
El paso para transformar un sueño en realidad
14 de agosto de 2017 • 10:23

Hay ciertos instantes en nuestra existencia que, sin darnos cuenta, nos abren la puerta a un futuro lleno de posibilidades. Son pequeños grandes hechos significativos; codos de la vida que pueden torcer nuestro destino y llevarnos hacia experiencias nuevas y positivas. A mí me tocó vivir un hecho significativo a los 24 años. Por aquella época, trabajaba en un call center y me había formado un grupito de amigos con quienes me juntaba a tomar algo, bailar y a hablar de nuestros sueños y proyectos de vida. Recuerdo que un día les dije: “quiero hacer una revista de cultura joven; una en donde se hable de música, crónicas urbanas, de libros, de teatro, de arte, de fiestas y de sexualidad, pero no desde lo que vemos a simple vista de manera superficial, sino desde los sentimientos, las sensaciones y la emocionalidad.” Era un sueño con el que venía fantaseando hacía tiempo; imaginaba a quién iba a entrevistar, sobre qué me gustaría escribir y la línea editorial que quería proyectar, pero la verdad es que no hacía nada por concretarlo. Sin embargo, ese día, algo cambió. En el preciso instante en el que lo dije en voz alta, di el primer paso para transformarlo en una realidad.
“Hagámoslo”, dijo uno de mis compañeros de trabajo, “Yo te ayudo”. No había ni un poco de duda en su sentencia, sólo confianza y determinación. Con esa simple afirmación, le dimos comienzo a una etapa que, sin saberlo, iba a resultar crucial para nuestras vidas. Por suerte insistimos, porque arrancar nos costó muchísimo.
Para lo que sigue, les dejo este tema. Hoy es tu día de suerte, dice Blur
Para este proyecto, más allá de nuestro empuje y algunos conocimientos, francamente no teníamos idea de nada; no sabíamos en qué nos habíamos metido. Sumamos dos personas más al equipo, debatimos acerca de las secciones y salimos a la calle a conseguir las notas, las fotos, el arte para inspirarnos y a gente que apueste con su publicidad. Trabajamos incansablemente y, con mucho esfuerzo, conseguimos reunir el contenido para el primer número, pero nada de avisos publicitarios. ¿Quién iba a querer apostar a un medio desconocido? Nadie, por supuesto. Entonces, decidimos organizar una fiesta para recaudar los fondos. Ya con algo de dinero, salimos felices a buscar imprenta. Todas, frías y crudas, nos cerraron la puerta en la cara con un “no hacemos ese tipo de trabajos“ o un “no tenemos tiempo para eso”. Confieso que quise abandonar, pero mi compañero de equipo no lo permitió. “Seguimos aunque tengamos que ir a todas las imprentas del país.” No me acuerdo el número de llamados que hicimos y la cantidad de lugares que visitamos -todos espacios de colores industriales y con un rico olor a papel prensado- pero sí recuerdo aquel día en el que, finalmente, no nos dieron un portazo en nuestras narices.

Créditos: LatinStock
El buen hombre, que rondaría los 50, nos hizo pasar a su escritorio. “Me emociona el entusiasmo que tienen al contar el proyecto”, nos dijo, “Me hacen acordar a mi juventud. Yo también hice una revista con amigos y sé lo que cuesta. Por eso, los voy a ayudar.” Durante casi dos horas nos enseñó acerca de los tipos de papel, los gramajes, cómo generar las películas (que ni sabíamos qué eran), los programas de diseño que nos convenía aprender, el tema de los colores y mucho más. Ese día, marcó el comienzo de una historia que duró más de cuatro años y en los cuales aprendí más que en cualquier otro trabajo “formal” que haya tenido jamás. Primero subsistimos con alianzas con bares y espacios para generar eventos multiculturales, después llegaron algunos auspiciantes, más tarde salimos a todo color, luego vinieron los desacuerdos editoriales hasta que, finalmente, un día le pusimos fin a una de las mejores experiencias de mi vida.
Varios años después, y por ciertos giros extraños de la vida, mis días me encontraron tras un escritorio, en un trabajo que no me hacía feliz. En una de mis tantas noches de insomnio, me pregunté en dónde había quedado mi espíritu de antaño, mi energía positiva de “tu tiempo es hoy”; harta de no dormir, decidí que era hora accionar. Idealmente, quería trabajar en una editorial, entonces, sin siquiera pensar en dejar mi trabajo, armé mi CV y, día tras día, me puse a buscar ofertas laborales que me resultaran atractivas. Envié mi Currículum a cientos de lugares, pero nadie llamaba. Sin embargo, yo tenía mi enseñanza del pasado: jamás hay que rendirse, jamás. Aunque estemos extremadamente desalentados, hay que insistir una y otra vez. Y con ese pensamiento, seguí hasta que aparecieron algunas entrevistas, aunque ninguna llegaba a buen puerto o se acercaba a mi idea de cambio. Así, pasaron los días y los meses. Estaba bastante desalentada, pero nunca dejé de insistir.

Créditos: LatinStock
En uno de esos días, observé mi CV. Un especialista me había dicho que tenía que volcar en él sólo mis trabajos profesionales, porque esos eran los que realmente valían a los ojos del mercado. ¿Por qué me había dejado llevar por esas palabras? ¿Por qué no había seguido mi instinto? Entonces, llevé al mínimo mi experiencia laboral corporativa y saqué del cajón los años de mi “hobby”. En ese proceso, entendí que mi emprendimiento me había dado casi todas las herramientas positivas que me conforman: gracias a él, yo había aprendido mucho de edición pero, por sobre todo, había aprendido lo que significa el esfuerzo, la pasión y patear la calle para lograrlo. Con mi energía positiva renovada, sumé todo eso a mi hoja de vida: fotocopié notas que tenía encajonadas, adjunté links, y llevé ejemplares de las revistas a las entrevistas laborales. Y así, después de más de un año de enviar cada día mi CV a todos los lugares imaginables, un día entré a trabajar en la editorial a la que pertenezco hoy. “Te contratamos por tu experiencia con tu emprendimiento”, fue una de las cosas que me dijeron. Ahí estaba, los puntos se habían unido en el aire, el círculo había cerrado. Una decisión de una noche, un “hobby” del pasado, demostró ser uno de los hechos más significativos de toda mi vida.
Hoy, cada vez que fantaseo con emprender un proyecto o un cambio, sé que el camino no será sencillo; sé que a cada paso habrá obstáculos, curvas inesperadas y palabras desalentadoras. Sin embargo, y a pesar del frente tormentoso, me aliento a seguir; lo hago porque también sé de las maravillas que pueden esperarme del otro lado. Y para animarme, recuerdo las lecciones que hasta hoy me regaló la vida: soñemos en voz alta, porque al hacerlo será más factible que nos escuche un compañero de ruta que nos ayude a concretar lo que aspiramos; en ese trayecto, elijamos un socio que no sea un igual, sino uno que nos complemente, porque de esa manera podremos lograr el equilibrio entre creatividad y acción; si creemos en nuestro sueño, insistamos siempre, porque la insistencia demuestra pasión y sólo con ella nos toparemos con esa persona que sabrá ponerse en nuestros zapatos y nos ayudará a concretar nuestros sueños. Y, finalmente, confiemos en nosotros mismos y en todo lo que hayamos hecho de manera independiente – en todo lo escrito, pintado, cantado, cocinado, viajado, aprendido….. creado – porque eso es lo que verdaderamente nos conforma y ahí yace nuestro mayor tesoro.

Créditos: Naukri Nana
Vale la pena, porque como dice el protagonista de El Gran Pez: “Por el camino sencillo se llega rápido; pero dicen que detrás de los caminos más complicados, esperan las grandes recompensas.”
A veces, por vergüenza, porque nos parecen delirantes o porque tenemos miedo a no poder cumplirlos, dejamos de expresar nuestros mayores sueños en voz alta. Ustedes ¿son de animarse a compartirlos? ¿Cómo fue su experiencia al hacerlo?
Beso,
Cari
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