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Irrefrenable




El sábado visité a mi abuela.
No sé si será por esa compulsión de quien escribe a volver a la infancia, como escuché decir a un conocido escritor en una entrevista, o por la complejidad emocional y simbólica de lo que se me presenta aquí y ahora (que prefiero desenredar en una terapia), pero el caso es que estando allí se me viene muy en carne viva la niña que fui.
Y me refugio en ella, en la memoria, en esa arqueología involuntaria, en ese hallar escenas deshilvanadas del tapiz -pero significativas en sí mismas- porque hacerlo me reconforta.
Hay un hecho que justifica esta tendencia: el departamento de mi abuela es el único escenario que sobrevivió a mis 35 años. Me mudé entre 14 y 15 veces. La movilidad doméstica fue la regla. Ahora, eso sí, la casa de mi abuela fue y es siempre la misma (desde que soy chica).
Si voy al balcón, me puedo ver con una regadera en mano, chiquita, de plástico, que imitaba una regadera grande, la verdadera. Y me veo abriendo la canilla, colocando la punta de la manguera dentro de mi regaderita, llenándola para luego regar las flores, una por una.
También llego a ver el espectáculo de fuegos de artificio que desplegaba mi tío en Nochebuena y me recuerdo pensando, acaso repitiendo un pensamiento ajeno, que había gastado una fortuna, "y qué manera ridícula de quemar dinero".
La pieza de mi abuela, su dormitorio, me trae los perfumes de sus cremas. De la Dermaglós y de la crema de ordeñe, en menor medida. También me veo allí, echada, sintiendo la impecabilidad de sus sábanas. O ya más grande, sentada en el piso, chequeando que la grabadora de VHS hubiera grabado correctamente el último programa de Xuxa (antes de irse a los Estados Unidos).
Los baños de inmersión son tantos, las yemas de los dedos hechas unas pasas de uva, la espuma, las varias muñecas flotando, el agua tibia enjuagando mi cabellera, el talco, la balanza, los remedios importados.
En lo que fuera mi dormitorio me veo mirando la ilustración de los 7 enanitos que forraba el interior de un libro (de cuentos). Y me veo hurgando las rarezas del escritorio, los lápices gruesos, los sellos.
El living y la cocina, salvo al nivel del piso, sí era territorio adulto: de debates, de chismes, de charlas, de llamados, de telarañas verbales.
Y también estaba el cuarto de servicio con su máquina de escribir... y... y...
Y podría seguir y seguir... en un sinfín arqueológico, desempolvando recuerdos, re-construyéndolos, con la esperanza de que todo aquello eche luz sobre este presente y me permita apreciar la totalidad del cuadro, con sus luces y sus sombras, con sus contrastes... y me permita entender que el cambio, el deterioro, los achaques, las roturas familiares, las pérdidas, son como las hojas que caen de los árboles, parte constitutiva -o posible- del ciclo vital. Milagroso, irrefrenable.
¿Qué piensan ustedes? ¿Cómo fue su fin de semana? ¿Cómo se sienten?
PD: Como siempre, para contactarse por privado: inessainz@msn.com ¡Buen arranque de semana!

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