*Texto escrito por Jimena Mussuto (30) en el marco del taller. ¡Muy feliz cumpleaños, Jimena!
"Hoy no estoy positiva. Amanecí y lo primero que me aparece en Facebook es esto. Lo PRIMERO", me escribe una amiga por Whatsapp y lo siguiente que veo es una foto de un hombre barbudo con una sonrisa radiante en su rostro, que está pegado al rostro de "ella". Una "ella" que desconocemos pero que amerita en la vida de él que aparezca como foto de perfil de la red social en cuestión, con íconos de corazones incluidos. Él, el barbudo sonriente, es un ¿"chico"?, ¿"hombre"?, es el "flaco" con el que mi amiga se vio un tiempo. Y comparten "amistad" en Facebook. Es el mismo que no tuvo la delicadeza de aclararle a ella que estaba bien con alguien y que prefería que ya no se vieran. Ella se enteró así. Con la notificación de "M... ha cambiado su foto de perfil" y ¡Zas! Se encontró con las dos sonrisas editadas en blanco y negro.
Mi amiga es bella, bondadosa, inteligente (una de las más inteligentes que conozco), sabe de cultura, de arte, de música. Tiene la sensibilidad de haberse criado entre arte (su mamá para cuando ella cumplió 11 años nos llevó a ver una muestra de Eduardo Pláa) y tiene la lucidez y la cuota exacta de razón para haber egresado como médica, haber hecho especializaciones y ser excelente profesional. Tiene 30, maneja, tiene su casa y no depende de nadie para nada. Ve a la pareja como una compañía, no como una necesidad. Podríamos usar este párrafo para un sitio de "solos y solas" y cualquier candidato comprobaría que lo que digo es cierto. Entonces, ¿qué pasa con los treintañeros que no se comprometen con mujeres así? ¿Acaso no es interesante una mujer profesional, autosuficiente, que puede charlar, que es sexy y femenina, que viaja por el mundo?
¿Hablo de Euge? Hablo de Euge, "la médica". Así la diferencio, porque tengo "dos Euges". Pero también hablo de la otra Euge, mi amiga que terminó Psicología, vive sola, es femenina y siempre está radiante, hizo una super carrera laboral en Investigación de Mercado y es noble. Que hoy no me mandó ninguna anécdota pero que también está en proceso de conocer hombres, y con la que siempre decimos que deberíamos hacer una especie de bitácora de las situaciones insólitas que atravesamos cuando alguien aparece.
Sí. Hablo de ellas. Y hablo de mí. Hablo de mí que estoy a un mes de cumplir 30 y estoy ¿"sola"? ¿"soltera"? Los 30 que me llegan tan diferentes a como creí que serían hace 10 años atrás. El cambio de década que pensé que me encontraría casada y con un hijo, como mínimo. Viviendo en la familia que yo iba a formar, y no en la casa de mis padres, con ellos, como ahora.
Hablo de mí, que hace un poco más de un año que estoy sin pareja y que atravesé en ese proceso diferentes estados. Primero, el dolor del duelo. Y la firme intención de querer evitarlo. Como si fuera posible. Como si tapándolo no fuera a salir. "Yo no quiero llorar, no quiero sentirme mal, quiero cerrar los ojos y que hayan pasado seis meses" le dije al psicólogo al que fui a tres días de haberme separado. Después empecé mi segunda maestría y ahí me dediqué al 100% a estudiar. Toda mi líbido fue ahí. Fines de semana en pijama, libros y resaltadores. Hasta que un día, en una sesión de coaching me di cuenta de que había anulado mi vida social. Como si los libros se hubieran convertido en escudos. Me aferré a mi propia excusa: "no tengo tiempo, tengo que estudiar". Y así permanecí en pantuflas en mi zona de confort. Casi todo el año.
Una noche quebré mi espacio de protección en una salida con una amiga de la maestría, para celebrar que habíamos terminado la cursada. Aplausos para mí que volvía a la vida social. Fue el inicio. Me abrí. Tomé coraje. Me entusiasmé. Saqué el pasaporte italiano. Viajé sola. Lo disfruté. Volví con la sensación de querer más. Me sentí plena. Plena al fin, con mi soledad, o a pesar de ella. Soñé, decidí, proyecté, cumplí. Y empecé a abrazar a mi "nueva realidad". A quererla. A entender que si ahora "me tocaba esto" (ser mujer de casi 30 sin pareja), no podía ser todo tan malo. Me concentré en mí. Dicen que a veces cuando uno saca el foco de algo, aparece. "Lo que resistes, persiste". Como con el embarazo. Cuando te relajás, el bebé llega. Así le pasó a mi hermana. Mi hermana, que estuvo "buscando" por dos años y medio y al fin está de 6 semanas. Que lo vio por primera vez el viernes, en todo su esplendor de 8,4 milímetros. Entonces mi hermana, con la certeza y el empuje de haber escuchado los latidos de ese pequeño de menos de un centímetro, lo contó. Aprovechó el cumpleaños de mi mamá y acercándose a cada uno contó que va a ser mamá.
Alegría, sorpresa, emoción y llantos. De repente, en medio de todo eso, el foco volvió a mí. A mí, que estaba de espectadora y observando. Acompañando. Sin otra cosa que hacer en ese momento. Fue cuando mi abuela (materna), con lágrimas en los ojos me miró y me dijo: "¿Y a vos cuándo te toca?". Como si fuera un sorteo, una cuestión del azar. La miré y con mi mejor sonrisa (forzada, claro) le dije: "¿Por qué no acompañamos a los chicos en este que es su momento y cuando algo bueno me pase a mí yo lo compartiré y todos celebraremos? Hoy no es mi día". Fin de la conversación y abrazó a mi cuñado. Se había olvidado que él también tenía que ver en eso del bisnieto en camino.
Almuerzo. Mesa familiar larga. Tan larga que tuvimos que agregar otra mesa. Mi nonna (mi otra abuela, la paterna) dijo entonces: "yo pensé que la sorpresa era que vos ibas a presentar novio nuevo". Otra vez el foco en el lugar equivocado. Con humor dije "nonna, yo te traigo un novio nuevo todos los años. Eso no sería novedad. Novedad es el bisnieto que es la primera vez que pasa". Todos siguieron comiendo lomo con crema y zucchini y se desvió el asunto.
Pasó. No registré el sabor amargo hasta después, quizás porque estaba concentrada en las berenjenas. No registré la presión. La sensación de quedar a merced de las costumbres. De lo socialmente esperado. De ese mandato que indica que las mujeres tienen que casarse y tener hijos. Como si sólo para eso hubiéramos venido al mundo. La nulidad del resto de los aspectos. ¿O acaso recibí pregunta sobre alguno de mis dos posgrados en curso, o de mis dos trabajos? No. Porque sean cuales sean los éxitos profesionales o personales, nada le "gana" a la presentación oficial del "novio nuevo". Novio que, dicho sea de paso, no tengo y que me gustaría tener.
Corrijo. No quiero un novio. Quiero un amor. No un enamorado en período de enamoramiento. Un amor real. Un amor sano. Un amor de pareja. Un hombre compañero. Quiero alguien con quien pueda sentirme libre. Que me conozca. Que yo conozca. Que nos elijamos. No con esa ilusión idílica de los 15. Con el amor real de los 30. Con el historial de cada uno. Ese que dejó huellas, el que nos recuerda que quizás, en la madurez, es mejor ir con pie de plomo pero aún así permitirse descubrir. Ese que sabe que puede doler, pero aún así se anima.
Quiero ese amor que necesita de dos que se hagan cargo. Que lo asuman. Que lo atraviesen. Que lo atraviesen y se queden ahí porque, con todo, es la mejor versión de la vida. Ese amor que todavía no se cruza. Ni en mi vida. Ni en la de mis Euges. Ese que el mismo psicólogo al que le dije que no quería llorar me dijo: "es que vos estás buscando algo que está en el 20% de los hombres, y así se te va a hacer más difícil... y digo 20 para no sacarte las esperanzas". ¿Será? ¿Será que tiene razón? Porque evito el amor mediocre. Ese que es porque no hay nada mejor, o para evitar el fracaso.
¿Será que el amor que quiero es de otra época? ¿Y que hoy, como la tecnología, el amor se convirtió en reemplazable, en descartable? No. No y no. Sacudo la cabeza. Me niego a convencerme de esa historia. Me niego a creer que en esta vida ("esta" porque creo en la reencarnación) el amor no nos toque, como diría mi abuela, que no salgamos "sorteadas". Y sí, elijo seguir creyendo que a pesar de los hombres que nos dejan "plantadas" una hora antes de lo acordado, a pesar de los que desaparecen después de diálogos a diario y reaparecen con una foto de perfil enamorados, a pesar de los que dejan a sus novias porque se "enamoraron" de nosotras, y después vuelven con ellas... A pesar de todo eso hay otros. Otros diferentes. Otros distintos. Por lo menos tres. Uno para mí, y otro para cada una de mis Euges. Nos lo merecemos (¿Quién no?). Y ahí sí la voy a mirar a mi abuela y le voy a poder decir: "ya me tocó, abu, podés dejar de prender velitas".
¿Qué piensan?
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