"Cuanto menos las mires, ellas más sueltas", me recuerdo. Frase que como hija resulta fácilmente reconocible, pero como madre a veces cuesta (y no vale siempre).
Pero anoten: Lunes, 8 de la noche, suena el teléfono. Atiendo yo, es Magui.
-Hola, sí, ¿puedo hablar con Shina? (si escucharan a la enana pronunciando el nombre de mi hija). Rápidamente reconozco su voz y entonces, como si nada, le respondo:
-Sí, sí, a ver esperame...China, teléfono.
Mi hija frunce el ceño: "¿Quién quiere hablar conmigo?" "Magui", le contesto.
Y entonces la muchachita -que nunca jamás se digna a atender a personas adultas cuando yo se lo pido- agarra el tubo y se sienta. Y vieran cómo habla. Eso sí, cuando la miro, se calla... y si prolongo la mirada, la niña me hace un ademán adolescente indicándome que no la moleste, que siga con lo que estaba haciendo hasta ese momento.
Y eso hago (continúo ordenando) pero no puedo evitar parar la oreja frente a la primera conversación telefónica de mi hija con su amiga. Y me fascina descubrirla, redescubrirla. Escuchen, además: no sólo cuenta ("Lupe va actuar en al arto". Quiso decir "acto", pero le sale "arto"), sino que cuando su amiga le explica que ya debe cortar porque la madre la espera con la comida, mi retoña empieza: "No, Magui, no me cortes, quiero que hables conmigo por teléfono. No, no, no me cortes ehhh." Firme, con insistencia.
Finalmente no le queda otra. Y después de unos 8 minutos de conversación ridículamente tierna, corta. Y desde que corta, la criatura está tan entusiasmada con el intercambio que acaba de tener... que empieza a cantar. Improvisa una melodía y una letra, muy compenetrada. Sólo Lupe puede escucharla... sí, a mí me mantiene la regla de "no me mires"; y yo disfruto tanto de su soltura que ni se me cruza por la cabeza desoírla.
Pero eso no es todo. Al día siguiente en el acto de la menor sucede algo parecido. Y recuerdo un episodio similar (con la mayor) en otro acto, por motivo del día de la Independencia.
Cuestión que ni bien entro al jardín, la chiquita (Lupe) sentada en el piso con su salita, me busca con la mirada. Ahora es ella la que actúa, la hermana, con sus compañeras, sólo observa... y yo, detrás de una columna, me debato: "¿Qué hago? No quiero que piense que no estoy (sería lo peor)... ahora, si me ve...¿le pasará de quedarse petrificada como a China? ¿Qué será mejor? ¿Que lo viva todo con la naturalidad que está teniendo, sin encontrarme visualmente... o que en efecto me vea y pida "mamá, upa", o se quede dura mirándome? (Sí, ya sé, lo ideal sería que me viera y continúe como si nada... pero...)".
Entonces, he aquí mi estrategia: "Me verás, sí, pero a último momento". Y en eso llega el turno de su sala, mi hija menor se pone de pie, pasa al centro, despliega su cuerpo... y recién cuando la melodía está terminando, recién entonces, escucha los alaridos y aplausos míos, casi desesperados, y ella me descubre, finalmente. Ah, qué alivio.
Oh, sí, no crean que esto de hacerme la tonta es fácil. Ni tampoco asumir que mi mirada por momentos (por momentos) puede ser intimidante. Algo ya veníamos hablando al respecto... pero bueno, así son las cosas y así voy aprendiendo (y equivocándome).
¿Qué piensan ustedes?
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