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No luches en vano




"No luches en vano. La mayoría de los esfuerzos son ridículos", me vengo repitiendo este último tiempo. "La fuerza está en saber estar en el lugar indicado, en apropiarse del presente, haciendo y diciendo justo lo necesario... ni más ni menos."
El viernes, por ejemplo. Tenía fiesta de fin de ciclo de la menor de mis hijas. Una reunión de padres informal, para la cual me habían pedido que llevara un disfraz. Algo fácil de hacer, simple, incluso bastaba con un accesorio, con una capa, un sombrero... un elemento para que ellos usen y distingan esa ocasión del resto.
Viendo mi poco tiempo disponible para coser y lo mal que suelo hacerlo, agarré una musculosa vieja y un tutú rosa (el de mi traje de clown) y se lo llevé a la costurera. Esta opción en apariencia cómoda me llevó su tiempo (encontrar una remera, el tutú... y que la costurera estuviera abierta).
Finalmente se lo dejé, de un jueves para un viernes (el viernes a las 3 pm era la fiesta). Debía retirarlo antes de la 1 del mediodía. Me lo anoté, me lo repetí, incluso llegué a escribir un tweet al respecto. Pero en eso me encapriché con una lucha vana (de una importancia tan nimia que ni me animo a confesarla) y cuando vi la hora, ya era pasada la 1 y cuarto. Salí corriendo. Literalmente. Corrí 7 cuadras. Llegué a la puerta de la costurera... con las persianas de metal bajas. Sin aliento y sin consuelo. Lloré. Lloré y dramaticé. No hay lucha sin drama. Llamé a Fede, buááá, que qué hago, qué soy una tonta, que qué mala madre. Llegué a considerar el ocupar mi tiempo en tareas menos intelectuales, "ponete a atender un negocio, Inés. Algo que te ancle".
Volví a casa, todavía llorosa, eran casi las 2 de la tarde. Le dije a Patri: "por favor, ayudame." Busqué una vieja caja, no abierta desde la mudanza. Saqué el saco y una pollera, también de mi traje de payaso. Arranqué los botones de colores, agarré una remera, busqué un hilo, una aguja gorda, la única que tenía... e improvisamos. Sin detenernos un segundo. Todavía sin aliento y sin probar bocado.
Tres menos 5 salí hacia el jardín. Ya no corriendo, sólo trotando de a intervalos. Llegué a la escuela, finalmente, toqué el timbre. Salió la auxiliar, le expliqué el asunto, tenía que hacerle llegar el disfracesito antes de las 3, para que la vayan preparando y al momento de entrar los padres, los niños estuvieran listos.
La auxiliar asintió y cerró la puerta... momento en el cual ya me sentía una heroína, una mamá con todas las letras. Me jacté del periplo frente a otras madres, ahora podía reírme... de mí misma. Así estuve, toda jocosa hasta que llegó el momento de entrar a la fiesta: caminé los metros que separan una puerta de la otra y cuando estoy a punto de entrar al aula, la seño me tira: "no se preocupen si su hijo no quiso ponerse el disfraz, es normal que no les interese o no quieran."
Sí, claro. Ahí estaba Lupe, no queriendo saber NADA con un vestidito que no tuviera forma de chizito... Chizito, lo único que le importaba del festín eran los susodichos. "Y agua, mamá, agua." Lupe y otros varios de sus compañeritos. "Pero mirá, mi amor, lo que te hice..." y lo mismo que si le hubiese explicado una fórmula abstracta.
Todavía no sé si ese esfuerzo fue en vano, o si debía hacerlo pese a que ella elija decirme "no, gracias, paso", pero sí sé que fue en vano sufrirlo, DRAMATIZARLO.
¿Qué piensan? ¿Cuál fue su último gran esfuerzo innecesario?
Así quedó, colgado

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