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Terapeutas de la Nueva Era





Quizás un poco te rías cuando te cuente que a comienzos de este año fui a una suerte de mujer sacerdotisa, sabia, poderosa, que me dio un gran empujón de cambio.
Yo misma me sentía escéptica en relación a este tipo de encuentros. No es que nunca hubiera recurrido a terapeutas de la Nueva Era, al contrario; más bien estaba saturada de esa "ideología" y no podía dejar de verle la hilacha a todo aquél que se "espiritualizara" de manera obsesiva o fanática.
Debo reconocer, de todas maneras, que hubo seres -volátiles pero también geniales- que me dieron manos importantes. Recuerdo bajarme de la cinta de correr del gimnasio (sobre Avenida Elcano) y toda transpirada descubrir la palabra "reiki" en un volante pegado en la pared. Y debajo, un listado de conceptos atrayentes que me finalmente tentaron.
"Vení y probá, la primera sesión es gratis", me dijo la mujer que me atendió, después de querer explicarme de qué se trataba su trabajo. Mucho no entendí pero me animé a ir, porque entrar en contacto con aquella persona me generaba placer. Un placer que no conocía casi. Así fue cómo descubrí a Lili, una mezcla de Xuxa con madre Teresa, más adulta, luminosa y fresca como ella sola.
Pero a partir de ahí empecé una indagación alocada que incluyó flores de Bach, shiatzu, yoga, armonizaciones con cuencos, eutonía, aromaterapia, terapia con piedras, feng-shui y hasta gotas de mares vibrados por delfines. Sí, así como suena. Y muchas veces terminé involucrándome (haciéndome amiga) con las personas que ejecutaban dichas disciplinas. Era tal mi hambre de saber que creería que conociéndolas más en profundidad, no sé, yo también podría operar sobre la realidad "a su manera".
Fue en ese trajín que un día me di cuenta de que la espiritualidad hambrienta escondía a veces, muchas veces, grandes carencias. Que no siempre los más "espirituales" eran más felices y que mi búsqueda no podía dejar de tener los pies en esta Tierra, ni desatender mi economía, el confort material (en el contexto de gran ciudad) y mi vocación artística.
El año pasado, después de un tiempo semi-alejada de todo ese papo (por llamarlo de manera distante), Lidia, la cocinera vecina de mi ex casa, me insistió: "andá a verla a Tatiana". Y una tarde, en plena crisis de salud con mis hijas, le hice caso.
No recuerdo en detalle el encuentro. Sí sé que ella trabajó con las manos sobre mi aura y que "vió" (porque ella puede "ver") imágenes que me fue comentando sobre la marcha. Que cuando terminé, me dijo: "pará, falta un cachito más", e hizo un movimiento -casi marcial- sobre el hombro izquierdo que, sin tocarme, me hizo quebrar. Pero lo más significativo fueron 2 o 3 consejos, sencillos, como si me conociera desde siempre, que fundamentalmente lograron RE-AFIRMARME.
Mágico, no? Simple y sano. Aunque usted no lo crea.
¿Vos tuviste experiencias similares? ¿Te tientan o te dan curiosidad? Contame.

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