Consultorio W: las respuestas que todas las mujeres queremos saber

En la columna de este mes les voy a dar lo que muchas mujeres quieren: respuestas. Las redactoras de OHLALÁ! interrumpieron su intenso trabajo y prepararon una lista de preguntas. Todas para mí.

No es cierto. A veces hacemos cero cosas. No estamos pensando en nada, no le estamos prestando atención a nadie, no estamos haciendo nada. No sabemos. Es como si estuviéramos dormidos con los ojos abiertos. Y otras veces, cuando intentamos hacer dos cosas a la vez, el mundo se vuelve un lugar imposible y repleto de trampas. No nos cambien tan rápido el tema de conversación. Si estás triste, estás triste. En la mitad de tu relato de dolor, no me digas: "Y a la vez estoy contenta porque Jessi está embarazada". No.

De todo. La primera es una sensación horrible de incertidumbre. Uno se pregunta: ¿por qué en el colegio no me prepararon para esto? Respondemos como podemos:

La abrazamos. Fuerte y en silencio. Tal vez acompañamos con un masaje en la espalda. Le decimos "Te amo". Ella llora y uno cree que es importante decirle algo lindo. "Te amo". Ahora que lo pienso en frío, me doy cuenta de que no tiene nada que ver una cosa con la otra. Nos burlamos. La imitamos en el llanto. Para hacerla reír, es un gesto infantil ante la desesperación. Hacemos un chiste. Parecida a la anterior, pero más peligrosa; el chiste necesita la aprobación de la interlocutora. Buscamos sexo. El hombre siempre está pendiente del tema y, como pensamos que muchas cuestiones se resuelven así, avanzamos. Entonces, mientras llora, vamos y apoyamos creyendo que en dos minutos vamos a estar en la cama disfrutando y olvidando las lágrimas.

Nos aburre solo escuchar. Queremos solucionar sus problemas para sentirnos héroes y, sobre todo, para pasar a otro tema. La ecuación es simple. Problema + qué sentís + qué opinás = te digo qué hay qué hacer para mí. Y listo. A otra cosa. No sigamos con lo mismo. Hablemos de boludeces.

Hablamos de: adónde ir a comer, de nuestras mujeres pero en joda, de sabés quién se está garchando a quién, de fútbol, de política, del trabajo, de a quién te garcharías entre esta y esta, de cuánto vale tal auto, tal casa, tal viaje, de por qué no nos vamos de viaje todos, de cuánto gana tal, de quién va a ser papá, de quién murió, de la mujer de uno que no vino, de tal amigo que tampoco vino y caga mucho a la mujer pero que quede acá, de la mujer de otro que no vino que parece que nos tira onda a todos, de nuestras mujeres pero ahora en serio aunque vuelva a terminar en joda, de comida, de cine, de series, de vinos, de Tinelli, de Messi, de Cristina, de Lanata, de 678, de la moza que nos atiende, si es mozo también, de chistes con el pene, de religión, de nuestros hijos.

El GPS llegó para achicarnos el pito. Lo vemos como una competencia, nos irrita que sirva, que tenga razón. Si estamos solos, lo usamos. Con nuestras mujeres, sentimos que nos quita el lugar. Así somos los hombres: no nos ponemos celosos de Robert Downey Jr. Nos ponemos celosos del GPS. No queremos ser más lindos, queremos ser más capos. Más infantiles imposible, ¿no?.

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