Ayer a la noche finalmente nos sentamos a hablar.
Nicolás quiere volver, yo le pregunté a cuento de qué.
Digo, no vino a terapia, no hablamos de nada, me hizo escenitas, me llegan mails anónimos. Qué estamos haciendo?
Qué clase de familia queremos formar, si no somos capaces de sentarnos a hablar una vez por semana?
Le dije que me invitación a hablar tenía fines más prácticos. Le expliqué lo de la plata y me dijo "por la plata vos no te hagas problema", pero sí que me hago. Hay que continuar la vida y no puedo pensar en avanzar, en estar fuerte, si tengo que estar ocupándome el 100% del día en cubrir huecos.
Le dije cómo venían las cuentas y me miró mal. Me miró como si yo estuviera siendo mezquina.
Qué harta que estoy! Qué podrida de dar explicaciones de todo, de que todo lo que hago sea mal mirado y juzgado! Qué cansada me tiene este hombre, no se dan una idea!
No perdí los estribos, y eso está buenísimo. De hecho, el que los perdió, luego de que yo le dijera que no me parecía el momento de retomar la convivencia, fue él. Se sacó un poco, pero enseguida lo bajé a tierra, los chicos estaban durmiendo arriba.
Le dije que la condición para que empezáramos a pensar en un regreso, era que fuer a la terapia.
Está visto que no podemos hablar solos. No sacamos, estamos todo el tiempo viendo quién gana.
Pero lo más importante, quiero que alguien esté de árbitro, y quiero poder decir las cosas que no me animo. Quiero coraje externo.
Le dije lo que me parecía que tenía que aportar para que la vida de los chicos siguiera su curso, y me dijo que sí.
Le dije que no necesitaba que pusiera más que eso. No quiero hacerme rica con su plata. Sólo quiero lo que corresponde.
No estuvo tan mal.
Pero yo estoy entristeciéndome un poco.
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