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Que se venga el calorcito (y otro cuento para ellos)




Tengo unas ganas de que termine el invierno.
-Decilo por la positiva.
-Ok... (Estoy escuchándome, escuchando a mi Mosca Muerta.)
Tengo unas ganas de que arranque, de que irrumpa, triunfal... aun siendo incómoda para muchos, por las alergias que trae... Un deseo tan fuerte que raya la ansiedad... de que irrumpa, decía, de que llegue, de que vuelva... la primavera.
Y no para enamorarme (aunque mal no me vendría vivir esa película en mi vida), sino para simplemente andar liviana de ropaje, menos tensa muscularmente, existencialmente más ligera.
Ah, sí, a mí el calorcito (el no-frío) me aligera.
Es un tema pura y exclusivamente de la temperatura.
Cuando el frío afloja, es como si el mundo se ensanchara. Y estoy convencida (bueno, no lo digo yo, lo han dicho todos, es un lugar trillado) de que la alegría brasilera no sería tal con temperaturas suizas.
En fin.
Yendo a lo nuestro y considerando el hambre de cambio estacional que estoy teniendo, y ya que retoños, no todos pero una gran mayoría, al menos los que viven en Ciudad de Buenos Aires, ya deben estar aburriéndose en sus casas... propongo volver a subirles un cuento. Otro. Otro cuento para ellos.
En este caso, de la mano de Paula F. (lectora y comentarista).
En lugar de dibujos, esta vez salí a hacer fotos.
¿Cómo viven ustedes estos últimos días fríos? ¿Algún deseo para su fin de semana?

Savia cumple cinco años (por Paula F.)
Hola, mi nombre es Savia. Hoy cumplo cinco años de árbol, que son un poco más largos que los años de los hombres. Pero nosotros, los árboles, estamos medio dormidos los primeros cinco años, así que no me acuerdo de nada. Es como si hubiera nacido hoy.
El día es hermosísimo, el cielo está bien azul, el sol sale temprano y se esconde bastante tarde. Hace muchos días que disfrutamos este aire caliente y lleno de perfumes. Vivo en una plaza, imaginate, somos una familia grande de árboles, pero creo que soy la única tan chiquita, y a veces no me animo a preguntar, porque todos son muy sabios.
Resulta que hace unos días, unos nenes andaban jugando alrededor mío, y al día siguiente, de golpe, veo que una de mis hojas verdes se vuela hasta el piso.
¡Qué susto me pegué! No quería moverme mucho para que las otras hojas no se copiaran, pero no sirvió: a la tarde ya había perdido cinco más. Entonces me di cuenta de que ya no eran tan tan verdes... estaban medio amarillas.
"¡Ay, qué miedo!", pensé. "¡Estoy enferma por primera vez!", y empecé a temblar mucho... ¡Para qué! Otras diez hojas se fueron directo al suelo.
"¿Me voy a quedar pelada tan joven?", me pregunté... y ya no pude contenerme más: me puse a llorar. Pero bajito, para que el resto de los árboles de la plaza no se diera cuenta... es que tenía vergüenza, si hubiera podido, me hubiera puesto toda colorada.
-¿Qué te pasa? -me preguntó una señora Abedul, muy dulce.
-Es que me parece que me enfermé -le dije yo-. Mire, ya se me cayeron un montón de hojas. Debieron ser esos nenes que jugaron aquí cerca. Seguro me contagiaron algo –y seguí llorando.
-Pero, Savia, ¿no te acordás del año pasado? -me dijo la señora.
-No, estaba dormida todavía.
-Ah. Entonces te cuento. Estamos por terminar el verano y empezar el otoño, y en esta época, nuestras hojas se caen, para dejarles lugar a otras, que van a salir lindas y verdes cuando vuelva la primavera.
-Entonces, ¿no estoy enferma?
-No, Savia, confiá en mí, no estás enferma, esos cambios les pasan a todos los árboles. Aprovechá este año para aprender, miranos a todos, y vas a ver que a todos nos pasa lo mismo.
Me puse a mirar alrededor, con cuidado, para que no se me cayeran más, y me di cuenta de que debajo de cada árbol de la plaza había hojas tiradas. Y las que todavía estaban pegadas a las ramas, no eran más verdes: algunas eran amarillas, otras marrones, otras ¡coloradas! Y también me di cuenta de que la plaza quedaba igual de linda con todos estos colores tan divertidos.
A medida que pasaron las semanas, también noté que los árboles se portaban diferente cada uno. Algunos se movían mucho y se sacudían, para hacer que sus hojas se cayeran más rápido. Otros se quedaban quietos, para que las hojas duraran lo más posible en sus ramas. Y a otros no les importaba: cuando venía alguna brisa se movían con ella, y si el aire estaba quieto, ellos se quedaban en su lugar.
Todos miraban divertidos los remolinos de hojas que se armaban, y se hacían chistes sobre cómo se veían, y se reían.
Yo aprendí también a reírme de cómo me veían los otros. Me di cuenta de que eran chistes buenos, nadie se burlaba. ¿Cómo se iban a burlar? ¡Si a todos nos pasaba lo mismo! A unos más rápido, a otros más lento, pero a todos lo mismo.
Así siguió pasando el tiempo, el sol estaba más remolón, y salía más tarde. Se ve que lo cansaba el frío, porque también se iba a dormir bien temprano.
¡Ah, no te conté! Ahora hacía mucho frío. El viento, bastante travieso, se había llevado todas nuestras hojas ya. A ninguno le importaba estar tan pelado, mientras veíamos pasar a los nenes con camperas y bufandas. Yo los extrañaba, la plaza era más divertida cuando venían a jugar, pero ahora eran pocos los que nos visitaban. Y claro, ¿quién puede jugar con tanta ropa? ¡Debe ser muy incómodo!
Con paciencia, esperé y esperé, y un día empecé a escuchar una música alegre, que venía de la tierra. Presté más atención, y me di cuenta de que ese mismo sonido estaba en el aire, y en el sol, que ahora se levantaba un poco más temprano, para escuchar la música.
Miré a mi alrededor y noté que la sra. Abedul tenía pequeñas manchas verdes, redondas, en algunos lugares... ¡Zas!, pensé, ¡eso seguro es una enfermedad!
Me estiré un poco y toqué uno, cosa que no ayudó para nada, porque la señora estaba durmiendo y se enojó un poco.
-¡Savia! –me dijo-. ¿Qué pasa que me despertás con tanto sobresalto?
-¡Ay, señora! –le dije–. Es que me parece que ahora usted está enferma, tiene unas urticarias verdes muy raras.
-No, Savia –se rió la señora– no es urticaria, son brotes de hojas nuevas. ¿Te acordás que te dije que las hojas se caían para hacerle lugar a las nuevas? Es que ya termina el invierno, y llega la primavera.
-Ah, es cierto –recordé.
Y así fue.
De a poco, los días se pusieron más tibios, a los nenes se les veían las caras, ya sin bufandas, y la música de primavera se metió en todos los árboles, los llenó de hojas nuevas y de todos los colores de verde.
Al lado mío está por despertarse un árbol, que ya tiene cinco años. ¡Cómo me voy a divertir con su primer susto! Pero por ahora, voy a jugar con él, porque la primavera es más divertida con amigos.
FIN
PD: Y colorín, colorado... ¡Que tengan un excelente fin de semana!

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