Fila, carnet en mano... al día. Actualizado. Con autorización médica que acreditara que no tenías piguyi en la cabeza ni hongos en las patas...
Duchas.
Sortear aquel primer obstáculo. Una seguida de duchas, 3 en una dirección, otras 3 o 4 en la dirección contraria.
No veía, sigo sin ver bien el sentido de aquella obligatoriedad. Mojarte de prepo... ¿aquello realmente limpiaba el cuerpo?
Cruzarlas.
Esquivándolas. Corriendo... casi.
Llegar al fin.
Ponerse las ojotas, si aun no te las habías puesto.
Los rectángulos de cemento -así era el piso- estaban que ardían, que pelaban.
Gritos, zambullidas.
Caminar hasta el propio lugar.
Elegir el propio lugar, ¿dónde me siento? ¿Dónde me echo?
Estar sin amigas, prácticamente no tenerlas. Tener una sola, una sola con la que por algún extraño motivo nunca compartía aquella rutina.
Detenerse nomás... Acá.
Acampar.
Tirar, estirar, bien prolija, la toalla... sobre el cemento.
Acomodar ¿protector? No, no, no creo que en aquella época anduviéramos con protector solar. Sí la gorra, reglamentaria. Una gorra de tela o de goma. Qué rara me veía en esa gorra, qué rara se veía mi cabeza, mi cabellera toda ahí amontonada.
Quitarse la remera... Había que quitársela.
Sentirme inhibida. Envidiar a las nenas que corrían libremente con su naturaleza a cuestas... naturales.
Si pudiera sentir esa libertad, si pudiera ejercerla.
Sentir vergüenza del propio cuerpo.
De un cuerpo niño, armónico, bello... precioso. ¿Cómo una niña de 9 años llega a sentir vergüenza de su cuerpo? Misterios de la educación, de las lagunas de una educación... falible... como todas (de una educación reprimida).
O misterios de algún chip de fábrica:
"Serás pisciana, amarás el agua, pero te dará vergüenza, al inicio de tu vida, entre los 9 y 18 años de vida, mostrarte en malla".
...
Quitarme la remera a fin de cuentas, ¿cómo iba a sumergirme si no?
Sumergirse. Sentir el agua fría, a veces helada, abrazando los pies, los talones, los empeines, los tobillos...
Avanzar de a poquito.
Ir bajando escalón por escalón.
Hasta llegar a la cintura, hasta casi llegar al diafragma.
...
Cuando el agua estaba por tocar tu diafragma, había una decisión que tomar:
Ese era mi límite.
Recién ahí arriesgaba.
SPLASHHHH
(Es la primera vez en mi vida que escribo esta onomatopeya).
No había como ese momento. Toda la tensión previa, todas las molestias... todo el trámite, la caminata, incluso la mirada ajena, tan incómoda, estaba justificada.
Todo aquello se olvidaba en el instante en el que te echabas.
Se olvida en el instante en el que FLOTÁS.
Ahhh...
Dejar que el elemento del medio te sostenga.
Uno o un par de segundos... hasta que volvés a tomar el control, el volante... apenas.
NADAR.
...
Soltarse y hacer fuerza
Soltarse y hacer fuerza
Ahhh...
...
Quería dejar de volar porque incluso yo me asusté de "lo volada" que me estaba teniendo el amor que arrancó en primavera.
Quería pisar tierra firme... Y lo hice.
Pero la pileta estaba tan tentadora. Era tan tentador re-crear aquel acercamiento que tenía, que tuve con ella durante algunos años de mi vida...
... que no pude resistirme.
¿Se animan ustedes a recordar algún dato, algún color, alguna textura, algún sabor (el gusto a cloro, ah, me lo había olvidado, y la molestia del cloro en los ojos) algún sonido, de cuando iban a la pileta?
TRAMPOLÍN: Y antes de terminar, no quería dejar de mencionar el trampolín. El quinto trampolín. Nunca me animé a tirarme de cabeza desde el quinto. O sí. Una o dos veces. Y me di la cara contra el agua... feo. O sea, me tragué media pileta. Un cuarto entró por la boca, otro cuarto por la nariz. Tengo esa deuda pendiente en la próxima vida. Poder tirarme de cabeza desde un trampolín de altura... y saber colocar la cabeza correctamente.
VIDEO: Vuelvo a subir este video de Mauricio Mayer.
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