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Mi principito (por Juliana*)




Todos conocemos "El Principito"; debe ser uno de los libros más vendidos del mundo, me imagino. Sin embargo, este ejemplar que tengo en mis manos tiene algo que lo hace único: me lo regaló mi abuelo cuando yo tenía nueve años.
Mi abuelo se llamaba Diego, pero le decíamos Keko, no sé bien porqué. Era un hombre mayor, de unos setenta y largos. Bondadoso como él solo. Había sido un gran médico durante sus años de trabajo, y aun así, era una de las personas más humildes que conocí. Tenía un corazón sencillo pero cálido, y tenía sosiego en los ojos. Cuando mi abuelo Keko murió, nunca más volví a ver esa paz en ninguna mirada.
Él amaba y cuidaba a su pequeña nieta mayor como quien protege a su pequeño tesoro; y yo... yo sencillamente lo adoraba. Tenía una devoción por él que hacía que nos entendiéramos con sólo vernos.
A esa edad, no le presté demasiada atención, pensaba que me estaban regalando un libro más de cuentos, de esos que leen las mamás cuando sus niños no se pueden dormir. Pero había algo en la expresión de mi adorado viejito que me hizo entender que se trataba de algo más que un libro. No lo supe dilucidar en su momento, pero tenía una relación tan especial con mi abuelo, que guardé esa mirada para mí, como si también fuera parte del regalo.
Leí "El Principito" muchos años más tarde, y lo releí varias veces. Sólo cuando tuve un poco más de vida encima pude entender el mensaje del autor; y más allá de eso, entendí otra cosa: entendí la mirada, esa mirada que guardaba hace años en mi memoria, supe que mi abuelo no sólo me regalaba un libro, sino que me regalaba una forma de mirar la vida.
Hoy vuelvo a leer "lo esencial es invisible a los ojos. El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante. Los hombres han olvidado esta verdad, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa."
Confieso que cada vez que leo estos párrafos, siento que mi abuelo me cuenta la historia de un principito que domesticó una rosa y se hizo amigo de un zorro. Pueden pasar meses sin que abra el libro, o lo leo todas las noches seguidas de una semana entera. Sea como fuere, mi principito (y acaso también mi abuelo) siempre está ahí, en ese libro ajado con hojas manchadas de tinta azul de una primaria lejana. Desde su lugarcito en el estante a veces me habla, o a veces sólo me mira con la misma curiosidad con que yo observaba a los personajes de la historia. Hasta imagino que me pone esa cara de "no entiendo bien que estás haciendo". No importa, yo sé que cuando termine el día, él siempre estará para compartir conmigo esa sensación ingenua de no entender el planeta que pisa.
Gracias, Keko.
¿Cuál es el objeto o la enseñanza más preciada que les dejan/dejaron sus abuelos?
*Juliana es salteña, estudió Relaciones Internacionales, tiene 22 años y es alumna del taller de Inés.

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