Papando moscas

Confieso que jamás pensé que este trámite, ir a buscarlas a la salida del jardín, resultaría el de mayor sociabilidad dentro de mi rutina. Tampoco imaginé que acabaría siendo una de esas madres cotorras "de la puerta", a las que mi propia madre sacaba el cuero (¿o acaso envidiaría?) por estar "perdiendo el tiempo" (o mejor dicho, con tiempo para perder, cosa que ella no tenía).

No sé si en realidad a ella le hubiera gustado ser una mamá "de la puerta". Probablemente a mí sí me hubiera gustado que mi madre estuviera allí, conmigo, papando moscas, estirando ese recreo con cualquier excusa, con cualquier pretexto... como suelo hacer hoy con mis nenas.

Saludando a la mayoría de mis conocido/as, charlando un poquito aquí, otro tanto allá, apretujándome y pidiendo permiso para pasar, para llegar al frente, "uf, por fin, acá, acá", y que ambas seños me vean, me reconozcan y me entreguen sendos "paquetes".

Y luego, lejos de apurarme por volver al departamento, me instalo, nos instalamos en un cordón del costado o debajo de un árbol (el jardín tiene un predio cerrado con verde), con galletas y/o jugo, así, un rato, 10 minutos, 15, 20, a veces media hora, otras una hora entera.

Corriendo en ocasiones detrás de un arbusto para que las niñas hagan pis, otras tantas rezongando porque a China se le dio por saltar un charco (¡sin botas!).

Con más distensión y seguridad que en una plaza (donde el nivel de alerta te agobia), recuperando algo, un poco de la vecindad, del espíritu más comunitario, del hecho de compartir un espacio, con presencia de nuestros cuerpos, sin mucho apuro, aprendiendo de nuestros pequeños.