
La primera vez que con el hombre de esta casa hablamos de tener hijos fue, si mal no recuerdo, la primera vez que nos besamos. O al día siguiente. O, bueno, tal vez al otro. El punto es que el tema fue conversado bien pronto. Supongo que cuando intuimos que lo nuestro iba para rato; pongamos toda la vida, un suponer.
(Es curioso: aún después de años, ese mismo plan jamás apareció en parejas pretéritas. En ésta apareció casi al instante.)
Supongo que era importante para mí tener el panorama bien claro. Y para él intuyo que también. Digo, con una diferencia a su favor de +14 años, no era imposible pensar que nuestro muchacho dijera "bonita, por supuesto que nos amamos (y ese tipo de cosas) pero yo ya estoy grande para esos menesteres".
Pero no. En lugar de eso, pensó en casamientos y en niñitos, lo cual -especialmente lo de niñitos- iba a resultar para mí fundamental. Y eso que nunca fui especialmente una Susanita, eh; pero de ahí a renunciar a ser madre hay, digamos, un abismo.
A veces, cuando evidentemente no tengo nada que hacer, me pongo a pensar qué habría hecho yo si él no hubiera querido tener hijos. Es un poco imbécil -no él, válgame Dios, sino el pensamiento, especialmente considerando que estamos ahora mismo en la dulce espera-, pero lo pensaba en función de mi amiga S., que no tiene hijos y que lleva 5 años en pareja tratando de convencer a su marido de tenerlos. Y él, que ya tiene dos que andan por los veintipico, se niega sistemáticamente. Desde el primer día. Me pregunto qué clase de extraño optimismo operará en las mujeres que siempre (o casi) piensan que van a poder cambiar a su hombre.
En esta nota:
SEGUIR LEYENDO


Viajar por Argentina: estos son las 7 maravilas ocultas de nuestro país

Paso a paso: cómo recuperarte de una ruptura amorosa
por Cynthia Serebrinsky

Qué es la cultura de la cancelación y qué significa estar “cancelado”
por Ludmila Moscato

Estrés. El costo que pagan los líderes por ocuparse de su equipo
