Los caballeros de la arena: 8 estereotipos de hombres en la playa
¡No te pierdas este catálogo con los posibles desamores del verano!
25 de enero de 2014 • 00:27
Un catálogo de posibles desamores de veano - Créditos: Ilustración Ariel Escalante
Por Carolina Esses
El surfer
Tiene esa cosa salvaje que le infunde el océano y te hipnotiza con la mirada fija en el horizonte, hablando con otros, tan perfectos como él, sobre la mejor manera de treparse a una ola - Créditos: Corbis
Es rubio natural –¡no me digan que es parafina!–, como suelen ser este tipo de Adonis que van a la playa a horas imposibles. Tiene esa cosa salvaje que le infunde el océano y te hipnotiza con la mirada fija en el horizonte, hablando con otros, tan perfectos como él, sobre la mejor manera de treparse a una ola. Una madrugada, lo ves desde lejos mientras él se enfunda en su traje de neoprene y, cual Cenicienta veraniega, sandalias en mano, caminás a su encuentro. Todavía no amanece, así que después de hablar del amor..., ¡a la tabla!, tapados con una manta, esperan a que salga el sol. Eso sí: para volver a verlo, comprate unos binoculares o andá aprendiendo a surfear.
El baboso
Te mira con tanta intensidad que te la pasás chequeando si se te corrió la bikini, si tenés algo entre los dientes - Créditos: Corbis
Se te acerca con cualquier excusa. Fuego para su cigarrillo –pero ¡si ya nadie fuma!–, saber qué es lo que estás leyendo, ayudarte a clavar la sombrilla, y hace hincapié en el verbo clavar: "Yo la clavo así o asá", dice mientras te guiña un ojo. Te mira con tanta intensidad que te la pasás chequeando si se te corrió la bikini, si tenés algo entre los dientes. A veces, viene bien tenerlo a mano: corre a toda velocidad para alcanzarte el sombrero cuando se te vuela, pero no hay chance. Igual, está convencido de tener la mirada de Ben Stiller en Zoolander, y como pasó todo el invierno haciendo pesas para que no se notara que araña los ¡¿50?!, ahora quiere que se luzca.
El deportivo
Está bárbaro mirar cómo sale a correr descalzo por las mañanas, con qué naturalidad arma la red de vóley y cómo, bajo la luz dorada del atardecer, patea con gracia insuperable la pelota - Créditos: Corbis
Está bárbaro mirar cómo sale a correr descalzo por las mañanas, con qué naturalidad arma la red de vóley y cómo, bajo la luz dorada del atardecer, patea con gracia insuperable la pelota. Pero ya lo viviste y otra vez no te agarran. Alguna vez te dejaste enamorar por la vitalidad sin fin de un deportista y terminaste el verano con un esguince, un hombro dislocado y un nivel de estrés equiparable a los peores días en la oficina. Así que, salvo que seas una especie de Kournikova, optá por el voyeurismo. Una actividad para nada despreciable. Mientras experimentás con los masajes aztecas que ofrece el hotel, disfrutá del espectáculo de verlo correr, saltar, zambullirse, transpirar...
El sunguero
Es tan simpático que hasta aceptás untarle un poco de Hawaiian para ayudarlo a mantener ese bronceado perfecto - Créditos: Corbis
No debería incomodarte. Después de todo, sos una chica libre, amante de la naturaleza. Además, es tan simpático que hasta aceptás untarle un poco de Hawaiian para ayudarlo a mantener ese bronceado perfecto. Pero, ay, no podés evitarlo. El bulto que se interpone entre los dos te pone nerviosa. No entendés muy bien por qué, si hace rato que no sos una adolescente, pero te encontrás cada dos por tres obligándote a desviar la mirada. Para colmo, cuando va corriendo al mar, corroborás lo peor: la sunga, atrás, es un minúsculo hilo dental. No, pensás, too much. Por más que a la noche se vista de manera más convencional, jamás podrás borrar de tu mente esta imagen.
El hippie
Viene de lejos, con su mochila a cuestas cargada de pulseras que trae de Colombia, anillos de la India y remeras de Ecuador - Créditos: Corbis
Viene de lejos, con su mochila a cuestas cargada de pulseras que trae de Colombia, anillos de la India y remeras de Ecuador. Te recita todos los versos de Spinetta. Vos te corrés apenas un poco –es que hace días que no se baña–, pero él insiste, todo pelos y rastas, en acercarse siempre un poco más. "Ahí está la constelación de Orión", te dice una noche, y vos le creés porque, a partir de una técnica sexual aprendida en el Amazonas, te hace ver las estrellas . Querés repetirlo, pero necesitás que se bañe urgente, así que lo invitás a tu hotel. Fascinado con el jacuzzi, el aire acondicionado y el room service, amenaza con no salir nunca más de tu habitación. ¿Y la constelación de Orión? Bien, gracias.
El blanco teta
En algún momento –el aburrimiento, el efecto de la cerveza y el sol, en fin, quién sabe–, le das una chance - Créditos: Corbis
Trae una reposera que ubica a la sombra y abre un diario que lo tapa por completo. Aun así, ves que pispea. Saca la nariz de abajo de la sombrilla y te mira como quien no quiere la cosa. En algún momento –el aburrimiento, el efecto de la cerveza y el sol, en fin, quién sabe–, le das una chance. Pensás: si le pongo un poco de onda, por ahí da una cosa medio vintage. Se ponen a hablar, comparten un helado. Pero, ¡ay!, no se da cuenta de que el protector de las diez de la mañana deja de hacer efecto a eso de las cinco y, mientras charla con vos, se calcina al sol. Termina incendiado y vos, inspirada por el espíritu de Florence Nightingale, te pasás la noche poniéndole compresas frías.
El papá soltero
Con sus hijos, es un amor. Llega con pala, balde, barrenador y dos niños bastante caprichosos - Créditos: Corbis
Con sus hijos, es un amor. Llega con pala, balde, barrenador y dos niños bastante caprichosos. Mientras tomás sol, le armás la historia: su mujer –una arpía– lo dejó por el personal trainer y ahora él hace de mamá y papá. La nena se te acerca y vos le hacés un castillo de arena. El padre hace algún comentario divertido y se ponen a charlar. Te regala un pancho, una Coca. Te compra un montón de barquillos. Un rato después, te pide, como quien no quiere la cosa, que le mires dos minutos a los chicos. "Yo ya vengo", te dice. Atenti. Hace como media hora que desapareció. Mirá vos, si ahí está, lo podés ver en el parador: con una cerveza en la mano charlando con una péndex.
El guardavidas
Así como todas deberíamos, alguna vez, escapar de un edificio en llamas en brazos de un bombero, todas tenemos derecho a tener una historia con un guardavidas - Créditos: Corbis
Así como todas deberíamos, alguna vez, escapar de un edificio en llamas en brazos de un bombero, todas tenemos derecho a tener una historia con un guardavidas. Así que acá todo vale. Hacete la ahogada, metete en el mar con bandera roja, acalambrate debajo de una ola, hacé caso omiso del silbato. Decile que no, que no estás bien, que necesitás que te cuide un poco más, ahora que hay tormenta y la playa está vacía. Ahora sí: no te ofendas si un par de días después lo ves emerger de entre las olas con otra chica en brazos. Es algo así como un deber moral que tiene con todas y cada una de nosotras. Y somos muchas. Así que va a tener que repartirse. No digas que no te avisamos.
¿Qué te pareció esta nota? ¿Con cuál de estos caballeros te animarías a tener un amor de verano?