*Hoy prefiero correrme a un costado y darle lugar a un texto escrito por Vicky (Violeta777) a partir la consigna: "un objeto atesorado". Vicky tiene 22 años y estudia Artes Audiovisuales en el IUNA.
Zapatitos. Gamuza blanca, un poco sucia en las puntas. Bordes de cuero marrón. Hebillas. Suelas de goma. Esas guillerminas que mi hermana tenía puestas el día que la conocí. Un objeto que me conecta con ese momento único, bisagra. Uno de esos momentos inolvidables, nuestro encuentro. Un momento que me conectó con la vida, que me dio una hermana. Un proceso largo que se concretaba. Una niña que volvía a tener padres, o que empezaba a tenerlos.
Una oficina. Una jueza. La señora del hogar de tránsito, con la que ella estuvo los últimos seis meses antes de nuestro encuentro. La abogada de mis padres. Mis papás, que la conocieron horas antes que yo. Y Tatiana.
Ella, una niñita jujeña de 5 años que aparentaba menos por su baja estatura. Morruda, gordita, cachetona, con un lunar en uno de sus cachetes. Pelo negro brillante atado con dos colitas. Una mirada, la mirada, mi preferida en este mundo. Penetrante, de ojos negros brillantes, achinados, pero grandes, llenos de pestañas. Vestida con jogging y buzo fucsia y sus guillerminas blancas.
Así la vi, así la abracé.
La despedida de quien la había cuidado los últimos seis meses fue dura. Con llanto de por medio. Entendible porque fue con quien vivió después de que le dieran el alta del hospital tras estar internada por desnutrición. A quien sintió madre desde el abandono de quien la parió hasta nuestra llegada. A quien incluso llamaba "mamá".
Salimos, ella llorando hasta que mi papá la alzó y le dijo al oído que todo iba a estar bien. Su llanto cesó como si la hubiéramos apagado.
Al bajar del edificio ya llamaba "papá" y "mamá" a mis padres. Impactante pero cierto. Para ella iban a buscarla un papá y una mamá, no Daniel y María Marta. Incluso durante un tiempo, Tati llamaba mamá a toda mujer que veía. "Ahí va una mamá", decía. Un vínculo primordial en cualquier vida, para cualquier crianza, para cualquier niño. Alguien a quien ella no tuvo realmente hasta sus cinco años.
Todavía en la calle, se animó a pedirle a mi papá que le compre unas galletas que vendía un señor. Se las compró y se le dibujó una sonrisa.
Fuimos a almorzar a un restaurante. Y en ese lugar tengo su primera foto. Con los bracitos debajo la mesa y su mentón apoyado sobre ésta. Sus cachetes sobresalen. Su mirada a cámara muestra su felicidad, y la nuestra.
Los zapatos, sus zapatitos, atesoran aquel encuentro. Hacen que recuerde desde el primer minuto que la vi hasta el momento de subirnos al avión para venir a casa. Hacen que vibre, que me conecte, que le agradezca a mis padres por el valor, por la lucha, la perseverancia. Por la igualdad con la que me trataron ante su llegada. Por mi participación, por la importancia que le dieron a mis sentimientos y a mis deseos. Pero especialmente me hacen sentir orgullosa de ellos. Los zapatitos me transportan a ese encuentro que cambió mi vida y la de mis padres, pero especialmente la de Tatiana. Una búsqueda que tardó 5 años y medio en concretarse, lo que no es casual, ya que ella tenía justamente esa edad al momento de encontrarnos. En el instante en que empezamos a ser familia, en el que se convirtió en mi hermana para siempre y desde siempre.
Tarda en llegar, pero al final, al final, hay recompensa.
Su primera foto
Juntas en un viaje que hicimos a Salta y Jujuy hace poco
Y hoy quisiera invitar a comentar a todos aquellos que hayan vivido, directa o indirectamente, la experiencia de adoptar a un hijo.
¡Que tengan un muy buen fin de semana!
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