"A veces me gusta el puerro, y a veces no", me había dicho China en la semana, en una cena en la que se había animado -motu proprio- a comer puerro y cebolla de verdeo.
Fue recordando aquel momento que el domingo al mediodía me propuse ir con China y Lupe a la verdulería. "Mejor agreguémosles verduras al pollo (trozado)", le sugerí a marido, "así comen más variado"... y salimos.
En el camino les saqué un par de fotos; y ya me estaba imaginando todo el cuento para escribirlo. La epopeya vivida para volver a probar y asimilar algo distinto.
Cuando llegaron al negocio, también quise fotografiarlas con las verduras, pero no me dieron cabida casi. Las dos estaban alucinadas con los limones, rompiendo el nylon que los cubría para que alguno se cayera al piso... cosa que en efecto sucedería.
Finalmente volvimos a casa y a los 20 minutos, marido ya estaba llamándonos para sentarnos al almuerzo. Los fines de semanas es el chef exclusivo (de la casa). Pero un chef raro, al fin y al cabo, porque luego de sentarse y mirar su plato, se puso de pie y fue hacia la heladera; y cuando volvió a sentarse lo hizo... ¡con un paquete de panes de pancho! Pobre, estaría queriendo "engrosar" el efecto alimento, temiendo que no lo llenara el salteado. Lo que no pensó fue lo tan pero tan poco apropiado que su pequeño acto resultaría para el propósito de su jermu. "¡Mi Dios!", le dije telepáticamente, "¡escondelos!".
Obviamente cuando marido decodificó mi mirada, ya era tarde. Y China, como si entendiera a la perfección lo que pasaba, no pudo evitarlo. "Quiero pan, quiero pan, mami". Por un segundo quise matarlos (a ambos).
Desde ya, no todos los cuentos terminan como quisiéramos. Igual, pasado un rato largo del desencuentro, luego de habérmelas ingeniado para esconder los panes (bien lejos), China, ya con hambre, terminó picoteando un poco de lo que tenía en su plato. Pollo y algunos míseros trozos de puerro y cebolla de verdeo... Algo es algo.
¿Cuánto luchan ustedes en este terreno a diario?
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