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En positivo

El editorial de julio de la directora de OHLALÁ!, Teresa Elizalde




Todo lo que decimos nos define. Hay personas a las que recordamos porque siempre tienen un comentario positivo, alegre, con buena onda, y otras porque se pasan el día criticando a otros, o a sí mismas. O que ven en cada cosa algo negativo.
Hace un par de años, vi una exposición de Masaru Emoto, un investigador japonés, conocido como "el Profeta del Agua". La muestra consistía en recipientes llenos de agua que, por fuera, tenían impresa una palabra que remitía a una emoción o a un sentimiento: amor, odio... Lo que quiso demostrar Emoto fue que al congelar esa agua, la apariencia de los cristales de hielo difería según la energía de la palabra de cada recipiente. El agua no era indiferente a cada palabra, sino que estas influían en la forma estética de los cristales de hielo. Sostiene, entonces, que si el agua tiene memoria y es susceptible a las palabras y mensajes, eso mismo es trasladable a las personas, que estamos formadas por ella en un 70%. Un experimento bastante controvertido que generó muchísima crítica, polémica y burla.
Emoto realiza investigaciones sobre el agua desde hace más de veinte años, escribió varios libros sobre el tema e insiste en que el agua es el alma del universo. Curioso, al menos.
Más allá de la discusión sobre los sentimientos y la memoria del agua, lo que me gusta de este experimento es que resalta el poder de las palabras. Reconoce su fuerza. Lo que decimos, lo que escribimos y hasta lo que pensamos deja una huella. Nos hace detenernos y pensar en las palabras que usamos para hablar de lo que nos pasa, para describir cómo nos sentimos. Nos hace pensar en los términos que utilizamos para referirnos a otros. En cómo la crítica nos hace daño a nosotros. Porque todas esas palabras resuenan primero en nuestro cuerpo. Somos los primeros receptores.
Por eso, no es lo mismo estar todo el día criticándose que creer que las cosas pueden mejorar. Y no es lo mismo decir "me fue mal" que "podría haber estado mejor". Rodearse de palabras positivas. Ponerle énfasis a lo bueno, llenarlo de elogios.
Las palabras tienen poder, sí, así que hay que elegirlas con inteligencia. Un ejercicio bastante simple, pero que, si lo realizamos a conciencia, nos puede alejar de ese mundo de agresión y violencia verbal.

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