"Estás necesitando sexo, Inés", fue lo más sabio que te dijiste en este último tiempo. Sexo en su sentido más completo: atención, respiración profunda, olfato, encuentro, goce, orgasmo.
No da que las vocecitas internas (moscas muertas o no) te estén dando la lata. Callalas con presencia.
La brújula para salir del laberinto siempre es el cuerpo. Escucharlo. Sentirlo.
Sí, es inevitable que en un primer momento, después de algunos días de tenerlo abandonado, acuses recibo del desgaste, de su cansancio. De sus necesidades.
De la necesidad de goce, como recién decíamos, y también de un trato suave, dulce, amable, cálido. De horas de sueño. De abrigo, si hace frío. Y de aire fresco, si sentís calor.
Si te duele el cuello o la zona que fuere, buscá posturas cómodas, respiralas, habitalas y de última, pedile a Fede masajes.
Si tenés hambre en este momento, frená ya y ocupate. Sentí el gusto de un fruta madura, jugosa (no piensen chanchadas), sentí el sabor de un chocolate, de una feta de jamón crudo, de un salteado de verduras. Saboreala/o/s.
Que el agua de la ducha te empape, que la respiración no encuentre ninguna resistencia, que la paz te colme con cada bocanada, con cada entrada y salida de aire. Abrazá a tus nenas, sentí sus cuerpitos tibios contagiándote simpleza.
Caminá a tu ritmo, hablá a tu ritmo, pensá a tu ritmo. Que ningún reloj te apure, que el miedo ni las obligaciones te tensionen.
Y cuando sientas, por H o por B, que la mente empieza a marearte con sus indicaciones, a veces confusas (incluso contradictorias), recordate: "cuerpo". Decítelo: "cuerpo". Preguntate "¿qué dice, qué necesita mi cuerpo?". Y respondele a la mente: "báncame, lo escucho a él primero".
¿Qué están necesitando sus cuerpos?
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