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 • HISTORICO

Mundial Rusia 2018: 9 puntos curiosos imperdibles de la Moscú soviética




Llegar a Moscú por primera vez nos destierra un par de estereotipos, algo que le pasará a muchos de los que visiten la ciudad por el Mundial Rusia 2018 . Ni los rusos son fríos, ni la arquitectura es cuadrada y aburrida. Y mientras caminamos por las calles de la capital con más billonarios del mundo, es muy fácil también switchear de dimensión y meterse en los años de la Unión Soviética.
Aunque Rusia lleva casi tres décadas en el capitalismo, es imposible no ver los símbolos soviéticos por toda la ciudad. Salvo la Casa Blanca Rusa, como también se llama la residencia presidencial frente al río Moscova, todos los edificios públicos mantienen sus hoces, martillos y placas de los años de la Unión Soviética.
Un modo de conocer esta ciudad es recorrerla por los lugares donde tuvo lugar aquella historia que marcó al mundo durante buena parte del siglo XX.

La Plaza Roja

Desfile en la Plaza Roja

Desfile en la Plaza Roja - Créditos: Gabriel Martin

Empecé mi recorrido por la Plaza Roja, escenario principal de la vida política del país más extenso del mundo.
Aquí se realizan todos los 9 de mayo los impresionantes desfiles militares para conmemorar la derrota de Hitler por el Ejército Rojo.
A un lado de la plaza está el GUM, el shopping más lujoso de Moscú. También allí McDonalds instaló su primer local en Rusia apenas se disolvió la URSS. Pero basta con mirar hacia la muralla del Kremlin para empezar a viajar a los años soviéticos.
El Ayuntamiento

El Ayuntamiento - Créditos: Gabriel Martin

Necrópolis de la Muralla del Kremlin

Antes de llegar a la pirámide escalonada donde descansan los restos de Lenin, hay que avanzar por un camino que corre paralelo a la muralla del Kremlin, donde están dispuestas placas y bustos de distintas figuras y líderes de la Unión Soviética.
La necrópolis fue inaugurada con una fosa común en 1917, donde se enterraron a más de doscientos simpatizantes bolcheviques que murieron durante la Revolución de Octubre.
Allí descansan los restos de figuras como el mariscal Gheorgui Zhukov, quien lideró la toma de Berlín en 1945 y tiene su monumento ecuestre ingresando a la Plaza Roja; el periodista estadounidense John Reed, autor de "10 días que conmovieron al mundo"; y Yuri Gagarin, el primer ser humano en viajar al espacio.
Pero la efigie que más flores siempre tiene es la de José Stalin, testimonio de un peregrinar permanente de muchos rusos que le reconocen su liderazgo en la guerra contra Hitler, que le costó al país unas 27 millones de almas.

El Mausoleo de Lenin

Un mosaico con motivo soviético en una estación de metro

Un mosaico con motivo soviético en una estación de metro - Créditos: Gabriel Martin

Finalmente se puede ingresar al mausoleo de granito rojo para estar frente a Vladimir Illich Lenin embalsamado.
La entrada es gratuita -un Lenin concesionado a una operadora turística es una paradoja digna de imaginar- y está abierto de martes a sábado de 10 a 13 horas. La cola suele ser bastante larga, pero avanza a ritmo sostenido, ya que dentro del mausoleo no es posible sacar fotos ni detenerse, aunque hay tiempo suficiente para ver los restos de Lenin con calma.
En el mismo mausoleo estuvieron también los restos de Stalin, pero fue removido durante la "desestalinización" de la sociedad en la década del ´60, y dispuesto a su lugar actual.
Para terminar la recorrida en los muros del Kremlin, dando la vuelta hacia los jardines de Alejandro se encuentra la Tumba del Soldado Desconocido, la llama eterna y los pilares que conmemoran a las doce con su llama eterna y los doce pilares de las llamadas Ciudades Heroicas, como se galardonaron a doce ciudades rusas que resistieron la ocupación nazi.
Un restaurante soviético

Un restaurante soviético - Créditos: Gabriel Martin

La Casa del Malecón

Cruzando el río Moscova hay un edificio que, fuera del circuito turístico, tiene toda una historia vinculada a los años soviéticos.
La Casa del Malecón no se destaca por su belleza arquitectónica, aunque fue considerado el primer edificio ejemplar, ya que cuenta con parques internos, una clínica propia, guardería, cine y un teatro, entre otras facilidades.
A sus diez pisos iban a vivir allí los más encumbrados miembros del Comité Central del Partido Comunista. Además del lujo, sus habitantes estaban a disposición del Kremlin, apenas cruzando el puente.
El edificio fue también conocido como la Casa de los Fantasmas, ya que durante las purgas que Stalin lanzaba sobre sus opositores terminaba con sus habitantes muertos o deportados. Y sus departamentos, vacíos y disponibles.
Se puede ingresar a sus patios interiores, y quién tenga ganas de una experiencia soviética, puede buscar lugar en el hostel que allí funciona.

Lubyanka

Para todos los aficionados a las novelas de espionaje de John Le Carré, el lugar más hermético y suspicaz de la Tierra era "el Centro", como se conocía al edificio desde el cual partían órdenes secretas para poner en marcha todo tipo de conspiraciones, infiltraciones y las más disparatadas fantasías, y no tanto, de la Guerra Fría.
Durante décadas, para los rusos de a pié, el nombre Lubyanka provocaba un frío por la espalda y era un sinónimo de represión y tortura.
A los calabozos que funcionaban en su subsuelo fueron a parar miles de disidentes, algunos famosos, como Alexander Solzhenistyn, autor de Archipiélago Gulag. Un chiste popular de la era soviética señalaba que este edificio de seis plantas era el más alto de Moscú, porque desde sus sótanos se alcanzaba a ver Siberia.
Lubyanka también tiene su mística de gloria. Desde allí se coordinó la famosa Orquesta Roja, la red de espionaje más fabulosa de la Segunda Guerra que desplegó unas 500 radioemisoras dentro de la Europa ocupada por el nazismo.
El cuartel general del KGB hoy sigue siendo la sede central de los servicios secretos rusos, el FSB (Servicio Federal de Seguridad), y se encuentra a diez minutos caminando desde la Plaza Roja, y a apenas 200 metros del Teatro Bolshoi.
Cruzando la calle hay un centro comercial dedicado íntegramente a los niños, que realmente vale la pena visitar y acceder a la terraza para una vista preciosa de Moscú. Aunque el lado que da a Lubyanka se encuentra tapado por plantas que cierran la visual, se puede asomar una cámara para sacar unas panorámicas del edificio desde la altura y sentirse un agente occidental, vigilando el corazón de los servicios secretos rusos.
La calle Tverskaya es un paseo ineludible. En el número 13, a 600 metros de la Plaza Roja, está la sede de la alcaldía de Moscú, donde funcionó el Comité Militar Revolucionario que dirigió la insurrección bolchevique en la ciudad.
Desde sus balcones, Lenin realizó una serie de discursos y así lo reseñan dos placas que representan a unos milicianos y al líder bolchevique, ubicadas en la entrada del edificio.
Cruzando la avenida, la capital rusa nos regala una de las postales más significativas de esa armoniosa tensión de pasado y presente, con un Lenin que observa atento la entrada de un banco.
A pocos metros también se encuentra una de las estatuas más originales del líder bolchevique, sentado en posición de oyente y sosteniendo una libreta, obra del escultor Serguéi Merkúrov, que usó la máscara mortuoria que él mismo tomó de Lenin.
Salón del Recuerdo y la Tristeza en el Museo de la Guerra Patria

Salón del Recuerdo y la Tristeza en el Museo de la Guerra Patria - Créditos: Gabriel Martin

Comer en una cheburechnaya

Todavía persisten en Moscú una gran cantidad de cantinas y restaurantes que sobreviven desde los años soviéticos. En el número 4 de la calle Bolshaya Bronnaya, está el Chieburechnaya CCCP. El nombre de este tipo de cantina es por el chebureki, una empanada frita de carne de cordero, plato típico de los tártaros. El menú es sencillo, muy barato y para comer al paso o para llevar. También se pueden pedir sopas, ensaladas, o simplemente tomarse una cerveza o ponerse a tono con la ambientación soviética tomando algún shot de vodka.
A la vuelta, uno de los museos más interesantes para conocer es el de Historia Contemporánea, que cubre los último 150 años de la historia rusa, finalizando con la disolución de la URSS en 1991.
Los museos rusos son deslumbrantes, y este no es la excepción. Cuenta con unos dos millones de objetos originales, desde cartas, posters y medallas hasta diseños para exposiciones y piezas de artillería, todas vinculadas a algún hecho histórico.

Muzeon

Muzeon Stalin

Muzeon Stalin - Créditos: Gabriel Martin

Uno de los lugares más fascinantes para visitar en Moscú es sin duda el Muzeon, una exposición a cielo abierto de más de 700 estatuas de los más renombrados artistas del realismo socialista.
Miles de monumentos fueron derribados y vandalizados cuando se disolvió la Unión Soviética, por eso al Muzeon se lo conoce también como el "Parque de los Caídos".
Una de las más significativas es la imponente estatua de Félix Dzerzhinsky, fundador de la Cheká, que fue desterrada del frente del cuartel del KGB en Lubyanka apenas Gorbachov dio por terminada a la URSS.
La figura de Stalin fue erradicada de cada rincón de Moscú, y salvo el busto sobre su tumba en la Necrópolis del Kremlin, el único monumento fue depositado aquí. Es una imponente pieza de granito preservada en perfecto estado, y que exhibe un mazazo en el rostro.
Detrás hay una conmovedora obra compuesta por 283 cabezas de piedra, aprisionadas entre rejas, que homenajean a las víctimas del estalinismo.
La mejor foto del lugar la regala un letrero tridimensional hecho de aluminio, "URSS, baluarte de paz", que en la década del ‘70 se convirtió en un landmark para los visitantes de Moscú.

VDNKh

Pabellón Ucrania

Pabellón Ucrania - Créditos: Gabriel Martin

Otro imperdible es el Centro Panruso de Exposiciones, o VDNKh (se pronuncia vedenjá). Es un parque de proporciones rusas, es decir, desmesurado, con más de 500 edificaciones, inaugurado en 1939 para exponer los logros económicos, científicos y tecnológicos
Al cruzar el arco de la entrada, coronado por un obrero y una campesina cubierta en mosaicos de láminas de oro, un monumento de Lenin recibe a los visitantes.
Los pabellones principales están dedicados dedicados a las repúblicas soviéticas, respetando el estilo arquitectónico del país. Los más deslumbrantes son los de Uzbekistán, Ucrania y Armenia.
Si al pasar el primer pabellón no te deslumbra la fuente de la "Amistad de los Pueblos", lo mejor es chequearse el pulso. Son 16 estatuas bañadas en oro que representan a cada una de las mujeres de los países miembros de la URSS, sosteniendo una muestra del cultivo principal de esa nación.
En el parque se pueden ver también los logros de la cosmonáutica rusa, expuestos al aire libre, aunque lo mejor que hay para hacer es ingresar al Museo de la Cosmonáutica, donde están expuestos modelos del Sptunik, el primer satélite en orbitar la Tierra, o la nave que llevó a Laika en convertirse en el primer perro espacial. Obviamente Yuri Gagarin el protagonista de una buena parte de la muestra.
El broche de oro es la obra más acabada del simbolismo comunista: el Obrero y la Campesina, dos figuras de unos 24 metros cada una, realizadas en acero inoxidable, que sostienen con sus brazos en alto una hoz y un martillo.
Este monumento fue realizado para la Exposición Internacional de París de 1937 y fue pensada además como un mensaje para Hitler. La URSS participaba por primera vez en una feria internacional, a 20 años de su fundación. Y el pabellón soviético fue levantado exactamente frente al de la Alemania nazi, de tal modo que el Obrero y la Koljosiana avanzaban, hoz y martillo en alto, ante dos colosos teutones elegidos por el propio Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler.

El Parque de la Victoria

El Parque de la Victoria

El Parque de la Victoria - Créditos: Gabriel Martin

Si hay una tragedia que cruza y une a todos los rusos es la Segunda Guerra Mundial, y por eso la llaman la Gran Guerra Patria.
Según los últimos estudios, unos 27 millones de rusos murieron los cuatro años que duró la ocupación y la derrota de Hitler en Berlín. En 1941, Argentina tenía entonces una población de poco más de 11 millones de habitantes.
Por eso, Parque Pobedy es un monumento absoluto a la solemnidad, edificado en 1995 para conmemorar el 50 aniversario del fin de la guerra.
El obelisco de 142 metros domina el centro de la Plaza de los Vencedores, y se lleva toda la atención mientras se avanza entre los monolitos y el sonido de 1418 fuentes, una por cada día que duraron los combates.
El museo vale realmente la pena verlo y es realmente sobrecogedor. Tiene dos salones principales, el primero, de la Gloria, dedicado a los héroes de la guerra, y el segundo, del Recuerdo y la Tristeza, que logra logra su cometido. Una estatua que rememora a la Piedad de Miguel Ángel, está enmarcada en decenas de miles de gotas de cristal que con su efecto lumínico presenta millones de lágrimas.
El parque merece ser recorrido, y en sus bosques nos vamos a encontrar con una iglesia ortodoxa, una sinagoga, una mezquita y una capilla católica, dedicadas a los soldados fieles de alguno de estos credos.

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