Estuve a punto de ahogarme en un vaso de agua, pero por suerte me detuve a tiempo. Me estoy deteniendo en este preciso momento. Estoy usando el texto como freno.
Freno. Sí, no todos los movimientos deben alcanzar su punto máximo... Así como existen los saltos que nos ahorran una parte del trecho, que nos permiten bajarnos de un escalón o evitar mojarnos en un charco, también existe el detenerse, el frenar a voluntad todo movimiento hasta recuperar el eje.
Hasta que el centro vuelva a encenderse y que su luz guíe cada paso.
Hablo de un centro vital, concreto, localizado en el cuerpo.
Además, no tengo el coraje de exponer al desnudo mis debilidades. Mis temores infundados o fundados en un pasado que hoy elijo archivar, besar... soltarlo. De ahí -en parte- mi manía de hacer todo para no perderme o ahogarme en asuntos intrascendentes.
¿Cómo sería mi vida si no tuviera que hablar de ella a diario? Probablemente me daría más licencias. Quiero decir: de seguro sufriría mucho más al cuete de lo que lo hago.
Pero la mirada ajena constante sobre tu existencia, y tu registro de la misma, en un sentido te obliga. Te estimula. Te responsabiliza.
No es que uno finja. Uno pela la mejor versión de sí misma, la activa.
Es verdad que por momentos te tienta mandar todo al diablo y gozar en el auto-boicotearte.
Pero me temo que... me temo que... ¿ven?
Los miedos (de nuevo) haciendo de mí un personaje prudente.
Y bueno.
...
Hago lo que puedo.
¡¿Cómo se sienten ustedes?!
Así me dibuja mi hija
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