*Texto escrito por Carolina B. (39 años) en el marco del taller. Carolina es Comunicadora Social y madre de dos varones.
Lo más increíble de mi historia con Pablo es que nunca tuvo un final, o al menos para mí. Fue una historia tan intensa como fugaz. La mitad ocurrió, fue real. La otra mitad fue deseo.
Nos conocimos en 1989. Yo tenía 16 y él 17. Íbamos a escuelas diferentes pero, por esa época, compartíamos el mismo grupo. No voy a decir que nos gustaban las mismas cosas porque en realidad no era así.
A pesar de que teníamos casi la misma edad, él tenía intereses completamente distintos a los míos. Yo tenía una mirada del mundo bastante naif, a la distancia pienso que era propio de la edad. Pero en ese momento sólo quería tener un novio que me cuidara, que me pidiera casamiento y que soñara conmigo tener una familia llena de hijos. Eso a la base. A partir de ahí, pensar el resto de la vida. Él, en cambio, soñaba con trabajar para cambiar y mejorar la sociedad, quería pensar formas para detener la carrera armamentista, amaba el teatro, leía a Oliverio Girondo, era un excelente expositor de todos sus trabajos sociales en la escuela, escribía poesías, fumaba porros y militaba en la JP.
Si había alguien opuesto a mí, ése era Pablo. No coincidíamos en absolutamente nada. Creo que, por eso, la primera vez que lo vi me enamoré.
Un día estábamos en la casa del Flaco, su mejor amigo, mi primer "novio", motivo más que suficiente para sentirnos en falta. De movida arrancamos mal.
Pablo no paraba de hablar. Tenía la habilidad de convertir en discurso cualquier tema trivial y, en el grupo, concentraba la atención de todos. Yo lo miraba obnubilada. Ese hombre visceral, enérgico y verborrágico había aparecido en el lugar menos pensado, en el momento más inoportuno. Cruzamos miradas. Pablo tardó exactamente 5 minutos en atravesarme entera. Experimenté por primera vez todas las dimensiones del amor activarse juntas.
Esa misma tarde le dije al Flaco que lo nuestro se había terminado
-¿Cómo? ¿Por qué? -el Flaco no entendía nada.
-Tengo que pensar. Estoy sintiendo cosas no tan copadas para nuestra pareja. Quiero seguir sola -determiné y me fui.
Esa noche fue eterna. Al otro día fui al colegio a, como nos decían los maestros, calentar el banco. Estuve 5 horas pensando en Pablo.
-Ballester, ¿completó la conciliación bancaria? -preguntó el profesor de contabilidad-. A ver, parece que está en Babia, la ayudo porque me cae en gracia, el ejercicio número 4, Caja a...
-¿Qué?
-Bueno Ballester, hice el esfuerzo, tiene un 2.
El único 2 que tuve en toda mi vida fue responsabilidad de Pablo. Tal vez como preludio de lo que ocurriría después. El bochazo parcial de una materia que mantendría el final pendiente.
A las tres de la tarde no aguanté más. En un acto de arrojo y desesperación total agarré mi Aurorita roja y partí a toda velocidad a la casa de Pablo. Como era verano en la calle no andaba ni el loro. Hacía calor y del apuro levanté cuanta piedrita hubiera por las calles de tierra. Yo tenía puesto un shortcito de jean y una remera blanca con frutillas que había heredado de mi prima. Llegué a destino con las dos piernas cascoteadas pero no me importó. No pensé ni un segundo en la posibilidad de que la familia de Pablo estuviese durmiendo la siesta. Estacioné la bici en el cantero y me abalancé sobre el timbre.
Pablo abrió la puerta muerto de risa.
-Sabía que eras vos
Yo estaba toda transpirada. Me temblaban las piernas y el estómago se me había hecho un colchón de agua. Otra que mariposas. Sentía al mismísimo ejército de los Andes abordarme el corazón. Pablo me abrazó. Fue un abrazo esperado, sincero y eterno. En mi memoria olfativa está el registro intacto del perfume que tenía. Nunca supe su secreto pero era algo así como el Eternity de Calvin Klein.
-Estamos solos, me dijo.
Si viviera 100 vidas elegiría este instante para repetir. Me agarró de la mano y me llevó al patio. Me pareció un acto de extrema caballerosidad. Debajo del ciruelo tomamos jugo de naranjas. No hablamos mucho. Ninguno de los dos se animó a poner en palabras aquello que había sucedido el día anterior en la casa del Flaco. Estábamos ahí, los dos solos, debajo del ciruelo, entregados completamente a lógica corporal y emocional.
-Vos sabés que de esto no hay retorno ¿no?
Fue el único momento en que lo sentí justificarse, por el Flaco, claro. Y porque era yo. Porque estábamos a punto de cruzar la línea para nunca más volver.
Pablo me besó. Yo lo besé a él. Nos besamos largo rato hasta el anochecer.
Antes de irme fue a su biblioteca y volvió con una carpeta amarilla sujetada con dos elásticos negros en las puntas.
-Para vos, leelas cuando yo no esté.
Volví a mi casa con la carpeta en la mano y con la bici de tiro. Pablo me acompañó. En el camino hablamos de Girondo, de Benedetti y del odio que le daba tener que rezar el rosario en la escuela confesional. Me contó de sus ganas de estudiar Sociología, del abrazo de oso que le había dado su sobrino Imanol el día de su cumpleaños.
Una cuadra antes de llegar se trepó a un canterito y robó un jazmín. Me lo puso detrás de la oreja. Me miró y me besó otra vez. Esa fue la última vez que lo vi.
No lo culpo. Tampoco me culpo. Es verdad que amé su forma tanto como odié su lejanía. También lloré su ausencia. La vida lo quiso así.
Hace poco supe que se recibió de Doctor en Sociología con Diploma de honor en México, que está casado y que tiene una hija, Ana. Me dio alegría saber de él.
Guardo todavía la contratapa de un cuaderno Gloria de color anaranjado brillante donde escribió su nombre en imprenta, en cursiva, en gótica y otras formas caligráficas. Guardo los pétalos del jazmín y un secreto: mi hijo se llama como él.
La carpeta amarilla también la conservo. Son sus poesías. La forma de irse que eligió para quedarse para siempre. Desde el día del jazmín no dejo de pensar el momento del reencuentro. Porque uno nunca sabe, el encabezado de la primera hoja de sus poesías dice: "si todo tiene un final, y no termina, bien puede ser comienzo y no haber empezado aún".
¿Qué piensan? ¿Guardan ustedes una "historia de amor" (adolescente o adulta) que nunca pudo ser?
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