Sigamos

Ahora, desde la perspectiva de la libertad esto es confuso: "Yo le doy rienda suelta al comercio del goce sexual pero controlo el comercio afectivo". Acá nos ponemos igual de estrictas que aquellas mujeres con las que disentimos.

Si hay libertad, que sea total, que sea verdadera. Además, no hay modo de controlar las emociones. Este aspecto es mucho menos controlable que el físico.

El "riesgo" siempre está, siempre podemos involucrarnos afectivamente con otro. El punto es, ¿cómo afecta eso a una dinámica de pareja? Si me involucro afectivamente con otro hombre, ¿eso significa que dejo de estar involucrada con el mío?

No necesariamente.

Ahora, si además le sumo sexo... ojo al piojo porque ahí aparece nuestro peor enemigo: la cultura del enamoramiento (que vaya a saber cuántos miedos esconde), el querer apropiarnos del otro y que el otro quiera apropiarse de nosotros... y ahí sí que el proyecto de pareja, incluso el más liberal, tambalea.

Por eso, si bien soy defensora a ultranza de la libertad sexual y afectiva, yo en tanto mujer (los hombres pueden disociar mejor que nosotras) voy con cuidado (y voto por licencias tímidas y extrema transparencia). Porque no querría caer en propias trampas, porque tampoco quisiera hacer y hacerme daño... y porque de última, el sexo es un juego de energías y siempre hay otras posibilidades creativas cuando existe la atracción física y/o afectiva.

Que la culpa de mis reparos la tiene la cultura del enamoramiento... y bueno. Que aún así, pese a las dificultades, deberíamos insistir en aggiornar y ablandar la monogamia, y sí... pero de a poco, entre todos y empezando por pensar-nos y hablarlo.