 21 de marzo de 2011, como “probable cancerígeno” reconocido como neurotóxico ligado a problemas reproductivos y de desarrollo según la Base de Datos de las Propiedades de los Pesticidas (PPDB) de la Universidad de Hertfordshire.
El caso de Santiago Nicolás Arévalo es uno de los más comentados por estos días. En la localidad de Lavalle, provincia de Corrientes, Nicolás tuvo la “mala suerte” de jugar cerca de una tomatera que había sido regada por ese insecticida. El empresario Ricardo Nicolás Prieto fue acusado de homicidio culposo y también por lesiones a Celeste Abigail Estévez que estuvo en coma pero el 5 de diciembre fue absuelto. Los padres, que no tienen más que tiempo y recuerdos, esperan que se haga justicia. Por su parte, el 21 de septiembre de este año, la justicia correntina procesó por homicidio doloso al productor hortícola Oscar Candussi por la muerte de otro nene intoxicado, Juan Carlos Kily Rivero.

Margarita Arevalo, mama de la beba Rosa Azul, que padece hidrocefalia junto a Gladis Arevalo, madre de Nicolás, nene de cuatro años muerto por intoxicación de agroquímicos. - Créditos: La Nación/ Ricardo Pristupluk
-¿Hay proyectos de ley que estén en contra del uso de agrotóxicos, o al menos una regulación?
-No, no solo no hay proyectos, y eso también tiene que ver con los silencios y las complicidades, vos recordá que este es uno de los sectores de la economía, sino el que más creció, solamente en un año. Desde 2015, el sector de los agroquímicos creció un 36,5% ni la siderurgia, ni la venta de electrodomésticos, ni la venta de automotores creció tanto. Triplica el conocimiento de otros sectores. Moviliza por año tres mil millones de dólares. ¿Quién se mete con ese lobby? Yo creo que muchas veces no es cuestión de culpar a los que están involucrados en estas prácticas. En el momento en que llegó la soja, como le dicen ellos, tolerante, la RR (Roundup Ready) -una semilla a la que por primera vez se le podía aplicar un veneno que mataba a todo pero a ella no- me contaban que veían que el vecino sembraba, cosechaba, ganaba fortuna y ellos trataban de hacer otro tipo de producción. Pero además pasa otra cosa, las leyes no van solamente en este sentido de protección y cuidado de la salud. Las que vienen avanzando fuerte son las que acercan las fumigaciones a los centros poblados. El proyecto del diputado Alfonso Coll Areco, para provincia de Buenos Aires es que las fumigaciones puedan llegar en los considerados productos menos tóxicos, o banda verde, que dicho sea de paso, para el SENASA la mayoría de las cosas que se aprueban son banda verde. Como dice el médico Damián Verzeñassi, evidentemente somos más resistentes que los europeos, lo que a ellos les hace mal a nosotros no nos hace nada.
-¿Es posible tener una una mirada positiva en torno al tema?
-Son muchas las que rescato, el caso de Rosario (de huertas urbanas y periurbanas) es uno de los clásicos. Uno de los grandes movilizadores es Lucho Lemos, vos lo escuchás hablar y es emocionante, él te cuenta en dónde estaba y a dónde llegaron hoy, y cómo le cambió la vida a la gente. En la crisis de 2001 que la pasaron realmente mal, la gente comenzó a comer otras cosas y lo que sembraba, pero después se dieron cuenta que además se podían abrir y vivir de eso, eso operó una serie de microcambios que quizás son invisibles pero importantísimos. La gente se comenzó a arreglar los dientes porque iba a tener que ir a vender esas verduras a otros lugares de la ciudad. Hubo gente que estaba desempleada y fue encargada de tal sector de la huerta, y esa persona se sintió importante. Eso terminó haciendo que gran parte de la producción de lo que se produce en Rosario sale de esas huertas. La gente cuando sabe comienza a hacer cambios, no comerás tomate, plantarás tu propia huerta. Lo de las frutillas es infernal, es muy fumigada, carga con muchísimo agroquímicos y es de las categorías más peligrosas, 1A y 1B, estamos hablando de sustancias que son capaces de eliminar un animal de ensayo con muy poquitos miligramos, ¿y eso le estoy dando a mi hijo? Todos los que saben dicen que el tóxico se reduce pero no se elimina, la única manera de que no haya veneno es que no lo hayas puesto nunca. Y la ley te va a decir que tan mal no te va a hacer, que lo podés comer por 70 años, esta minidosis la podés comer. La agroecología está entrando en muchos casos, no por un tema de salud sino por lo económico. En este momento producir industrialmente ha comenzado a ser un mal negocio y te lo dicen los productores, tenés que gastar tanto en agroquímicos y fertilizantes, porque el suelo ya no responde como respondía antes. Hacés las cuentas y no cierra por ningún lado.
Desde la Capital del Ruido, a veces se vuelve difícil escuchar lo importante. Y lo importante tiene que ver con la vida, la salud y la naturaleza, bienes invaluables. Hay una red que trabaja para que esta situación cambie. Médicos como Damián Verzeñassi, y su equipo, con los campamento sanitarios, el doctor Medardo Ávila Vázquez, referente de la Red Universitaria de Ambiente y Salud (REDUAS), el doctor fallecido en 2014, Andrés Carrasco que comprobó en su laboratorio el efecto del glifosato en embriones, Raúl Horacio Lucero Jefe del Laboratorio de Biología Molecular de la Universidad Nacional del Nordeste, que estudió el aumento de enfermedades y malformaciones, las Cátedras de Soberanía Alimentaria que brotan en el país, periodistas y medios que tratan el tema, y tantos vecinos de Córdoba, Entre Ríos, Chaco, Santa Fe, y localidades de Buenos Aires que hoy se organizan y luchan para vivir sin veneno, todos ellos merecen un gran espacio en este pequeño blog.
Gracias a Fernanda Sández por la valentía y el compromiso.

La autora del libro del momento. - Créditos: Alejandra López
Me encuentran en kariuenverde@gmail.com o Kariu en Verde
Abrazo.
Kariu
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