Y habiéndome reconciliado con la naturaleza contradictoria de lo real... ahora sí, fiel a esa misma naturaleza, voy a confesarles que, si bien no soy devota de la culpa (porque las más de las veces actúa en función de expectativas hiper-exigentes), la tengo en cuenta.
Es decir, la escucho... sin tomarla al pie de la letra.
Como dijera hace unas semanas en relación al dolor, esa grieta es señal de "algo", algún tipo de revisión necesito hacer cuando aparece.
Esa revisión en mi caso requiere expresión, requiere que me eche al suelo, que re-habite el cuerpo y que finalmente me encuentre cara a cara con mi espejo: la hoja en blanco... ese interlocutor que todo lo recibe sin juzgarlo.
No siempre lo que escribo puede ser abierto a este espacio.
Ya algo les dije: no tengo el coraje de exponerlo. Quizás no tenga el deseo. Quizás necesite guardarme aquellos contenidos propiamente íntimos.
Pero el ejercicio de escribirlos, de buscarles una forma dentro de las posibilidades del lenguaje... ese sólo ejercicio libera, acomoda... y sobre todo: redime.
Y sólo desde ahí, desde una culpa trabajada, transformada, vuelvo a lo real con una sorpresa grata: siento de nuevo ganas de estar con mis niñas... Oh, sí, eso sentí, volví a sentir ayer a la mañana.
Volví a tener ganas de abrazarlas, de hacerles cosquillas, de dejar que se me trepen, de escuchar sus relatos, de llevarlas al colegio, de acercarme a la maestra y explicarle el por qué de sus ausencias... e, incluso, ganas de hacer toda la movida de retirarlas antes de la salida para llevarlas a una proyección pre-estreno de la película de chimpancés (Chimpancés, de Disney) a la que -por la tarde- habíamos sido invitadas (ya voy a contarles lo bien que me hizo conectar con contenidos audiovisuales animales y salvajes).
Con esto quiero decir: no a reaccionar cual marionetas de la culpa, sí a leerla entrelíneas, a meter manos en la misma, a hacer lo posible (expresar, indagar creencias) para desmenuzarla, para comprenderla.
¿Qué piensan?
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