Las imágenes son vagas. Tengo sensaciones sueltas, deshilvanadas.
Una bici roja, una rotonda detrás de la casa en la que vivíamos, me recuerdo subida a la bici y a mi padre, sujetándola con un palo, corriendo detrás, a centímetros de la rueda trasera, dispuesto a hacerlo todo, a hacer todo lo necesario para que yo aprenda.
Y recuerdo dar el salto, esos milisegundos en los que un@ toma el envión y se lanza a la pileta, se lanza al vacío, se lanza al propio equilibrio en este caso.
Qué proeza.
Sostenerme sobre dos ruedas. Ojalá pueda tenerle a China la paciencia que a mí me tuvieron de niña. Escribir acerca de la maternidad me obliga a revisar constantemente mi historial y a re-apreciar hechos que había naturalizado, a los que nunca di un valor especial. ¿Qué padre no va a pasarse horas intentando que su hijo aprenda a andar en su bicicleta?
Pero antes de irme por la tangente, y que la nostalgia y la emoción me gane, volvamos al presente.
Acabamos de regalarle a China una bicicleta. Fue un regalo en equipo por sus 8 años.
Un bici sin rueditas, la primera.
Mi hija, que vive en un departamento de no más de 60 metros cuadrados, a metros de una avenida, prácticamente no sabe todavía de qué se trata andar en bicicleta.
A ver, sí, a sus 2 años tuvo un rodado 12, esas bicis mínimas, y recuerdo haberle dedicado un buen tiempo a enseñarle el pedaleo. Primero un pie, después el otro, eso que a nuestra edad parece tan fácil, a sus 2 años no lo era tanto.
Habremos dado varias vueltas a la manzana. Habremos ido algunas veces a la plaza.
Incluso Lupe llegó a tener su propia bici, similar a la de su hermana, para que pudieran pedalear juntas.
Pero a decir verdad, desde que me mudé a mi actual departamento -y ya serán 5 años- que esas bicicletas quedaron aburriéndose en el subsuelo del edificio, un poco como Woody y amigos en Toy Story 3, abandonadas, ignoradas por completo.
Pero a diferencia de los personajes citados, no por falta de interés de sus dueños. No porque éstos hubieran crecido, no necesariamente.
Ya iba a echarle la culpa a la pereza de los padres, sería injusta si lo hiciera.
Vamos a decir que la circunstancia departamento + plaza tranquila a 6 cuadras + bicicletería lejos + falta de vehículo para trasladarlas y una serie de situaciones personales que ahora no vienen al caso, nos alejaron, alejaron a mis hijas de ese hábito.
El caso es que, a pesar de esas dificultades objetivas, a pesar de esos varios obstáculos, madre e hija siguen insistiendo.
No sólo pretendo que mi hija mayor aprenda a andar en bici, que podamos sostener una disciplina al respecto...
(Veremos qué hacemos con la más chiquita que ya está protestando. "¡Voy a aburrirme!" Yo insisto con que ella acompañe en patines).
No sólo pretendo enseñarle técnica y hábito a China, sino que, además, tengo todas las intenciones de volver a desempolvar la mía.
De volver a usarla diariamente como lo hacía antes de que mis hijas nacieran.
Si me dieran a soñar, preferiría vivir en una pequeña ciudad, o acaso en un pueblo, y que hijas y madre, todas, podamos movernos con bicicleta. ¿Muy romántico?
Pero no nos vayamos tan lejos, volvamos a este aquí y ahora, subamos arriba de esas dos ruedas, pedaleemos, pedaleemos, respiremos, estemos atentas, presentes, sintamos cómo se cansan nuestras piernas, sintamos esa libertad de movimiento...
Qué lindo es andar en bicicleta.
¿Qué piensan? ¿Usan sus hijos bicicletas? ¿Ustedes? ¿Recuerdan cómo aprendieron a andar en bicicleta? ¿Cómo le enseñaron a sus hijos a hacerlo?




PD: Que tengan un hermoso día martes. Como siempre, para contactarse por privado, me encuentran en FB.
En esta nota: