Hace un tiempo, año y medio por lo menos, que juego a ser algo así como una Madre Maravilla.
Ya ser madre tiene lo suyo, pero en esta situación había que pelar más recursos, había que resolver y sostener mucho más que lo que me correspondía.
No me amedrenté, parecía una maniobra compleja pero puntual, extraordinaria.
Un sobresfuerzo que hacer durante uno, dos, tres segundos (léase, meses) hasta que se reorganicen las circunstancias.
Pero aquello que empezó siendo una solución momentánea, entró a naturalizarse, a darse por sentado, al punto que hubo días, meses, que ya no podía cuestionármelo... y si lo hacía, parecía pretensiosa, sobre-exigente.
Y no sólo jugué a ser todopoderosa, sino que, además, me ocupé de comprender hasta el hartazgo a los adultos que podían, que debían quitarme peso (sostener el suyo). Acaso para no quitarme mérito. Ah, sí, a Madre Maravilla le gusta mandarse la parte. De lo buena que es, de lo comprensiva, y de lo fuerte.
¿A qué viene toda la metáfora?
Estoy tratando de justificar un arranque de vulnerabilidad (no sea cosa que me salga de mi personaje y crean que sólo me vulnerabilizo... por ser humana).
Anteanoche tuve uno de esos arranques. A veces no puedo evitarlo, aun estando con hijas.
¿Ustedes se permiten llorar frente a sus hijos?
¿Habrá padres que nunca se muestren vulnerables frente a sus hijos?
No digo que no lo intente, pero a veces elijo llorar, como anoche, elijo abrirme, porque siento que ésa es la manera, la llave para volver al presente (a ellas).
No podía concentrarme en nada que no fuera ese calambre en el pecho (venía de una situación tensa). Hijas estaban demandándome, pidiéndome que les corte una cartulina y sentía que entre ellas y yo se interponía este incómodo dolor, esta molestia. No pude más que responderles: "ya voy a jugar con ustedes, pero denme un momento".
Y sin más preámbulos, me eché en el sillón a llorar. Silenciosamente.
Me dio una ternura el modo en el que reaccionaron. Me abrazaron, China me limpió las lágrimas con la palma de la mano, Lupe propuso ser ella la madre.
-Igual que no sea tu cumpleaños (usa "igual" como si fuera "aunque"), mañana yo voy a regalarte una pulsera. ¿Una pulsera sabés con qué?
-¿Con qué?
-Con corazones y estrellas
-...
-Y también te voy a comprar un maquillaje... Y después, voy a pasar por el kiosco y te voy a comprar un chocolate.
No sé si hago bien o mal al llorar delante de ellas, hago lo que puedo.
Pero su manera de acompañarme es tan dulce, tan amorosa, que basta con que me mimen un poco para que yo recobre fuerza... y sienta que puedo seguir siendo la Madre Maravilla (de siempre).
...
Sí, ya sé.
A ver si de buena vez mando al diablo la Maravilla y me atengo a ser sólo madre de mis nenas.
¿Qué piensan? ¿Lloran frente a sus hijos? ¿Se muestran vulnerables frente a ellos? ¿A quién recurren en estos momentos?
PD: ¡Que tengan un buen miércoles! Para contactarse por privado, como siempre, me encuentran en FB.
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