¿Escribo o no escribo?, primera cuestión a resolver antes del sábado. Es decir, ¿sostengo el blog estando de vacaciones? El sentido común diría: "No, soltá el blog una semana y dedicate de lleno a vos, a tus hijas, a tontear por la playa, a caminar por la orilla, sin palabras."
Pero ya saben, no soy muy devota del sentido común, o de lo que se supone debería hacer en este momento. También lo asumo: trabajo mucho (pero me gusta hacerlo). Y en esta oportunidad siento ganas de llevarme el blog a cuestas, de seguir escribiendo. Ya cuando vuelva, probablemente en marzo, me tome una semanita de no escritura para, de paso, darle espacio a textos de comentaristas y/o alumnas.
Eso sí. Me llevo el blog conmigo pero advierto: voy a darme licencias. No sé a ciencia cierta qué tipo de licencias. Una licencia puede ser escribir poco, lo mínimo, bien simple, y acompañar con varias fotos. Otra, no contestar cada comentario, o contestar de un modo más general... No sé. La premisa será: llevátelo pero vivilo del modo más relajado posible. Como un cuaderno de viaje, como un diario.
La segunda cuestión a resolver: Tigre. De entrada me asustó la idea de dejarlo solo, librado a su capricho, en el departamento. "¿Y si le agarra una de esas chiripiolcas que a veces le agarran y se desquita con los sillones? ¿Y si vuelve a tirarse por el balcón, aun con la red?" Porque el muy temerario la desafía siempre, se trepa como si ésta fuera lo más resistente (y no sé si lo es).
"Pero Inés", me dijo Laura, la encargada del edificio, "si quiere afilarse las uñas o tirarse por el balcón puede hacerlo en cualquier momento, no tiene que esperar a que viajes, muchas veces se queda solo". Y agregó: "Además, según mi experiencia –y trajo el ejemplo del gato o perro del vecino- cuando se quedan solos, suelen estar más tranquilos que el resto del tiempo". En realidad, lo que terminó de convencerme fue su ofrecimiento de venir a darle comida, cambiarle el agua, limpiar sus piedritas y hacerle compañía, de poder, un rato. Eso sumado a los consejos de conocidos y de la veterinaria (que los gatos son territoriales, que se pueden estresar mucho si los sacás de su espacio).
En relación al primer miedo, me ocupé ya de cortarle las uñas y de comprar cinta de papel para fijar bien la tela que cubre los sillones. Ok. Asunto Tigre resuelto.
Por último, me quedan a resolver cuestiones menores. Entre ellas, depilarme, comprarme un traje de baño, comprar palas, rastrillo, armar el bolso, cargar la cámara de fotos, pagar algún servicio que esté por vencerse y demás chiquiteces. Pero no voy a aburrirlas con el detalle de estos preparativos; sí quiero contarles que estoy alborotada con este recreo, por mínimo que sea, que mis hijas no hacen sino preguntar a cada minuto, A CADA MINUTO: "¿cuánto falta, mamá, para llegar a la playa?" (No conocen la playa, nunca la pisaron).
Que así como Mar del Plata activa un sinfín de imágenes entrañables de cuando era chica, Pinamar despierta otras tantas de mi adolescencia. Que, de todas maneras, planeo vacaciones muy distintas a aquéllas, en energía. Planeo una semana de absoluta calma, introspectiva, silenciosa, en comunión con el mar (voy a ver si consigo barrenador), con la arena, con el agua de la pileta...
Ya van a leerme y decir: "pero qué relajada estás, Inés". Sí, he dicho. Voy a ser -por una semana- la versión más descansada de mí misma. Tómenme la palabra.
¿Qué es lo que más les gusta del momento en que se van de vacaciones? ¿Y lo que menos? ¿Algún objeto imprescindible en sus bolsos? A las que se fueron: ¿lograron descansar?

Por si no afloja la lluvia, compré lápices, cuadernos para colorear y block de hojas
PD: Como siempre, para contactarse por privado o por taller (a distancia), me encuentran en Ine Sainz
En esta nota: