Años, toda una década trabajando en rehabitar el cuerpo, en des-alienarme de una cabeza destilando ironías y quejas... y ahora que voy relajándome, con los sentidos activos, recibiendo estímulos gratos... ahora que soy una madre con el pecho disponible y la atención bien puesta en mis retoñitas... ahora me viene a acusar de endulzada y cursilería... Naaah.
¡No, no, no y no!
A mí tampoco me gusta lo cursi ni lo edulcorado. No me gusta ese extremo como tampoco me gusta la amargura y el cinismo sistemático. Pero sí, sí, sí me gusta y mucho (cada vez más) el goce REAL y un cacho, un poco de apertura emocional con los otros. Me pego un tiro en mi vida si no tuviera esa posibilidad. Eso sí sería aburrido.
Ni hablar de la conexión con hijas. Cuchame, si no sintiera tanto amor por ellas, ¿podría sostener el baile que implica parirlas, atenderlas, cuidarlas, limpiarles sus culitos, ponerle límites, aguantarlas, etcétera? ¡La naturaleza es sabia!
Y dicho esto y hablando de apertura y disponibilidad emocional con los otros, el otro día, mamma mía, viví una situación INTENSA: plaza atestada de críos, parque grande, se me acerca una madre y me tira: "¿vos sos de tal jardín?" "Sí". "Ah, yo también. Disculpá, pero tengo mi hija perdida, ¿por favor, podrías estar atenta? Se llama Sofía".
-¿Cómo está vestida? ¿Cuánto años tiene?
Me la describe y sale disparada, a seguir buscándola. "¡Vale!", le grito a mi amiga, "quedate con las nenas". Y sí, no podía, no podía quedarme sólo a la expectativa. Sentí su corazón congelado, el mío se encogió con ese frío, tenía que poder hacer algo. Para decir "perdida" debía haber pasado un tiempo desde que perdió su rastro (en efecto habían pasado unos 5 minutos hasta ese momento. ¡¿Saben lo que es eso?!). Empiezo, pues, a buscarla en el arenero, voy mirando a los niños, uno por uno... Lo camino y recorro todo, "no, no está". Salgo, me siento una leona en medio de la selva. Sigo por fuera de los juegos, camino más metros y en eso, finalmente, una niña que respondía a la descripción que la madre me había hecho. Pero de la mano de otra mujer. "¿Será Sofía?" "No, parece la hija". Y entonces afino la vista y veo que la criatura está muy atemorizada y llorando. Me le tiro encima: "¿Sofía?" "Sí", asiente ella con la cabeza. Ni lo dudo, la agarro en brazos y doy por sentado que la joven estaba ayudándola. Sin que le pregunte ésta me cuenta: "estaba por allá" y señala el otro extremo de un parque (inmenso). "Oh, gracias".
Me sentí heroica en ese momento. Me sentí muy mamá. Me sentí salvaje y en mi centro. Fui corriendo a la mamá que estaba, para ese entonces, yéndose a la otra punta. Me cruzo a una amiga de la madre, y por fin, gritos de por medio, ambas logramos avisarle. Ahh, alivio. Alivio tremendo. Tanto pánico que no podía ni caer, eso me decía. Y cuando volvió a tener a su criatura en brazos, no podía decirle nada; era pura emoción, era volver a parirla.
No voy a concluir de lo anterior la obviedad de que los padres tenemos que estar atentos a nuestros hijos en espacios públicos (ya lo sabemos). Lo que la anécdota me disparó como reflexión fue: son nuestro mayor tesoro, el más preciado. De padres y no padres. Sí, de alguna manera -en tanto adultos- todos tenemos la responsabilidad social de cuidarlos... y no sólo eso. Hoy agrego: también todos tenemos el desafío, la invitación a escucharlos, a bajar a ellos, a sintonizar su frecuencia y ver qué se traen estos pillos entre manos.
Justo ayer me topé con esta belleza de tema de Phil Coulter interpretado por Sinead O´Connor: "Scorn not his simplicity" ("no desdeñes su simpleza").
¿Cómo reaccionan ustedes frente a la situación de pérdida momentánea? Y yendo al tema que a mí más me interesa: ¿cuánto estamos pudiendo valorarlos y sintonizar con ellos?
PD: Ah, dejó fotito del cumpleaños en plaza de mi hija. Plaza gracias a dios poco concurrida.

Intentando prender velitas
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