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Linda para ellas




Hija mayor es coqueta y proyecta en su madre toda su coquetería.
Hija mayor se obsesiona por verme linda.
Hoy me hizo berrinche porque estaba demorándome en bañarme. Quería que me duche así ella podía seleccionar cada una de mis prendas, cual asesora de imagen.
Antes de salir al colegio, le prometí que accedería a su último pedido: ponerme aros.
-Quiero que me vengas a buscar con los aritos puestos.
Por otro lado, hace tiempo que me vengo viendo fotocopiada. Repetida. Algunos me sugirieron que me dejara crecer el pelo...
Yo quiero un cambio, sí, un cambio visible, pero ni a palos entro en esa agonía capilar, en ese proceso detestable que significa pasar del pelo corto al largo.
Yendo raudamente al grano:
No sólo accederé al pedido de hijas, sino que, además, me cortaré el pelo... Lo vengo teniendo largo dentro de mi corte, dentro de mi corto. Y desprolijo. Pero he aquí lo novedoso, voy a hacer una kamikazeada: voy a cambiar azarosamente de peluquería y peluquero (léase, de punto de vista y de criterio estético).
Acá

Acá

-Hace lo que a vos te parezca –acabo de decirle a él, a Juan. Estoy escribiendo este texto mientras él me está cortando. Escribo in situ.
Al escribir a mano sobre el cuaderno, con una letra lo suficientemente ilegible para que no sea leída por ningún ojo curioso, me muevo, muevo mi cabeza, apenas.
Juan me corrige la posición.
-¿Me moví?
-Sí.
-¿Cómo querés que me quede?
-No te preocupes, yo me adapto a vos.
Garabateo al tuntún las primeras líneas y dejo el cuaderno y la birome sobre el mostrador, no sea cosa que termine entorpeciendo su trabajo...
Ya sin letras entre manos, me aboco a respirar hondo y a escrutar el proceso.
-¿No vas a escribir más?
-No –contesto y le sonrío como diciéndole: ¿viste qué obediente que soy?
-...
-¿Qué? ¿Preferís que escriba?
-Sí
-¿En serio?
-Sí. Si vos escribís, yo trabajo más relajado.
Ah, me encantó. Un peluquero que le huye al cotorreo banal con la clienta, que prefiere que yo escriba, así me mueva.
Está tan compenetrado en cada tijeretazo que al menos podré decir que lo hizo, como le indico a mis hijas cuando pintan: "con amor". Que hay, que hubo entrega al acto.
Levanto por unos segundos los ojos, pero como no quiero incomodarlo, bajo rápidamente la vista y vuelvo a ustedes. No tengo mucho más que escribir de momento, podría escribir cualquier gansada con tal de que él trabaje relajado... Voy a fingir. Voy a hacer que escribo. Inhalo y exhalo.
En eso una lluvia de pelos, de pelitos, cae sobre la letra manuscrita, él sacude el secador, lo bambolea.
Ahora sí, me tiento. Me veo en el espejo: Mmmm, qué se yo... Estoy... sí, distinta. De última después le indico... En los primeros encuentros suelo jugar el rol de la clienta insatisfecha.
Entonces me explica que todavía falta que me quite volumen, y resolver o definir -no sé qué verbo usa- el flequillo. Que mejor no lo mire.
-Ok, bueno –vuelvo a bajar la vista (sí que resulté obediente).
Sigo escribiendo. Voy a dedicarme a la visualización creativa. La música me aturde, pero dale, intentémoslo.
Salgo de la peluquería.
Me miro en la primera vidriera que encuentro. Me veo divina. Bella.
(Estoy imaginando).
Me saco una foto y ya estoy leyendo sus comentarios aprobando el cambio.
Ahora imagino el rostro de China.
Y ya la escucho diciéndome: "ay, mami, qué linda..."
Yendo a los hechos:
Antes de salir

Antes de salir

Ya vuelta. Y con aros

Ya vuelta. Y con aros

¿Que cómo terminó el cuento?
La visualización funcionó en parte.
-Me encantó que escribas -me dijo el peluquero antes de irme-. ¿Sabés? Yo pinto... y a veces vienen amigos a casa y ellos se ponen a escribir, yo a pintar... y se genera un lindo clima creativo. Acá fue lo mismo.
Nos despedimos con un abrazo. Le prometí que volvería.
¿Y el cambio? El cambio fue por otro lado. El cambio fue conocer otro espacio y otro ser humano.
¿Y mis hijas?
Lupe fue la primera en verme. El padre la había ido a buscar a su jardín, me la crucé de casualidad en la calle. Voy a decirles la verdad. Apenas me vio puso cara de horror. De asco. Acto seguido hurgó mis orejas: no me había comprado los aros todavía. Hizo puchero.
Recién por la noche me reencontré con ambas, con corte y aritos puestos. Lupe ahora gritaba (de excitación). Yo no podía creer que un par de aritos (intrascendentes) hicieran tal diferencia en ella. China estaba feliz... Ver a su madre tal como quería. Faltaba que me subiera a unos tacos.
Yo me sentí linda. Me sentí linda no tanto por el cambio estético como por haber cedido al deseo de hijas.
¿Ustedes qué piensan?
¿Cómo es la mirada de sus hijos o hijas sobre su aspecto? ¿Les hacen pedidos específicos? ¿Los critican?

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