Yo tengo una amiga que cuando se refiere a todos esas parejas que se casaron jóvenes y tuvieron hijos y pasan sus vacaciones en alguna playa argentina, dice: esos sí que agarraron la ruta 2. Y con eso ella caratula toda una serie de decisiones que tomaron en sus vidas, en una generalización que como todas, probablemente sea poco real pero a mí me da mucha gracia. Entonces no pude evitar reírme un poco cuando veo que Fito encara la Ruta 2 el viernes a la tarde.
-¡No me dijiste bikini! Mirá que de pedo me traje una porque sino te mataba, eh.
-Callate. Ja.
-¿Dónde vamos? ¿Mar del Plata?
Pasaban los kilómetros y yo iba evaluando los atuendos y si pegaban con los potenciales programas. Una comida en algún restaurant lindo con velitas (pero había dicho jeans y zapatillas), un rato en la playa con un poco de frío. Me miré los brazos ya casi sin color y me acordé como habíamos comentado alguna vez que el quemado del sol disimula la celulitis.
Fui armando un playlist en el equipo de música y decidiendo uno por uno los temas que quería escuchar. Ahora soy fan de los Kings of Convenience. De repente perdimos la Ruta 2 y cuando volví a prestar atención estábamos frente a la tranquera de un campo cerca de Mar de Ajó.
Bajé. Abrí. Respiré el aire frío de la noche, de los pinos, del campo y un poco más allá (aunque no se veía aún) del mar. Una casa de campo grande, vacía, de unos primos de Fito, a 600 metros de mar. Del atlántico. Me parecía increíble, tanto que lo obligué a que fuésemos a la playa a esa hora de la noche. Tenía que ver para creer. Fuimos con linternas, una cada uno. Ahí estaba.
El sábado y domingo caminamos por la playa desierta salvo por algunos cuatriciclos y familias que volaban barriletes, tratamos (sin suerte) de pescar, hicimos un asado, una fogata en la playa a la noche y dormimos abrazados en un cuarto que miraba al jardín.
Anoche no quería volver y hoy, sólo cuento los días hasta el jueves. Bien por las sorpresas. A veces salen bien.
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