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Estoy en la peluquería con la pierna derecha levantada sobre un banco, mientras Norma, mujer joven de sonrisa generosa, trabaja con el bisturí en la planta de mi pie.
-Decime si duele.
-Sí, duele.
Apenas, no mucho, "pero que duela nomás, que siga doliendo, para que no vuelva a doler jamás", pienso. Y basta que termine de escribir estas palabras para que Norma diga:
-Esto no es que va a desaparecer. Esto va a volver a salir.
-¿Cómo?
-Va a volver a salir. Es una dureza.
-¿Y por qué?
-Porque es una dureza –repite, yo sigo sin entender y agrega, para consuelo mío– Ojo, quizás no vuelva, pero en la mayoría de los casos, sí.
Estamos hablando de un callo. De un callo plantar. Oh, sí. Perdonen que caiga en un tópico tan íntimo y tan poco... ¿delicado? Pasa que hace un par de meses que venía registrando una molestia, como si fuera una piedrita o una chinche incrustada justo debajo del metatarso. De entrada yo misma me diagnostiqué "dureza", usé la palabra que Norma usara recién, y ya, no le di más rosca al tema. Pero la molestia persistió y apareció el dolor. Lo que al inicio apenas estorbaba, en el último tiempo me hacía caminar renga, sobre todo si andaba descalza. Y la sensación era fea. No poder usar toda la superficie de apoyo, forzar la columna, torciéndola, evitándome estar en patas, incluso en ojotas o sandalias.
El martes mismo, antes de salir al taller, me encontré pidiéndole a Fede medias, "que me da vergüenza que me vean los pies".
Me di cuenta de que no sólo se trataba de un callo molesto, sino que me avergonzaba la totalidad del estado. Uñas mal cortadas, algunas muy cortas, otras largas, 2 o 3 pintarrajeadas por mi hija, picadura de mosquito, etcétera.
En fin, ayer tarde, en un rapto de lucidez, me decidí. A invertir una hora y unos pesos para poner en condiciones esa parte de mi cuerpo. "No es un detalle, los pies son fundamentales", me dije, "y si bien no necesitan estar bellos a los ojos de terceros, mal no te vendría vértelos vos lindos... y darte la licencia de andar descalza, sin tener que esconderlos".
Quizás los pies no sólo sean los pies. O sí. Bueno, que sean la superficie de apoyo de una totalidad no es poco. Y pretender que estén en coherencia con el resto del cuerpo, de las manos o el rostro, lugares comúnmente más cuidados, por lo menos es lógico.
¿Qué piensan? ¿Cuánto y cómo se cuidan ustedes los pies?

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