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Todas sabemos que los hombres consumen porno pero todas queremos creer que nuestras parejas no lo hacen. Las mujeres solemos considerar que el porno es para hombres solitarios que prefieren el placer fácil y efímero con imágenes que, según nosotras, nada tienen que ver con la realidad. Y no para aquellos con pareja estable, como la nuestra, y una vida sexual satisfactoria. Además, hay muchas personas que consideran que la pornografía resulta degradante para la mujer porque la pone en el lugar de objeto, usable y desechable. Lo importante es entender que para los hombres consumir porno puede resultar un entretenimiento más como para nosotras lo es leer revistas o ir de compras; o también una forma de buscar alternativas para innovar con una en la cama. La pregunta sería ¿cuál es el límite de lo tolerable? O más precisamente, ¿qué es tolerable para mí?
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Al mismo tiempo, pensar que pasarse horas frente a la pantalla mirando videos o fotos en Internet es una actividad sólo para hombres, es cómo mínimo, machista. Está lleno de mujeres que disfrutan más del porno de lo que una creería –aunque para la mayoría, el porno no muestra situaciones que tengan que ver con nuestro imaginario erótico. Para algunas parejas, además, puede ser un entretenimiento compartido, una forma de llegar más rápido y mejor a un clima de intimidad que, después de muchos años, a veces puede complicarse. Asustarse o volverse pacata con estos temas sólo lleva a estigmatizar el consumo y lograr que nuestros hombres lo hagan en secreto, volviéndose un tabú mucho más peligroso. Además, ¿quién no cayó en la tentación de abrir ese archivo que promete mostrar a los hombres mejores dotados del mundo en acción? También es responsabilidad nuestra asumir que tal vez, por qué no, el porno nos llame la atención o nos excite más de lo que nos gustaría admitir.
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Pero ¿qué pasa cuándo de casualidad le pedimos su computadora para chequear mails y resulta que el historial está plagado de cuanto sitio porno se nos pueda ocurrir? ¿O entramos un día a nuestro hogar compartido y lo vemos babeándose con imágenes inverosímiles que salen de su monitor? Porque convengamos que una cosa es imaginar que de vez en cuando ve un video que le manda un amigo y pensar que le pueda gustar y otra muy distinta descubrir que, a escondidas, es un consumidor experto de este tipo de entretenimiento.
Entonces ¿qué hacer? ¿Encararlo en el momento para ver qué responde o dejarlo pasar porque todos tenemos nuestros secretos y tampoco es cuestión de andar cuestionando lo que el otro hace en la intimidad de su tiempo libre? Depende mucho de qué nos cause este descubrimiento a nosotras como mujeres, si nos produce rechazo y consideramos que pone en riesgo nuestra vida sexual o peor, nuestra pareja, no queda más que enfrentarlo, si no, tal vez mejor esperar y ver qué pasa o también dejar abierto el espacio para que él lo cuente espontáneamente.
Placer 2.0
Otra circunstancia muy distinta es cuando este descubrimiento va a acompañado de una sensación de abandono porque de repente, notamos casi como en una epifanía, que nuestros encuentros sexuales se volvieron tan esporádicos que ya casi no existen. O peor, lo vemos queriendo estar solo con su máquina, encerrado en algún cuarto y la relación, nos damos cuenta ahora, se está degradando. Claramente, las circunstancias son otras y es hora de preguntarnos si su interés por la pornografía no es el causante de que ya casi no tengamos sexo en la vida real o si no estamos frente a un caso de adicción.
Llegado este punto, y asumiendo que el tema nos molesta y preocupa, al tiempo que nos hace pensar con quién estamos realmente- el síndrome de la dimensión desconocida-, resulta imposible seguir mirando para otro lado porque la pornografía pasa a un segundo plano y el problema, tenemos que asumir, es mayor y de pareja. En este caso, no nos quedará otra que enfrentarlo nos guste o no, nos de vergüenza, miedo o pereza. El momento de hablar llegó.
Wall to wall
Claro que siempre es más fácil pensarlo que decirlo, de la teoría a la praxis suele haber un trecho mucho más amplio del deseado. ¿Cómo lo enfrento? Nunca es fácil encarar estos temas y hablar sin que se nos quiebre la voz o nos gane la ira. Optar por serenarse, buscar el momento y el lugar indicado y las palabras correctas es siempre la mejor opción. Lo que sí es seguro es que el enojo nunca es conducente. Pensar que por algo pasan las cosas siempre es más productivo y funcional a considerar que la culpa está del lado del otro y que una es una pobre víctima de sus acciones.
Hablarlo, darle el espacio para que descargue sus argumentos e intentar entenderlo hará que nosotras también nos pongamos a pensar. Si después de la charla seguimos considerando que hay una patología de por medio, lo mejor es consultar con un especialista. Ahora bien, si su explicación es clara y, aunque no nos agrade o nos de celos, nos hace entender que para él es una forma de cargar pilas, de estimularse- no olvidemos que los hombres son completamente visuales- y de alimentar sus fantasías, entonces debemos ser un poco más abiertas y tolerantes y aceptar que ellos son distintos y que tal vez, puede que sea hora de volverlo un placer compartido.
Por Julieta Bliffeld. Ilustración de Alejandra Lunik
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