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Mujeres sin miedo




Todos los años siento necesario hacer la misma aclaración y explicar por qué no festejo el día de la mujer.
No lo hago, y no porque sea amarga o resentida, me encantan los festejos. Tampoco condeno a quienes lo hacen, cada persona tiene sus razones válidas. Pero yo no quiero un día exclusivo para mí, cuando lo que buscamos, pedimos, reclamamos, es tener los mismos derechos y oportunidades que cualquier ser humano. Entonces, un día especial de cenas y descuento en los shoppings (¡o un mes entero!), no me hace sentir más mujer.
Lo que en un principio se marcó como un día para conmemorar la lucha de las mujeres, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, tiene antecedentes trágicos, entre ellos, el de las obreras calcinadas que reclamaban mejores condiciones laborales. Y hace tiempo perdió el verdadero sentido.
Ya en 1949 Simone de Beauvoir consideraba que hablar sobre feminismo y preguntarse por el lugar de la mujer era un asunto ampliamente debatido. ¿Qué sentido tenía escribir sobre las diferencias de género? Su libro "El segundo sexo" cuenta con más de 400 páginas, con párrafos a los que todavía hoy damos vueltas:
"Si desde la más tierna edad, la niña fuese educada con las mismas exigencias y los mismos honores, las mismas severidades y las mismas licencias que sus hermanos, participando en los mismos estudios, en los mismos juegos, prometida a un mismo porvenir, rodeada de hombres y mujeres que se le presentasen sin equívocos como iguales, el sentido del «complejo de castración» y el del «complejo de Edipo» quedarían profundamente modificados. Al asumir con los mismos títulos que el padre la responsabilidad material y moral de la pareja, la madre gozaría del mismo prestigio perdurable; la niña sentiría a su alrededor un mundo andrógino y no un mundo masculino; aunque se sintiera afectivamente más atraída por el padre -lo cual ni siquiera es seguro-, su amor por él estaría matizado por una voluntad de emulación y no por un sentimiento de impotencia: no se orientaría hacia la pasividad; autorizada a demostrar su valía en el trabajo y los deportes, rivalizando activamente con los muchachos, la ausencia de pene -compensada por la promesa del hijo- no bastaría para engendrar un «complejo de inferioridad»; de manera correlativa, el muchacho no tendría espontáneamente un «complejo de superioridad» si no se le hubiera inculcado y si estimase a las mujeres tanto como a los hombres".

Créditos: Corbis

Desde entonces ocupamos más espacios y adquirimos nuevos derechos, que constituyen una verdadera conquista social, pero todavía estamos lejos de alcanzar un lugar de equidad.
Situación 1: Una mujer sube a un colectivo de la línea 152, interno 35 a las 10:39 am del 07/03 para ir a buscar a su hija al jardín. Usa el pelo rapado de un costado, rulos cortos, camisa. El colectivero le comenta a su acompañante, también mujer: "no entiendo a estas que se quieren hacer las rebeldes con esos cortes de pelos y esa ropa de hombre que usan". Ella lo ignora, pide que le cobre el pasaje. Pero él la insulta y le dice "dale respondé: ¿te haces la rebelde o te gustan las empanaditas o las tortitas? Ella le dice que es libre de hacer lo que quiera con su sexo, con su ropa y con su pelo. Él la sigue provocando con palabras que considera insultos, ella le contesta: "machista, misógino, retrógrado" y se va al fondo, donde le preguntan qué pasó. Ella lo cuenta, algunos toman nota del número de interno, otros le sacan fotos, lo graban, y el colectivero de pronto se siente incómodo. Otras personas permanecen calladas, no hacen nada. Aceptan el maltrato de la figura de poder en ese espacio pequeño que es un universo a escala. Antes de bajarse, la mujer le dice que no se va a olvidar de ella, y que le agradece porque le da fuerza para seguir peleando por lo que le parece justo. Ese hombre sigue al volante de un colectivo. La mujer, en su estado de Facebook termina con una frase: "tenemos que luchar con corazón por nuestros derechos y por nuestros peques. Para que exista un mundo donde quepan muchos mundos con respeto, aceptación y amor".
Situación 2: Se publica una entrevista a una joven actriz, también a otra que tiene una larga trayectoria y está cerca de los 40. Sobre ambas, bellas, exitosas cada una en lo suyo, los comentarios son muy agresivos. A la joven le dicen que es vulgar, que no sabe actuar, que ni siquiera es linda, que todo lo que dice es hueco. A la otra le dicen que está grande, que tiene mal gusto, que es insufrible, que su ropa es grasa, que seguro tiene botox. La mayoría de los insultos provienen de mujeres.
Situación 3: A partir de la muerte de las dos mochileras mendocinas, Marina Menegazzo y María José Coni, en Montañita, Ecuador, muchos salieron a cuestionar la decisión de dos chicas "solas", de viajar al medio de la selva. Los padres de repente tuvieron más miedo de largar a sus hijas para que experimenten la sensación de libertad que genera viajar y conocer otras culturas. Miles de mujeres volvieron a tener terror de charlar con extraños, salir con sus mochilas y hacer dedo en la ruta. La trata de personas es un fantasma recurrente.
De las tres situaciones, me quedan girando varias cuestiones, de las que hablo ahora pero no son inmutables y están abiertas al debate:
Ser mujer no tiene solo que ver con nuestros genitales, ni con la ropa, ni con las personas con las que tenemos sexo. Ni siquiera la capacidad biológica de traer hijos al mundo nos hace más o menos mujeres, aunque es un superpoder maravilloso. Dice Gonzalo Garcés, en su libro "Hacete hombre", que en la actual sociedad capitalista ocupamos el rol de consumidores y que la condición de hombre, "la hombría", es una construcción. Entonces hay mujeres que demuestran su hombría al tomar decisiones con frialdad, o ejercer el poder y pasar a la acción, como es el ejemplo de la ministra alemana Ángela Merkel. Yo coincido en que además del componente genético, nuestro sexo es una elección cultural, pero creo que es un buen momento para replantearnos el papel que jugamos en la sociedad, para dejar de mostrar un modelo de mujer débil y víctima de las circunstancias. Merkel es una mujer fuerte, ni más ni menos. No deja de serlo al meter sus pies en el barro del machismo.
No solo sufrimos la opresión de la mirada masculina, somos nosotras quienes juzgamos y agredimos a otras mujeres y enseñamos con el ejemplo a las nuevas generaciones. Son ellas las que deberían rebelarse y cuestionarnos. Todos tenemos que evolucionar. No basta con que las mujeres sean exitosas en lo suyo, buscamos el error, pretendemos que esas personas sean eternamente jóvenes, y les marcamos sus arrugas o los kilos de más pero las criticamos si se hacen cirugías. Nos metemos con su vida privada y sus elecciones. Volcamos nuestra frustración en esas personas que no nos deben nada y que solo nos devuelven nuestra imagen reflejada cuando las señalamos con el dedo.
Todos los seres humanos tenemos un componente femenino y otro masculino. Estrógenos y andrógenos. Energía creativa y capacidad de llevarla a la acción. En el reconocimiento de las diferencias y similitudes está la aceptación de quienes somos y de lo que sentimos que somos. Las mujeres no estamos solas. No somos solas. Dos mujeres que viajan son suficiente compañía para atravesar selvas o continentes enteros, como tan bien lo expresa Marta Dillon en esta nota. El mundo es a veces un lugar peligroso, también en la esquina de nuestra casa. Por eso es importante la solidaridad entre mujeres -además del amor hacia los todos los seres humanos y no humanos-, porque muchas de nosotras sufrimos agresiones y nos quedamos calladas, porque sabemos lo que se siente portar un cuerpo con curvas como si hubiera alguna culpa en ello. No existen víctimas propiciatorias. Entre tanta gente buena, también existen personas que transgreden derechos, que violan y matan. Que dejan de respetar la vida porque tal vez nunca aprendieron que tenían que hacerlo.
Hoy está más presente que nunca el grito de #NiUnaMenos

Créditos: Corbis

En una charla TED Reshma Saujani, fundadora de "Chicas que programan", dice que a las mujeres nos enseñan a ser perfectas, no valientes. Que a los hombres los educan para afrontar los problemas, por eso no suelen abandonar cuando fallan y persisten en el intento. Que es el momento de modificar ese error y dejar de tener miedo.
Me pueden escribir a kariuenverde@gmail.com
Abrazo.
Kariu

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