Texto publicado por Bich3río, comentarista del blog
Y sí... voy a contar una anécdota.
Cuando tenía doce años, nos encontrábamos vacacionando en Brasil con mi familia. Hicimos base en Camboriú y de ahí salíamos a recorrer las playas cercanas. Y ahí estábamos en la Praia da Cabeçuda, en Itajai. Un lugar al que mi hermano y yo habíamos pedido especialmente ir.
Resulta que en esa playa hay una piedra, una piedra grande que entra al mar, como si fuese un espigón de unos 50 m de largo, al menos así la recuerdo. En la mitad de esta piedra había un trampolín, y esa es la razón por la cual habíamos pedido ir a esa playa.
El trampolín era de cemento y piedras y tendría unos 2 o 3 metros de alto (¡para mí eran como 10!). Era el escenario perfecto donde los valientes hacían toda variedad de clavados posibles presumiendo su precisión y agallas frente a los que elegían quedarse mirando.
Por supuesto, yo quería estar en el grupo de los valientes...
Así que ahí fui. Primer intento... todos los garotos esperando mi arrojo. Llegué hasta el borde, esperé una ola, me aseguré de que no hubiera ningún tiburón esperándome en el agua ¡y me lancé! ¡¡¡UN PALITO PERFECTO!!!
Para volver a subir podías ir nadando hasta la playa y volver, o treparte por una cuerda con nudos. Y sí, tenía que volver por la cuerda. Mientras lo hacía, me iba armando de valor para tirarme de cabeza. Otra vez tomé aire y fui por mi segundo intento. Llegué hasta el borde, esperé una ola, bla bla bla, ¡y me lancé de cabeza! Admirable mi valor, ¡pero técnicamente un desastre!
Me quedé mirando a los garotos talentosos y vi que para tirarse tomaban carrera y saltaban, primero tomaban una posición más horizontal y a mitad de camino la modificaban para terminar con una entrada al agua impecable.
"Yo puedo", me dije a mí misma.
Entonces tomé aire y corrí... pero cuando iba llegando a la punta... zannnnn: ¡¡¡ME RESBALÉ!!! Mi rodilla golpeó el borde del trampolín, eso hizo que me diera vuelta y empecé a caer de espalda. No sé qué me dolió más, si el latigazo que sentí -en la espalda- cuando caí al agua, la rodilla... o mi orgullo. Cuando salí a la superficie, estaban todos los garotos talentosos asomados, viendo si todavía estaba viva.
Con la poca dignidad que me quedaba, me tomé de la cuerda y, una vez más, volví a subir a la roca...
Y bueno, esto es un poco un paralelo de cómo encaro mi vida. Ante los desafíos, la mayoría de las veces elijo saltar, a veces un salto palito, otras un salto mortal. Algunas veces me sale de panzazo, otras un clavado perfecto. Tengo cicatrices, en mi cuerpo y en mi corazón, pero también tengo mucha satisfacción por haberlo hecho, por haber saltado...
Y espero nunca dejar de querer hacerlo.
¿Y ustedes? ¿Cuánto se animan a los saltos?
Ilustración by Bich3río - Dinus
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