

Nunca fui bueno para comprar preservativos. Los compré, por supuesto, porque hay que cuidarse y hay que cuidar a la/el/los otra/o/s. Pero una de las mejores cosas que tiene sostener una pareja en el tiempo es que dejás de comprar forros. Acá van cuatro motivos por los cuales incomoda tener que comprarlos.
Primero, la timidez. Por más que lo queramos convertir en algo natural, nunca me resultó normal pedir condones como si fueran caramelos. "Me llevo estos chocolates, un par de chicles jirafa y dame una caja de preservativos." Es demasiada información para el vendedor. Es decirle que en un rato vas a estar desnudo ensayando posiciones raras, pero en un momento vas a frenar para ponerte eso que él te está vendiendo. Para colmo, hay que elegir un color. ¡Vendeme cualquiera! Terminemos con esto, ya. Al vendedor, ya le entregué mi intimidad, pero ¿por qué el o la clienta que viene detrás de mí en la cola tiene que saber si me gustan los que traen tachas, los fosforescentes o los que tienen olor a frambuesa?
Segundo, la culpa. Si el vendedor es vendedor y no vendedora, le estoy refregando en la cara que yo pude y él no. Le estoy diciendo: "Me voy a tener sexo mientras vos seguís atendiendo este maxikiosko que no excita a nadie". Si al otro día vuelvo, me veo obligado a contarle cómo me fue, con quién fue, cuántos usé, qué tal estaba ella desnuda. Es cierto, podría mantener todo en la intimidad, pero, en el fondo, me sentiría un hipócrita.
Tercero, ser un caballero. Si es una mujer la que atiende el kiosko, me veo con la responsabilidad de portarme como un hombre. Comprarle forros a ella es una falta de respeto, es pedirle que me los venda para usarlos con otra. ¿Y ella qué? ¿Es poca mujer? ¿Quién me creo que soy? ¿A mí me gustaría venderle un DIU a otra mientras me quedo atrás de un mostrador? Ante vendedoras, dije: "Me llevo chupetines, un yogur y una cajita de; éstos...", y automáticamente nos mirábamos a los ojos y su mirada clavada en mi frente me hacía sentir un engañador. Llegué a pedirles perdón, llegué a dar excusas: "No es lo que vos pensás".
Cuarto, la moral. Por más que nos hagamos los liberados y los progres, siempre me resultó tensionante comprarle forros a un mayor de 55. Me mira como si no pudiera enderezar mi vida, como si él o ella me los vendiera porque no le queda otra. "Por suerte, mi hija no anda con alguien como vos."
Difícil, la vida, ¿no? Hablé este tema en terapia. Desde aquella sesión, me pidió que fuera dos veces por semana. Me alivió la llegada de las máquinas expendedoras de preservativos a los baños de los bares. Pero nunca me di maña para la tecnología, y si hubiera necesitado de eso, hoy sería virgen. Debería existir otro sistema. Que vengan forros con la boleta del ABL, los deja el cartero en el buzón. Alguna solución tiene que haber. Imagino qué complicado será para las chicas comprarle a un hombre, por ejemplo. Si ya cuando sólo las vemos pasar, lo primero que imaginamos es cómo serán en la cama y las soñamos en distintas posiciones, al venderles un preservativo, es una invitación a armar en nuestra mente la película erótica de nuestros sueños. Me voy a dormir.
¿Te pasa lo mismo que a Sebastián? ¿Cómo hacés para superar la vergüenza o la incomodidad? ¡Opiná!
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