Newsletter
Newsletter

Los mejores besos de mi vida




Hace poco una amiga me desafió a que escriba acerca de "los mejores besos de mi vida".
Me entusiasmó la idea pero en cuanto me vi teniendo que elegir y dar nombres (ah, sí, lo primero a lo que asocié "besos" fue "hombres"), me eché atrás.
No sólo no quería mencionar terceros, sino que ponerme a comparar vivencias de enorme singularidad y pretender rankearlas me es tan difícil como cuando alguien me pregunta: "¿Preferís esta canción o aquella otra?"
Sí puedo arriesgar algunas respuestas generales.
Puedo decir, por ejemplo, que los mejores besos (con o de hombres) fueron los primeros.
O me corrijo: fueron aquellos primeros besos que llegaron para quedarse en el tiempo.
No besos aislados, por muy inéditos que fueran, sino besos-semilla... besos que contenían en acto el germen de la historia que se fundaría.
Besos fundantes. Y como tales, transgresores.
Todos los primeros besos transgreden un límite. Traspasan la barrera del radio públicamente accesible o accesible a amigos... para adentrarse en terreno íntimo.
De esos primeros besos, elijo los robados. No porque no los deseara, sino porque no imaginé que caerían justo en esa coordenada de tiempo-espacio.
Transgresores, sorpresivos y al mismo tiempo, orgánicos, naturales.
(Creo que, mirada retrospectiva mediante, todos los besos fundantes fueron perfectamente consumados).
Otros besos -con hombres- que elijo son los besos experimentales. Los besos que no siguen ningún manual de instrucciones, que arriesgan micro-movimientos únicos... que se toman licencias de tiempo, de modo. En otras palabras, besos profundamente sentidos. Que uno construye con el otro o simplemente recibe. Ah, sí, esos besos en fila india en un brazo o en un hombro.
Pero no se crean que todo ha sido romance en mi vida (aclaro que duermo sola hace un año y medio, todas las noches). Y hablando de Roma, no puedo dejar de mencionar entre los mejores besos a los de las buenas noches. El beso de mi madre cuando venía a despedirse del día y de paso me ajustaba las sábanas al colchón, bien tirantes, acaso su manera de abrazarme.
Desde ya, sin dudarlo, elijo todos, absolutamente todos los besos con mis hijas. Ah, sí, acá no tengo lucidez para categorizarlos. De rebobinar la cinta de mi vida, no me perdería ni uno solo.
Los primeros besos a sus cuerpecitos frágiles, de estreno, de piel finita... y todos los que le siguieron, sin excepciones.
Si no me quedara otra que elegir los mejores besos de los mejores besos, elegiría los besos de despedida y de reencuentro.
En general son besos que funcionan en equipo, que van en combo con un abrazo y una frase como: "te quiero mucho, portate bien, te amo". Los de reencuentro son por regla los más efusivos. Ya nos las abrazo, las apretujo. Y aprovecho sus cortas edades porque ellas interpretan la escena con idéntica entrega... Como sucedió el domingo.
Ah, sí, hija menor me vio caminando de lejos. "¡Lupe!" "¡Mami!" Y se mandó corriendo en mi dirección con los brazos en cruz, bien abiertos.
Qué sano es expresar cariño a través del contacto físico.
Podría seguir googleando en mi memoria los besos que más me marcaron pero estoy segurísima de que a esta altura están empalagadas de tanto besarnos... o en el mejor de los casos, con ganas de recrear ustedes los mejores besos de su vida en los comentarios.
¿Cuáles fueron? Pueden contar varios o uno solo.
Un beso en el archivo (año 2012)

Un beso en el archivo (año 2012)

¡Olvidé mencionar los besos entre ellas!

¡Olvidé mencionar los besos entre ellas!

¡Compartilo!

En esta nota:

SEGUIR LEYENDO

“Muchacha, hacete el Papanicolaou”

“Muchacha, hacete el Papanicolaou”


 RSS

NOSOTROS

DESCUBRÍ

Términos y Condiciones


¿Cómo anunciar?


Preguntas frecuentes

Copyright 2022 SA LA NACION


Todos los derechos reservados.

QR de AFIP