El sábado a la mañana no podía levantarme de la cama. El viernes por la noche se me había dado por explorar un ejercicio para las clases que consistía en desempolvar fotos de infancia/adolescencia y detenerme en las imágenes que normalmente rechazo. "¿Qué no me gusta de mí? ¿qué me recuerda?", algunas de las preguntas que me propuse responder... sin lograrlo. "Uno no es lo que recuerda, sino lo que pudo olvidar" se me vino el subtítulo de Vuelve, obra de teatro.
Hice el ejercicio a medias, irresponsablemente y me fui a la compu a escuchar música. Un tema tras otro. Habré escuchado unos 50. Terminé borracha de información, con una sobredosis de datos y emociones que hizo que finalmente me desplomara.
Al día siguiente el fin de semana empezaba y yo no podía "hacerme cargo". Cuando logré ponerme de pie, las niñas habían dado vuelta la casa. Logré salir del caos a la calle un poco antes de las 2 PM. En eso nos cruzamos con una mujer llorando e hice lo que nunca, preguntarle: "¿estás bien?" Asintió con la cabeza y siguió de largo.
Caminamos hasta el Burger King y me reté por estar consumiendo comida chatarra cuando el día anterior había estado jactándome de los beneficios de una dieta sana. Cuando hijas terminaron fuimos a un kiosco y le toleré a Lupe el capricho de un chupetín de $8. Mientras se lo estaba pelando, Lupe vio que su hermana había elegido caramelos de goma y quiso echarse atrás. "No, ni loca. Te compré el chupetín de Kitty, ahora te lo comés." La dejé llorando en el piso, no iba a ceder de nuevo. La vendedora del kiosco se compadeció conmigo y me dio una bolsa de caramelos sueltos, de regalo, para que Lupe se consolara con ellos. Lupe siguió llorando hasta que quiso dejar de hacerlo.
Volvimos. Teníamos que irnos a un cumpleaños. En el viaje Lupe arañó a su hermana. China, que venía muy ocupada con su atuendo y peinado, se sintió abochornada. Tenía un rasguño en su mejilla, imposible de disimular, minutos antes de llegar a destino. De hecho, no quiso levantarse del sillón de la casa de la cumpleañera (en toda la tarde). Me dio pena verla tan intimidada pero sabía que era un día raro, complejo, pesado y no me quedó otra que anotarme: "la próxima vez, antes de ponerte a descoser cicatrices, hacelo con prudencia."
Cuando retornamos a casa, empecé a sentirme mal orgánicamente. Lo emocional se estaba haciendo cuerpo. Cenamos rápido y dormí a las nenas. Cuando Fede llegó de su viaje, le dije: "me siento pésimo". Al rato estaba vomitando. Vomité 2 o 3 veces. Lupe también. "Seguro es un virus", dijo Fede.
Me dejé cuidar como hace tiempo no lo hacía. "No hables como una nena", me llamó la atención marido. "Sólo por hoy", pensé... "date ese permiso." Costó dormirnos porque a los malestares se le sumaron las despertadas de las nenas y el pase a nuestra cama. Estábamos los 4 apretujados, durmiendo, con el riesgo de contagiarles lo que me había pescado. Y sin embargo, conteniéndonos.
Y tan bien me contuvo señor marido que pude salirme del círculo vicioso y el domingo tuve mi pequeña revancha. Un día en familia, típico, todavía débil, pero valorado como pocas veces. Emocionada por tener a mi lado el compañero que tengo. Emocionada porque pese a todas las heridas pasadas, pude rearmarme y formar este equipo. Equipo que en general doy por sentado y olvido lo mucho que vale, lo gratificante de compartir tu vida con otros que te quieren. Lo necesario de esa entrega, de amar y ser amado, venciendo las rispideces, aprendiendo de ellas.
¿Y ustedes? ¿Cómo pasaron su fin de semana?
Recuperando la normalidad. China y papá
China dibuja a Lupe, mamá y papá
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