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Mi bautismo cetáceo




Aunque estoy en Buenos Aires, parte de mi cerebro quedó en Puerto Madryn, por eso quiero escribir sobre una de las cosas más importantes que me pasaron allá y que tiene que ver con ballenas. Quienes me leyeron antes saben que me encantan, lo que no saben es que ahora aparecen hasta cuando duermo, sería capaz de hablar toda una noche sobre ellas, sobre sus costumbres y sus misteriosos comportamientos. A lo largo de estos años tuve la oportunidad de verlas muy cerca desde la costa pero nunca había tenido la experiencia del avistaje en una embarcación. Me faltaba eso para graduarme en Ballenas 1, para tener mi bautismo cetáceo.
Apenas llegué a Madryn empecé a averiguar entre las opciones de prestadores, vi que en Península Valdés había muchos que ofrecen el servicio y están habilitados para navegar entre ballenas: el mítico Tito Botazzi, Peke Sosa, Jorge Schmid, y Southern Spirit, con los que me contacté a través de mi nuevo amigo radial Juan D’Anvers de Radio Brava.
Ese viernes amaneció soleado y esperé que me pasaran a buscar, era el día ideal para la excursión.Marcos Ricciardi, del Instituto de Conservación de Ballenas, me había ofrecido llevarme ya que tenía que ir al campamento de investigación que queda cerca de Pirámides. Con mis compañeros de viaje (una fotógrafa, una estudiante de biología marina y un constructor), compartimos charlas, mates y 92 kilómetros de naturaleza patagónica.
A partir de ahí comienza a desarrollarse mi sueño. Porque la parte de ponerme el salvavidas, subir a la embarcación y salir, con los nervios y la ansiedad de lo que podría pasar después, se confunden en mi recuerdo como esos sueños que son demasiado lindos como para dejar que se vayan cuando nos despertamos, pero que inevitablemente comienzan a borrarse.
No tardaron en aparecer ellas, las gordas –como las llaman cariñosamente-. Con sus colas majestuosas, nos indicaron el camino para seguirlas. El guía nos explicó que ya quedaban pocos ejemplares en la Península, sus rutas migratorias las llevarían hacia las zonas de alimentación, en el Atlántico Sur. Pero todavía asomaban algunas madres con sus crías y pudimos distinguir sus callosidades grises y blancas que los biólogos tienen en cuenta para identificarlas.
Las exclamaciones se escuchaban en varios idiomas, me causaba gracia un francés barbudo que cada tanto decía: Ohlalá! Yo pensaba en lo parecidos que éramos todos en ese momento: pequeños humanos admirados por animales gigantescos que no terminamos de conocer ni comprender.
Ingreso a Puerto Pirámides. Foto: Gentileza Southern Spirit

Ingreso a Puerto Pirámides. Foto: Gentileza Southern Spirit

Las ballenas pueden estar así de cerca. Foto: Gentileza Southern Spirit

Las ballenas pueden estar así de cerca. Foto: Gentileza Southern Spirit

Vista de los acantilados desde la embarcación

Vista de los acantilados desde la embarcación

Felicidad al viento

Felicidad al viento

Me acerqué al capitán, Juan Pablo Martorell Juarez, que me contó con un leve acento cordobés, que hace muchos años había ido a conocer Puerto Madryn y no pudo resistirse a la atracción del lugar, entonces dejó sus estudios de abogacía y se quedó a vivir y trabajar en el mar. Entre las cosas más impresionantes que le tocó ver, una fue el nacimiento de una cría con la colaboración de otras ballenas que nadaban en círculos para protegerla del posible ataque de alguna orca.
Fueron tan intensas las sensaciones a bordo que quise repetirlas. Volví el siguiente domingo, esta vez para subir al Yellow Submarine, el semisumergible que tiene cabinas submarinas desde las que se pueden ver las ballenas si ellas se acercan lo suficiente. Cuando termina la temporada el verano cambia el paisaje marino y se pueden ver lobos marinos y delfines. El día estaba nublado y se anunciaba tormenta, pero a ningún pasajero parecía importarle. Una madre me dijo que su hijo cumplía ocho años y le había pedido como regalo viajar en el submarino y ver las ballenas, por su carita ilusionada esperé que se cumpliera su deseo. El capitán y guía ballenero me comentó que dependíamos del viento, si se levantaba viento del sur podía ser peligroso avanzar, tenían que hacer una excursión corta y cancelar el próximo avistaje. Otra vez tuvimos suerte, cayeron pocas gotas y si bien nos quedamos con ganas de verlas desde abajo, las disfrutamos muy cerca desde la cubierta superior, fuimos testigo de un salto y volvimos al punto de partida navegando con un sol que asomaba entre las nubes grises.
Mientras veíamos cormoranes y lobos marinos de un pelo que descansaban en la zona de los acantilados, y el guía nos contaba curiosidades de las especies, agradecí ese instante de conexión con el agua, los animales y conmigo misma. Me encontraba en el tiempo y lugar en el que quería estar y que no hubiera cambiado por nada del mundo.
El submarino amarillo en acción, toma aérea. Foto: Gentileza Southern Spirit

El submarino amarillo en acción, toma aérea. Foto: Gentileza Southern Spirit

Capitán y guía ballenero, Juan Pablo Martorell Juarez. Foto: Gentileza Southern Spirit

Capitán y guía ballenero, Juan Pablo Martorell Juarez. Foto: Gentileza Southern Spirit

Si uno tiene suerte puede recibir esta visita curiosa. Foto: Gentileza Southern Spirit

Si uno tiene suerte puede recibir esta visita curiosa. Foto: Gentileza Southern Spirit

Si uno tiene suerte puede recibir esta visita curiosa. Foto: Gentileza Southern Spirit.
Muchas gracias a todas las personas que conocí en este viaje y a los amigos que están siempre, ellos intervinieron para que pudiera disfrutar de cada momento. Ni siquiera la pérdida de la cámara (sí, la perdí y la extraño) empañó la alegría que todavía me dura ahora que escribo este post.
Cambio de tema para comentarles que el jueves 4 de diciembre, a las 19 hs. se inaugura FLORA, una muestra de arte plantístico. Dura tres días y se expondrán más de cien obras que también estarán a la venta. En la galería Modos, Nicaragua 4051, para los interesados hay más información en su Facebook.
Se pueden contactar conmigo a kariuenverde@gmail.com
Les mando un abrazo grande.
Kariu.

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