Después de 6 años, la pasión sigue intacta
Nuestro columnista, abre su corazón y confiesa algunas de sus historias de amor más ocultas, entre ellas, la que tiene con OHLALÁ!, desde sus comienzos
26 de abril de 2014 • 00:20
Tantas veces esperamos la aprobación de la persona que nos gusta. Hacemos de todo para que le gustemos
Por Sebastián Wainraich
Felices 6 años, OHLALÁ! Desde el número uno que aquí estoy. De algún modo, siento que la nuestra es una historia de amor. Esta revista es como una chica linda, sutil, sexy, inquieta y con algo de neurosis a la que le escribo todos los meses y a la que no sé qué regalarle. Las mujeres quieren que las sorprendas, pero no siempre les gustan las sorpresas. Ni leyendo OHLALÁ! pude descubrir estos misterios femeninos. Pero sigo acá: escribo desde esta trinchera masculina. Y la revista es una chica que me lee y me dice qué le parece. Tantas veces esperamos la aprobación de la persona que nos gusta. Hacemos de todo para que le gustemos. Y para nosotros, los tímidos, el asunto de las cartas, de los mensajes, de la charla telefónica, de esconderse detrás de un micrófono o de subir a un escenario y no tener que hablar mano a mano, cara a cara, siempre fue una buena salida. Y a vos, OHLALÁ!, te escribo. Y vos me leés. Y no pasa más nada. Y creo que no tiene nada de malo. ¿Debería pasar algo más? ¿Quién lo dice? ¿Por qué me lo pregunto? ¿Por qué pensamos que las historias de amor se hacen realidad recién en una noche lluviosa de hotel? Un chico le escribe cartas a una chica todos los meses, ¿no son protagonistas de una historia de amor? ¿O siempre tiene que haber un beso? Yo tenía 14 años, volvía del colegio en colectivo y, a un par de asientos, viajaba una chica que se parecía a Julia Roberts a los 13 años. Ella me miraba y yo la miraba. Todo el viaje. Todos los días. Ella se parecía a Julia Roberts y me hubiera gustado que me dijera: "Soy solo una chica, delante de un chico, pidiendo que la quiera". Pero yo no me parecía a Hugh Grant, me parecía a Mick Hucknall, el cantante de Simply Red, y estábamos en Buenos Aires, en un colectivo volviendo del colegio, lejos de una librería en Notting Hill. Nunca le hablé. Pero nadie me puede quitar la idea de que eso que vivimos fue una historia de amor. Y ahora ya no me parezco al cantante de Simply Red y mucho menos a Hugh Grant, que vivió historias de amor en la ficción, pero también en la vida real. Seguro que se acuerdan: Hugh estaba casado con Elizabeth Hurley y fue sorprendido por la policía cuando en su lujoso auto la prostituta Divine Brown le practicaba sexo oral. ¿Es muy ingenuo pensar que eso fue una historia de amor o que pudo haberlo sido? ¿Los 45 dólares que pagó por el servicio lo ubican más cerca del mercantilismo que del amor? ¿Estamos tan seguros? ¿Qué pasaba si no llegaba la policía? Imaginemos que después del acto, Hugh y Divine se ponían a hablar, a contarse secretos, a reírse de las mismas cosas y se iban a dormir a un hotel y esos 45 dólares los olvidaban y se los quedaba un botones que los usaba para hacerle un regalo a una chica que amaba. Eso era una historia de amor. El talentoso actor abandonaba a su mujer hermosa por una prostituta de labios carnosos y de cara marcada por diez mil batallas. El cine pudo. Y perdón, pero vuelvo a Julia Roberts y pienso en Mujer bonita y Richard Gere y la cancioncita "Pretty woman, faralá...", que todos alguna vez tarareamos. A eso sí le decimos historia de amor. Ahí pasó de todo.
Con OHLALÁ! no pasó de todo, pero es una historia de amor. Le escribo desde hace 6 años todos los meses. En el medio, a la revista y a mí, no sé si nos pasó de todo, pero sí un montón de cosas. Y acá estamos. Una cartita todos los meses. Felices 6 años. ¿Pasaremos la comezón del séptimo? Hasta el mes que viene
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