Vinchita en la frente, ojos entrecerrados, pelo castaño y débil. Mucho pero mucho músculo. Brazos fuertes y total y absolutamente apetecibles. Una banda y una moto. Eso era Ramiro. Un pibe de unos treinta que estudiaba en la escuela de cine. Él estaba en tercer año, yo en primero. Al principio me parecía un total y absoluto grasa. A un par de mis amigas les parecía sexy, a mí, grasa.
Pasaron algunos meses hasta que llegó aquella noche. Una fiesta de egresados de uno de los cursos. No era la suya. Nos habíamos juntado con mis amigas en mi casa y estaba pasada de tragos. Fuimos al bar y cuando la noche estaba al finalizar, un encuentro.
(Él, con una vinchita negra de futbolista, el pelo largo y una musculosa que le marcaba su exceso de gimnasio)
-¿Estudiás en la escuela, no?
-Sí
-¿Qué director te gusta?
-Kubrick ¿y a vos?
-Soy más de los orientales. ¿Estás de novia?
-No
-¿Vos?
El beso. No es que me gustara demasiado, ni siquiera estaba segura de que hubiese algún tipo de atracción. Cedí. El beso fue perfecto. Sin duda fue el mejor que me dieron en todos estos años. Era de miel… dulce, pero sensual. Al principio como romántico, al final cachondo. No le tenía fe al motoquero. Pero besarlo era adictivo. Primero el contacto de las lenguas, después el entrecruzamiento suave y ya cuando te había sensibilizado venía la parte intensa. Es difícil de explicar, pero me quedé con gusto a poco. Lo saludé, en esa época trabajaba los sábados muy temprano. Me fui directo a la oficina, pero antes, le di mi teléfono.
Después, una sucesión de desencuentros marcaron nuestra historia. Tantos como es posible manipular. Me escribió, nunca me llegó el mensaje. Me lo encontraba seguido en los pasillos de la escuela, pero me daba vergüenza. Justo cuando me animé y arrancamos a charlar, él volvió con su ex. Quedamos a mitad de camino. Me lo encontraba en fiestas, me perseguía… capaz nos dábamos algún beso y después huía como un reptil. En esa época también frecuentaba a Iván, así que no le daba mucha importancia.
El chat. Ramiro era un chateador profesional. Pasaba algo raro, o en realidad muy típico. Me hablaba cuando yo no estaba disponible y cuando yo le hablaba él dejaba de contestar. Un día después de meses de histeria, de paseos en moto, de besos contra la pared en alguna calle de Colegiales, me citó a hablar en una plaza.
-Te quiero decir algo…
-¿Qué?
-Tiene que ser personalmente…
Fui. Era verano, temblaba. Había algo en ese pibe -que además de lo antes mencionado, tenía un enorme tatuaje de Boca en el brazo-, que me atraía y definitivamente tenía que ver con el beso de miel. No se animó, me dijo que estaba solo, que le gustaba, me llevó en su vehículo a la casa de una amiga y se desvaneció.
A partir de ahí se puso las pilas, pero yo tenía ese problema. El maldito problema de la virginidad. Tenía pánico de decirle a ese barderito que era virgen. Tenía 22 años, y cada día que pasaba esa condición me pesaba más. Era extraño pero el problema no era no haberlo hecho, sino más bien lo que eso implicaba para los demás. Empecé a evitarlo y él a buscarme. Éramos como un gato y un ratón. Me buscaba hasta que yo cedía y él escapaba. Todo muy patológico.
Tomé la decisión de irme de viaje por tiempo indefinido. Mis amigas violaron mi privacidad, consiguieron mi contraseña del mail y les escribieron a todas las personas de mi correo, entre ellos, Ramiro.
Vino. Cuando lo vi, se me paralizó el alma. Se acercó y me tiró contra una pared y ahí después de algunos meses de desencuentros, experimenté nuevamente el beso de miel, me moría por él. Hablamos del viaje.
-Te vas nomás…
-Sí
-¿Y qué vamos a hacer con esto?
-¿Ahora me lo preguntás?
-Sí
Justo cuando me iba, él había decidido ceder, ¡qué loco!, ¿no? Desde ese día hasta el que me fui chateamos todos los días. Nos encontramos una tarde. Yo tomé cerveza; él, café. No tocamos el tema. Me llevó en moto a una esquina. Nos dimos un beso y se fue.
Le escribí un poema cursi, él una canción subnormal que leí una hora antes de tomarme el avión… Me dedicó un tema de Bunbury (lo imitaba en casi todo) y me dijo que me iba a esperar. Todo era incierto.
Sigue el jueves ...
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