Te imaginaste con el vestido blanco lleno de volados, caminando del brazo de tu papá al son de la marcha nupcial hacia el altar. Te imaginaste princesa del cuento de hadas con final feliz, perdices incluidas.
Pero, aunque toda su ropa sea azul, en el camino te enamoraste del menos príncipe de todos. De un ateo extremista que te enseñó que ningún dios que se precie de tal se inmiscuye en cuestiones de pareja. Te diste cuenta de que tenía razón. Te convenciste. Y aprovechaste para tirar tus creencias religiosas por la borda, porque ya no creías. Pero "¿Qué dirían tus padres?" te preguntaste. Te respondiste, no sin esfuerzo, que en tu vida decidías vos.
Pensaste y cada tanto charlabas con él del casamiento. Harían una ceremonia sin religión de por medio, después de pasar por el registro civil.
Entonces te hartaste de escuchar de la boca de cualquiera que los papeles no son importantes. "Si es tan así, ¿por qué la gente prefiere pagar un crédito en vez de un alquiler?", te justificaste. "Los papeles sí importan". Y después escuchaste lo de siempre. Que es un quilombo, que si te divorciás qué pasa, que si ya vivís con él para qué...
¡Pero vos te querías casar! Vos esperabas esa propuesta como si hubieses nacido hace setenta años y ése fuera el único mandato que cumplir. Te olvidaste que ya estamos en otro siglo, y que, si de mandatos se trata, tenías una lista larguísima para elegir. ¿Por qué no matarse a dieta para estar hiper flaca? ¿O convertirse en una profesional exitosa y ganar mucho dinero? Te quedaste en el tiempo, tarada, te quedaste demodé con el mandato. Y encima te hiciste la superada, la que no te importaba el tema. "Igual, así estamos re bien", te dijiste. Les dijiste. Y seguiste esperando esa bendita propuesta.
Hace unos meses atrás disfrutabas un rato de ocio con él, tirados en el sillón. Charlaban del futuro, de proyectos en común, y acordaban que viajarían a Europa y después abrirían una librería con cafecito cerca de su casa, que no hay.
De fondo sonaban Cerati y Melero con su Vuelta por el universo. Él te contaba que ese mismo día había comprado el disco. Y te lo hacía escuchar. Y te recordaba que ésa era la canción de ustedes. Entonces vos te acomodaste en el sillón, exultante, creyendo que el momento se acercaba. Pero no, te equivocaste. Él cambió de tema rápidamente y vos te quedaste ahí colgada, como a punto de llegar a un orgasmo que al final no es. "Qué boluda", pensaste. Y lo miraste rara, como apagada. Y él se dio cuenta de que te imaginaste cualquiera. Se sonrió y te aclaró que no te iba a pedir casamiento sentado en el sillón del living. Vos también te reíste. Y pensaste que también él era un boludo. Que después de 7 años de relación no esperabas más que un "¿Nos casamos?" y ya, sin tanta vuelta.
Y seguiste con tu sueño de novia, aferrada al mandato, imaginándote con un vestido blanco, ahora sin volados, caminando hasta un altar, ahora improvisado y sin divinidad.
¿Qué valor tiene para ustedes el casamiento en sus vidas? ¿Cuán importante es o fue recibir "esa propuesta"?
*Florencia es comunicadora social, tiene 32 años y es alumna del taller de Inés.
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